Cuando Anna Langwieser vio la luz en 21 de febrero del año 1900, Europa era muy distinta al presente, incluso a la que ella conoció. Nació en un bello y tranquilo pueblecito cerca de la ciudad de Linz, que el destino condenaría con un nombre maldito, porque Anna vino al mundo en el Imperio Austrohúngaro y el pueblito se llamaba Mauthausen. Nadie imaginaba que la pequeña de ojos verdosos y pelo rubio jugaría un papel en la historia. Y no es que Anna fuera algo especial, ni tuviera madera de heroína, ni de viajera porque nunca salió de su pueblo. No, solo era una mujer decente, solidaria y valiente en un mundo terrible.
Anna contrajo matrimonio con Michael Poitner en 1920, trabajador de la cercana estación de tren que tiene el pueblo. Construyen su casa cerca de dicha estación con un pequeño jardín en donde poco después jugarían los pequeños del matrimonio. El mundo se convulsiona en esos años de forma continua, el imperio se ha desmoronado a raíz de la I Guerra Mundial y su país pasa a ser Austria.
El matrimonio tiene ideas socialdemócratas pero sin mayores implicaciones en las luchas sociales que durante el periodo de entreguerras convulsionan Europa. Su vida marcha tranquila hasta que en 1938 la bota nazi emprende el Anchluss anexionándose la patria del Führer, Austria. Imaginamos la desolación del matrimonio Pointner ante el avance nazi pero siguen con su vida de la mejor manera posible.
El pueblo donde residen tiene una cantera que explota el empresario Anton Poschacher, pronto los invasores nazis ponen sus ojos en la zona con una idea preconcebida. Tiene buenas comunicaciones de tren, por lo que pueden acarrear sin mayores problemas las cargas humanas que pretenden eliminar y cerca de la cantera hay una pequeña loma, aislada del resto de la población que puede convertirse en un recinto ideal para la construcción de un campo de concentración. El campo que maldeciría para siempre el nombre de Mauthausen.
El campo es construido por presos traídos desde diversos puntos de Europa, muchos son españoles, antifascistas que han perdido una guerra y en vez de diluirse en un cómodo exilio emprenden otra lucha para compensar la suya, contra el nazismo y el fascismo que conquista Europa. Los españoles trabajan bien, son duros por el pasado guerrero que arrastran. Aprovechando la cantera del señor Poschacher da comienzo a la construcción del campo. Una vez terminado se convierte en el llamado “Molino de huesos” por su dureza. Hay presos llegados de Auschwitz que claman por volver allí asustados de la crueldad que tiene la vida en Mauthausen.
Se trabaja a destajo en la cantera, cientos, miles de hombres acarrean las enormes piedras de granito subiendo y bajando por las escaleras de la muerte. Son bloques de 50 kilos de peso, que cargan los cuerpos famélicos de los presos. 186 escalones jalonados por la sangre de los que se despeñan o los despeñan. A veces los kapos, para entretener su tiempo de vigilancia, arrojan a los más débiles por los escalones o por la escarpada montaña que han horadado. Ellos nombran al campo como “de paracaidistas” porque los presos caen…pero sin paracaídas. Nos imaginamos a los monstruos humanos divertidos ante las caídas mortales de otros seres humanos con menos suerte.
Hay un grupo de presos españoles que se dedican, bajo las directas ordenes de los SS a realizar fotografías del campo. Los nazis son escrupulosos, documentan todo, quieren dejar testimonio grafico de su “arte” en la destrucción de vidas humanas. Los fotógrafos son Francesc Boix, Antonio Cereceda y Antonio García, se les unen Juan Pedrol Carbonell, José Alcubierre Pérez, José Aviñó Sabaté, Manuel Cortés García, Félix Labara Peña y Manuel Ángel Ramos Barril a los que se les nombra erkennungsdienst (encargados del laboratorio fotográfico). Ellos sienten que el cometido encargado les exime del acarreo de las piedras, del trabajo inhumano que en pocos meses agota totalmente las fuerzas, siendo entonces, conducidos a Gusen, campo de muerte o al sanatorio de Hartheim, fallecen igual pero con experimentos previos de los médicos sádicos que endurecen el tránsito. La muerte no es temida por los presos esclavos de los campos, al revés, se convierte en amiga que buscan con denuedo. Algunos se tiran contra el alambre electrificado, otros hacen algo molesto para que los SS o los kapos los asesinen en un arrebato, como el cántabro Donato de Cos que a poco de llegar es apaleado hasta morir.
Los tres fotógrafos parecen salvados del horror que impera en el campo pero pronto deciden hacer algo que puede acarrearles la muerte segura. Como decimos, no la temen, por lo que imaginamos que no dudaron mucho.
Francesc Boix es periodista, tiene la certeza de que algún día la barbarie pueda terminar y el testimonio grafico sirva para documentar el horror que viven y decide junto a sus compañeros rescatar los negativos de las fotos que van tomando. Cada día se guardan unos cuantos…pero van siendo muchos y no tienen donde esconder el material. La comunidad en la que descansan en los barracones del campo es impensable para esconder tanto negativo.
Los presos del campo realizan varios cometidos, no solo el trabajo en la cantera. Incluso, los considerados oficiales de las SS han creado un batallón de prostitutas para “premiar” a los presos dóciles, a los elegidos por ellos. Son las esclavas de los esclavos. Hay niños, que si son pequeños son asesinados rápidamente porque molestan y no producen, pero a partir de los trece años ya sirven para el trabajo.
El empresario Anton Poschacher solicita un batallón de presos para sus instalaciones…Hemos de decir que en nuestra visita al campo comprobamos que la empresa Poschacher, luce sus grandilocuentes carteles por las carreteras que recorrimos, por lo que imaginamos que poca o nula depuración sufrieron los dueños.
Hay un comando de cincuenta hombres que salen del campo cada día para trabajar en las empresas del Poschacher; recorren los caminos desde el campo hasta el lugar de trabajo. En ese recorrido está la casa de los Pointer, cuya dueña, Anna, contempla con pena el ir y venir de los hombres famélicos ataviados con monos de rayas y pañuelos azules que muchos de ellos portan una s gigante. S, de spanien, porque el comando está formado mayoritariamente de españoles, “los Pochacas” se hacen llamar.
Michael Poitner, en su trabajo de la estación los ha visto llegar, y le destroza el drama de ver como son separados los hijos de sus madres o padres, a hermanos, incluso amigos que han forjado lazos en los inmundos trayectos de los trenes de la muerte. Imaginamos sus ojos llenos de angustia llegando a su casa y contando a Anna el drama diario de los viajeros con monos de rayas. Y a ella, referirle el caminar angustioso de los presos camino del trabajo o del campo.
Cuando los fotógrafos del comando no pueden esconder más negativos, idean algo para conseguir sacar el material. Les han contado la mirada de cariño que lanza Anna al paso del comando Poschacher, y Antonio García decide abordarla con mucho cuidado, y comentarle si puede esconder los negativos.
Ignoro, porque hay poca investigación sobre ello, como se comunicaron, si el español sabía algo de alemán, Anna algo de castellano, fue por señas o solo los ojos desesperados por parte de ellos y solidarios por parte de la mujer fueron el vehículo de la comunicación. El caso es que cada día, cuando salen llevan consigo parte del material fotográfico hurtado por Boix y sus compañeros, que es arrojado con sumo cuidado al jardín de Anna Poitner. Poco después, con la misma discreción, es recogido por ella.
Primero lo guarda en el sótano de la casa, pero entiende que es peligroso y fácil de encontrar, por lo que idea levantar unas piedras del muro trasero de la vivienda resguardando allí la carga que le dejan en el jardín cada día.
El peligro que acecha a la familia Poitner es mayúsculo, de descubrirse irían todos ellos a ocupar alguno de los campos de donde salen las fotos, pero imaginamos que Anna, esa pequeña gran heroína, no duda o si lo hace puede la humanidad al miedo.
Meses antes de la caída del campo en manos aliadas, los SS deciden destruir las pruebas acumuladas en los archivos del campo, ordenan a Boix que destruya todas las fotos que tienen acumuladas, cosa que no hace pasando a incrementar el escondite de la casa de los Poitner. Hasta 20.000 negativos ha llegado a acumular y más de 200 fotografías se guardan entre los muros de la apacible casa familiar de los Poitner que al ser liberado el campo tuvieron un cometido importante.
Lo primero fue documentar el espanto que seres humanos han ejercido sobre otros, porque la propia población que lo ha vivido opta por silenciar, por el olvido, quizá espantados de su propia cobardía y perversidad, pero el mundo no puede pasar por alto lo ocurrido porque hacerlo sería deshonrar a las víctimas y condenarnos a repetir la historia.
Luego, desmentir a los SS que pretenden eludir la responsabilidad de haber colaborado en crear una factoría de la muerte. El primer desenmascarado por Boix, fue el supremo arquitecto hitleriano, Albert Speer, que mantuvo con Hitler una amistad rayana en un amoroso complot de admiración. Speer, cuando es juzgado en Nuremberg, niega conocer los siniestros campos y las ideas que han conducido a más de veinte millones de seres humanos a la muerte. No sabe nada, afirma, él solo ha diseñado los edificios para mayor gloria del III Reich. Solo es un buen arquitecto, un buen alemán. Cuando Boix enseña las fotos de Speer caminando entre sonrisas por Mauthausen en compañía de Himmler, se desenmascara al frío Speer al que condenan a veinte años de cárcel gracias a las pruebas graficas. Con Himmler no se pudo hacer nada porque tuvo el cuidado de suicidarse antes, pero sí con el jefe de Gestapo, el SS Kaltenbrunner al que pudo mostrar también en las fotos.
“Aportadas como pruebas:
No. 153. (Prosecution Exhibit #153). Las fotostáticas de las mismas se hallan catalogadas en NARA (casilla 11A, RG 153 ubicación: 270/1/14/07). Las fotografías originales se encuentran catalogadas como RG 549 (Box 345).”
Estas fueron fotografías también exhibidas como prueba en el conocido como «Doctors’ Trial» («Juicio a los Médicos»), US v. Karl Brandt et al. , uno de los 12 juicios subsiguientes al principal celebrado en Nuremberg.
Quizá pensemos que no fue nada grande lo que hizo Anna Poitner, que nunca salió de su bello pueblo, tan solo contempló el horror y supo revelarse de una forma sencilla, poniendo su vida y la de los suyos en peligro. Supo entender que aunque se piense en grande, a veces los pequeños actos locales pueden cambiar el mundo.
La familia de Anna Poitner siguió viviendo en la casita del pueblo maldito, hasta que anciana murió en paz rodeada de los suyos.
Se le dedicó un monumento y cada año se le rinde homenaje por la enorme labor realizada mientras el muro de piedra conserva, silencioso, el recuerdo de haber ocultado las fotos de la infamia. El descubrimiento de la placa conmemorativa en memoria de Anna Pointner tuvo lugar el 9 de mayo de 2015, a las 14:00 horas, en el núm. 61 de la calle Vormarktstraße, Mauthausen
Nunca podremos olvidar a una sencilla ama de casa que supo sentir la compasión y la solidaridad que la enfrentó al miedo. Anna Poitner.
María Toca Cañedo©
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