No se puede estar en desacuerdo con una experiencia de vida ajena, con los hechos vividos por otro ser humano, con hechos ocurridos en su ámbito laboral o íntimo.
No se puede estar en desacuerdo.
Puede que tu vivencia sea distinta, puede que lo que le ocurre a alguien no sea cercano a ti o a tu entorno, pero no se puede negar.
«No estoy de acuerdo con eso que te pasó» es una sentencia absurda.
No se puede apelar a la responsabilidad ajena por lo que una interpreta o fantasea de lo que alguien escribe o comparte.
Sí por lo que se dice, se escribe o se muestra, si lo consideramos dañino o violento o lesivo.
Nunca por la interpretación, fantasía o juicio de eso o por cómo me hace sentir a mí.
El malestar ajeno por lo que una persona interpreta de un texto o por cómo le hace sentir o si le toca en lugares muy sensibles no es responsabilidad de quien escribe.
Mi sentir sobre algo que leo es mi responsabilidad.
En caso contrario hacemos responsable al autor/a de los sentimientos de todos sus lectores.
No se discute sobre gustos.
El verde no es un color cuestionable.
Si a mí me gustan los plátanos tampoco.
Debatir sobre gustos es absurdo.
Dar las gracias cuando alguien te ofrece o regala algo fruto de su estudio, conocimiento o bagaje es ser generoso y recíproco.
Tú das, yo agradezco. Es fácil.
Decir que algo es una chorrada sin el más mínimo argumento no aporta absolutamente nada. Suena bien y contundente, pero es cero nutritivo.
Y, por último, hay gente que se convierte en Javier Marías y se dedica a enjuiciar el trabajo ajeno con gafas enmohecidas y esperando la ocasión para el señalamiento moral o el desprestigio.
Si me convierto en una de esas personas, dadme un golpecito fuerte y que no sufra.
Gracias.
María Sabroso
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