No hay otro igual.
Salgo del cine y pienso en cómo es posible que un solo actor sostenga sobre sus hombros una película, quién podría haber interpretado este papel así, con esa inteligencia maliciosa, ese acierto en el matiz, esa burla implícita en cada gesto, en cada mirada, en cada inflexión de la voz. Bardem se ríe de Julio Blanco, el buen patrón que se cree el padre de su empresa, que ha contado a sí mismo tantas veces la fábula de la familia feliz que al final no concibe que sea una ficción. Ese padre incestuoso, abusador, taimado, arbitrario, necesita que todo cuadre en la empresa que anuncia su nombre en un arco idéntico al de Austwich, aquel que se burlaba de los presos con su «El trabajo os hará libres». Bardem da vida a un empresario abyecto convencidísimo de su bondad, a un individuo controlador de su microcosmos que repite lemas y sermones buenistas para ocultar su espíritu depredador, su necesidad de imponerse sobre el otro y exprimirlo. Básculas Blanco es un campo de concentración regido por un lobo que sonríe. Brillante es un adjetivo deslucido para contar lo que ha hecho Bardem en esta fábula sobre el mundo en que vivimos, sobre las trampas en que caemos al pertenecer a un sistema alienante, hipócrita, que convierte a la justicia en la señora más ciega de todas. Es como si todo el equipo hubiera comprendido la melodía cínica, burlona, que debe escuchar el espectador al ver la película. Nada desafina, nadie pierde el paso. Pero Bardem. Ah, Bardem. Qué enorme espectáculo es verle destrozar al empresario modélico mientras interpreta al empresario modélico.
Ave, Bardem.
(Maravilloso retrato de esta bestia que forma parte de la exposición de Jorge Fuembuena, en Independencia, Zaragoza)
Patricia Esteban Erlés
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