Hay mucho bobo. Nada que ver con Bobo, con B mayúscula, un espléndido poeta que estudió conmigo de chicos, y que cuando se hizo un hombre se dejó una barba tan larga que le llamábamos también en griego macarrónico To Jristós. Las chicas decían que estaba guapo. Luego yo también me dejé barba larga y las chicas decían que estaba interesante. Las chicas de entonces se daban mucho a la piedad y no sabían mentir.
Uno de lo bobos pirómanos es un tal Pollán (se ruega a Lola Álvarez Feito que no haga una de las suyas). El tal Pollán ha pasado de ser entrenador de balonmano a presidente de las Cortes de Castilla y León. Nada extraño, Botella pasó de la nada a alcaldesa de Madrid. Y claro, la que armó parda, como dice mi nieto Miguel.
El tal Pollán ( aguanta, Lola, aguanta) le ha metido un viaje a la universidad de Salamanca en favor de la universidad de Valladolid. No se entiende, porque él es de León y con solo asomarse a la ventana de su casa se entera de todo y bien.
Pues mire usted, Pollán: que no. Ni por antigüedad ni por influencia. El tema no merece una sílaba más.
Peor ha sido lo de su jefe Santiago Abascal marcándose un Millán Astray. Le ha contestado con dureza el rector de la universidad de Salamanca, apelando a la ignorancia del líder de la extrema derecha.
Hace casi 60 años la universidad de Salamanca era semillero de muchos poetas. Boberías, dirán Pollán y Abascal. Pues que tampoco. Porque aquella generación de poetas hizo a la ciudad más feliz. Yo era un alevín. Y lo que son las cosas: los grandes me acogieron muy bien. Puede que los curas de Toledo recen para que se muera el Papa, pero los poetas de aquella Salamanca me dieron la vida. Y dieron luz a un lugar ya desde siglos luminoso. Hágale caso a Cervantes, si es que ha oído hablar de él.
Nadie es culpable de su propia fugacidad. Y así se han ido todos aquellos poetas, cargados de inocencia y compromiso. El último ha sido Lorenzo Pedrero que ha dicho adiós a su Zamora y lo que queda de nuestra Salamanca, una nostalgia y ya. Creo que con este adiós de Pedrero, sumado a los de Ullán, Aníbal, Requejo, Soto del Carmen, la universidad se desmochó tanto o más que con la expulsión de Tierno Galván. La mayoría de ellos dejaron la Plaza de Anaya por la enseñanza, siguiendo los pasos de Juan Ruiz Peña, y antes de Torrente Ballester. Pero la ciudad acusó su ausencia estudiantina.
Debo decir ahora que todo está consumado o así, que el poeta que más ha influido en mi vocación literaria fue Lorenzo Pedrero. Y me lo dejó escrito. Lo guardo. Y ahora que se ha muerto («El viento se hizo malo/ el día que murió mi madre andaba entre los cipreses«), vuelvo a sus palabras de poeta hermano y también lloro por la garganta arriba.
Por Lorenzo, por los demás, por todos nosotros, por los que dejamos en manos de bobos. Y lobos.
Valentín Martín.
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