Es difícil soltar a un personaje como Carlota O, Neill. O soltarla impunemente después de haber leído, entre emociones diversas, su biografía: Una mujer en guerra. Las palabras y la literatura desgranada por Carlota en las páginas de su obra tienen humedad, piedra oscura, orín, polvo, suciedad y la oprobiosa sensación de ahogo que ella sufrió en los cinco años de cárcel que tuvo que soportar. Su lenguaje brioso, magnífico, dentro del descarnamiento naturalista de sus vivencias nos saca de la cómoda vida que llevamos para sumergirnos, sin amparo, en la suciedad y el terror de las mazmorras franquistas de Melilla en la prisión de Victoria Grande.
Tal como ocurre en otras ocasiones al leer o mirar la obra pictórica de las numerosas mujeres que llevamos biografiando, conforme avanzamos en su conocimiento nos invade una desazón no exenta de rabia al comprobar el tamaño del desastre que sufrieron las artes y las ciencias quebradas por la guerra y sobre todo por el devenir del fascismo salvaje que los vencedores impusieron sin piedad, con todos los agravantes de crueldad imaginables. Se perdieron muchas vidas que hubieran aportado lustre a la historia española. Se perdieron maestras, literatas, pintoras, escultoras, científicas…Se perdieron tantas mentes o se deslavazaron entre el exilio y la penuria. Me viene a la memoria Matilde de la Torre, Eulalio Ferrer, Elena Fortún https://www.lapajareramagazine.com/elena-fortun Consuelo Bergéshttps://www.lapajareramagazine.com/consuelo-berges…Y tantas que marcharon con el corazón encogido para dejar su obra en otros mundos que las recibieron mal que bien.
La obra que analizamos, Mujer en guerra, es tan magna, su lenguaje literario tan sutilmente hermoso dentro del espanto que nos cuenta que pienso la enorme talla literaria de una mujer, Carlota O, Neill, que en otras circunstancias, en otro país menos cainita que el nuestro, hubiera desarrollado. Carlota escribió mucho, hizo prensa en México, en Venezuela. Escribió novelitas de amor en Barcelona para poder comer y que sus niñas fueran a un caro colegio religioso tal como la impuso el Tribunal Tutelar de Menores, porque le arrebataron su custodia. Lo hizo forzada por las circunstancia y ocultando su nombre bajo el seudónimo de Laura de Novés …Hasta el nombre borraba la dictadura. Por roja…y por nuera del coronel Leret.
No puedo dejar de pensar que si aquel nubloso 17 de Julio de 1936, hubiera seguido tan plácido como los días anteriores y el capitán Leret hubiera tornado de noche a la barcaza donde veraneaba junto a sus pequeñas y su amada Carlota , ésta hubiera escrito con calma, solazada por el aire marino, bellos poemas quizá de amor a ese hombre alto, bello, de ojos azules y sienes perfectas del que estuvo enamorada hasta el final de sus días. Carlota hubiera escrito novelas magníficas, relatos brillantes donde su prosa y el empuje literario brillarían con el talento que sin duda poseía. A la vez las pequeñas Loti y Mariela, hubieran crecido caminando de la mano de su papá y mirando los profundos ojos de su mamá en la seguridad de un hogar en paz y feliz.
No fue así. Un pequeño generalito africanista y variados intereses espurios se les cruzaron –como a tantos/as españolas- con ese ataque a Melilla, luego al resto del país que interrumpió el tranquilo discurrir de las vacaciones de la familia Leret-O, Neill. El bravo capitán Leret no regresó esa noche ni ninguna otra porque ayudó a defender la legalidad que juró con su uniforme, además de la sentida lealtad republicana y de clase. La muerte en manos de desconocidos que lo asesinaron tirando sus restos a una zanja se cruzaron en la vida -pequeña vida- de unos seres felices para destrozarles el futuro.
El libro del que hablamos no es político. Carlota O, Neill, no es política. Apenas nos cuenta avatares sociales. En las últimas páginas casi abjura de sus ideales por agotamiento, quizá. Nos recalca al hablar de una de las personas providenciales en su vida, el periodista Mario Arnold, que no era político, que jamás manchó sus manos de sangre, ni tan siquiera supo bien porqué escribía a favor de la República, quizá porque le tocó el territorio. Nos habla de la libertad, del amor a unos ideales pero de forma desdibujada, sin partidismos ni empecinamiento. Así de banal fue el destino que los abatió.
Y lo repite con un cansancio ausente que se nos clava en el alma. No busquen a una revolucionaria en Carlota O, Neill. No busquen a una pionera, ni a una heroína, siquiera. Carlota era una mujer enamorada a la que asesinan a su marido, arrebatan a sus hijas de forma cruel y despiadada; ella solo lo sufre en el desamparo y la soledad más lúgubre. Si avanzó hacia delante fue porque no quedaba otra. Si recuperó a sus niñas y venció al errático y despiadado coronel Leret -ese suegro maléfico- fue porque no había otro camino. Si consiguió burlar al franquismo, sobrevivir y de alguna manera triunfar como escritora y periodista lejos del cainismo español, fue casi a su pesar.
Porque Carlota no tenía madera de heroína, aunque lo fue. Ni de mujer fuerte, aunque lo fue con esa fortaleza que emana de las mujeres sencillas a las que se les ataca por el flanco más doloso: hijas y amor. Carlota vence a la dictadura franquista y al coronel Leret, pero sin ganas. Porque ella solo quería estar cerca de su amado Virgilio, de sus nenas, Mariela y Loti y de sus libros.
Por eso hieren tanto las páginas de Una mujer en guerra. Por eso deja sin aliento leer el desarrollo de la vida cotidiana en la mugrosa cárcel melillense de Victoria Grande, donde la entierran cinco largos años, por el único delito de haber escrito unas páginas privadas criticando el golpe de estado y al generalito. Es sometida al régimen mortuorio de la cárcel denunciada por ese suegro orate que la culpa del “desvío” izquierdoso de su hijo. El viejo coronel Leret vierte su frustración por no llegar al generalato y por perder a un sustentador de su vida, ese hijo fiel que le entrega el sueldo ganado con insidia de militar sin vocación en sus primeros años. Vierte en Carlota su venganza, como tantos hicieron con vecinos, con familiares poco avenidos. En la postguerra española se desataron los jinetes del Apocalipsis, el odio viejo desbordó la vasija de las almas emponzoñadas premiando la delación, las conjeturas malsanas. Los vencedores medraron a base de acusaciones falsas, supuestas o inventos criminales.
No hay pueblo en la geografía española, no hay lugar donde no broten viejas historias como la de Carlota O, Neill. En cualquier rincón de nuestro país nos relatan delaciones falsas o exageradas que costaron vidas y haciendas. Vidas segadas o enterradas en penales sin piedad por motivos nimios o falsos lo que conllevaba incautaciones interesadas del patrimonio de los vencidos. Incautados negocios, fincas, ganaderías, casas, patrimonios acuñados por trabajos honrados, por herencias o por la suerte que pasó a manos de los traidores. Libertades e indultos comprados a base de pagar con la hacienda, dejando en la total pobreza a los vencidos. Libres, porque compraron esa precaria libertad, pero muertos en vida. O simplemente, los delatores, disfrutaron del gozo de ver derretirse en el fango del dolor o penar hacia el paredón al vecino con el que se discutió la linde, al cuñado insolente…Carlota nos cuenta en su libro delaciones de madres a hijos, hermanos…Delaciones, soplos interesados que costaban la vida o años y años de muerte lenta en las prisiones del generalito.
Todo eso que sabemos pero no queremos oír nos lo relata Carlota O, Neill de forma magistral, permitiéndose un trazado literario experimental y vigoroso que nos asombra por su calidad y por el lenguaje cuidado, a pesar de la sangre que destila su pluma. A pesar de los jirones que traslucen sus páginas. Créanme, hay momentos que es necesario salir a la ventana a respirar aire limpio porque la mazmorra de Victoria Grande se nos pega a la piel. Aunque de todo el libro hay un pasaje que merece atención por el dramatismo: Carlota ya es libre. Ya tiene a sus pequeñas. Vive en Barcelona malamente pero con cierta dignidad, nos cuenta, entonces, que se sentía más libre en la cárcel rodeada de mierda y cerrojos. Nos explica que allí, su silencio o el grito de ¡Franco, Franco! brazo en alto, todos sabían que era falso, obligado. No engañan a nadie, nos dice con dolor; están presas y los esbirros las obligan. No como en libertad que su silencio es cómplice del dolor, de la tortura, del miedo de los presos que quedaron anclados en los penales. A Carlota la abruma ese silencio. La tranquila calma de la aquiescencia con la dictadura. Es cuando decide exiliarse porque no soporta los silencios complices.
Nos cuenta que prefiere mil veces el calabozo que el silencio cobarde que cercena la libertad y la dignidad. Por eso huye de España. Por eso cogió su hatillo, a sus pequeñas y se lanzó a la aventura de cruzar el Atlántico, sin nada y sin esperanza, por no seguir callando y sintiéndose parte integrante de los carceleros. Sabe que su alma está enterrada en una tierra sin nombre ni lugar preciso donde yace Virgilio Leret, su amor y donde penan sus compañeras de celda. En esa enorme cárcel o sepulcro que fue España donde los inocentes estaban tras de los barrotes y los traidores y complacientes, andaban libres por las calles.
Miremos la obra de Carlota O, Neill. Busquemos Mujer en Guerra y leamos la historia que nos cuenta. No hacerlo, no conocer el dolor de la historia de nuestro país, nos hace cómplices de quienes asesinaron a Virgilio Leret, de quienes encarcelaron a Carlota O, Neill y tantos y tantas que siguen emponzoñados en cunetas cubiertos por el polvo del olvido.
In Memoria del capitán Leret, de Carlota O, Neill. Con cariño para Loti y Mariela.
María Toca
Me has emocionado, porque lo has hecho desde el corazón. Pronto tendremos la obra íntegra, ya que, en su momento, se eliminaron muchos pasajes. Tengo una foto de Mario Arnold y muchos documentos para rebatir las estupideces que seguimos escuchando. Abrazos
Que enorme alegría Rocío, porque leer a Carlota, descubrirla ha sido muy hermoso. Espero con ansia que se publique todo lo que habéis encontrado. Un abrazo muy fuerte y gracias de nuevo