
Eres feo Donald. Feo sin remisión, es un hecho inexcusable. Sí, ya oigo a amigas que dirán: “mal, María, muy mal. No se puede juzgar a nadie por su físico, que bien os fastidia a vosotras cuando ocurre”. Y tienen razón, mis amigas. Como descargo, diré, que miles de años (y lo que nos queda) siendo juzgadas por ello, me dan bula y perdón para decirle a Donald, que es feo. Con esa piel como de lechoncillo anaranjado, que a poco que se le acerque la cámara se nota la textura grasosa y purulenta como rezumando grasa. Esos ojillos blandos, llorosos, que miran y desnudan; esa nariz de pájaro esquivo.
El cuerpo, Donald, lo tienes escombrado por mucho que lo amagues con trajes de postín. Lo del pelo, Donald, lo dejo para lo último porque tiene bemoles. ¿Qué estilista tienes, alma cándida? ¿Qué o quienes te asesoran con ese tupé planchado y errabundo que te adorna? A ver, Donald, que en la Quinta Avenida hay lugares donde te dejarían nuevo. Imagino que con esa petulancia que te adorna, tú, te ves guapo, estiloso y hasta delgado. Pues no. Te lo juro, Donald, que no te engañe el ego. Que no digo yo que no ligues, porque a la vista está con los pivones que te adornas, todos muy tuneados, claro, a tu gusto y manera, que el que paga manda. Pero, hijo mío, desde el cariño, te lo digo, si quieres alguna vez, comerte un rosco generoso y gratuito, con esas pintas, lo llevas mal.
Por eso nos desprecias tanto, es comprensible. Tus chicas, te salen caras. Y te encabronas, con cierta razón. Te preguntas, en la soledad de tus niquelados despachos, horteriles, como esa mansión en la Trump Tower, que calzas: “¿por qué un rufián cualquiera consigue a una tía buena que le quiera y le respete y yo tengo que pagar millones, sacarlas del telón de acero, o hacerlas millonarias en joyas?» Te mesas tu planchado cabello, entre sollozos, Donald, que solo de pensarlo me asoman lágrimillas a los ojos. Luego ya te calmas y decides cogernos del pussy (es una forma de hablar, Donald, a mí, jamás me cogerías, por descarte, por edad y porque te agarraría del tupé y las hostias resonaban hasta en Brooklyn )
Entendemos Donald, que estás muy dolido. Desde siempre. Seguro que tu mamá se reía de ti, o te dejaron en el cole solo, olvidado, un día de invierno, o la chica de tus sueños se hizo bollera antes de tocarte. Y eso duele, Donald. Duele y deja secuelas. Por eso entendemos tu zafiedad, tu insulto. Casi, casi, nos da hasta penica, porque algo me dice, que en atributos masculinos no andas sobrado. Y ya se sabe, de la abundancia de complejos habla la boca. Que te entendemos Donald, de verdad, pero trátate. Hay buenos terapeutas, para ello, en Manhattan, tú pregunta a Woody. Y peluqueros también, pero eso mejor que no preguntes al señor Allen, tu Melania te dirá algo.
Maria Toca
26-12-2016
Esta carta fue escrita hace nueve años. Desde entonces algo ha cambiado. A peor. Con los años se te han desatado los filtros y la estupidez hasta limites insondables. Te aseguro que de no ser por los dramas que produce tu locura el descojono sería mundial. Que lo es. Lo de ser papa, por ejemplo. Fíjate que observando tu mala educación, la decadencia de un tipo mascando chicle, malhumorado, mirando el móvil y vestido de azul añil para llamar la atención, me pensé lo que sigue: «este botarate va a querer ser papa contemplando la pompa que tienen en Roma»
A los pocos días, vas y lo cascas. Y no es que yo sea vidente, es que tú eres evidente. Previsible hasta la risión y el ridículo mundial. Hubo un César loco que nombró cónsul a su caballo, Incitatus se llamaba. Otro que arengaba durante horas a los súbditos hasta agotarlos, que quemó Roma para componer odas al fuego. Donald, como no tenga el destino misericordia con el mundo o se plantee algún alma heroica a hacer un «Dallas» vas a pasar a la historia como el bufón mayor que ha nacido. Tu narcisismo es tan patético como impotente tu rabia de niño retrasado y mal querido.
La verdad es que produces tanto dolor como risa, Donald. Que es mucho.
María Toca Cañedo
Me encanta esa carta. Ojala llegue este tipo a leer algo parecido.