La lluvia torrencial de un televisor en marcha
vació las calles, rigurosamente.
Bajo mi balcón
unas alas de paloma yacían
como único testimonio
del festín voraz de su gaviota.
Sutil prolegómeno para lo que acontecería.
Me di la vuelta como un guante
y me quedé aquí,
entre las cuatro paredes de mi mollera
desde donde oreo las sábanas
y sangran las encías de esta ciudad desierta.
En mi inmensa estepa dibujo aves,
me empleo en papiroflexia,
reverbera el goteo de un grifo
contribuyendo a la locura noctívaga,
el germen ya es el miedo.
Mismo cielo, a océanos de distancia,
las cofas, las atalayas, los ojos de buey
sacan sus silbatos, sus catalejos infames
y aplauden, puntualmente tarde.
Sonríe en su provisión mezquina
un triste yonqui de pantallas
de epidermis hambrienta;
con las nuevas, la histeria
se acomoda en su caverna.
Será el toque de queda
la metáfora por antonomasia
de la laguna, la carencia,
el rastro infecto que deja la carcoma,
la avidez y el serrín.
En última instancia
¿qué hay de la humanidad del virus,
de un planeta que quiere vivir?
Si apenas nada,
una liga de trinos alborea
allá afuera y con ella
los rescoldos del sueño,
la mano infante y el sosiego.
Macías Berenguer Ivars
Imagen: Alimañas, 2017. Óleo sobre tabla. 55 x 55 cm_Autor: Juanjo Viota
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