Imagina que dibujas una casa y nos refugiamos allí de la lluvia una tarde a las siete y veintitrés. Imagina que al principio la casa que dibujas no tiene pasillo pero yo grito porque vamos a llegar demasiado pronto a la habitación del fondo y tú dibujas un pasillo tan largo que el pelo se nos seca por el camino. Imagina que dibujas el tiempo que tardamos en atravesar ese pasillo de baldosas que se mueven. Siempre te han gustado las baldosas que se mueven y no dibujas la luz, porque la luz no te gusta y está sobrevalorada. Imagina que dibujas a alguien que enciende la radio o pone un disco en la casa de al lado que todavía está por dibujar y es un fantasma con propietario. Imagina que dibujas una canción de tormenta y casa en sombras que cruje. Imagina que quiero una chimenea y la pintas, pero luego no y la borras. Imagina que dibujaste una casa para que fuéramos sorprendentemente felices pero se nos ha secado la ropa y todo es raro y te pido una lámpara de cristales desvencijados, como lágrimas de viajero muerto al borde de un camino. Y tú te subes a una banqueta que debes dibujar primero y la dibujas, allá, alta en el techo una tela de araña que nunca llegará a encenderse, y, sin que te lo pida siquiera, la soga, de un amarillo oscuro, casi negro zarpa de tigre.
Patricia Esteban Erlés
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