Peg Entwistle había llegado desde Gales a Broadway, dispuesta a cumplir su sueño de ser actriz. Y le iba bien, porque su acento británico era una cualidad que exigían muchos de los papeles femeninos de la época. Pero entonces atropelló al mundo la crisis del 29 y las ofertas empezaron a escasear. La gente se lanzaba desde los rascacielos y no tenían tiempo para asistir a representaciones teatrales, así que a joven rubia y etérea que había sido proclamada la actriz más prometedora de su generación hizo las maletas y se mudó a Hollywood. Allí conoció el fracaso. La contrataron para una película donde aparecía también Bogart, pero tuvo tan mal malas críticas que la productora rehizo el montaje y eliminó casi todas las escenas donde ella aparecía. Arruinada tuvo que instalarse en casa de su tío, que vivía frente al cartel del monte Lee. Si se asomaba leía esa palabra escrita en mayúsculas para recordarle todo lo que no había sido capaz de conseguir ella, que tenía madera de triunfadora, perdida en el bosque de acebo, sin ser capaz de encontrar el camino de vuelta, como una niña de cuento. Peg cogió su bolso una tarde de septiembre y fingió que iba a encontrarse con unos amigos. En realidad se descalzó, dejó su bolso con una nota dentro y trepó a lo alto de la H. Se arrojó al vacío y solo descubrieron su cadáver al día siguiente.
Tres días después llegó a casa de su tío la oferta de un papel protagonista en una obra de teatro. Peg hubiera tenido que interpretar a una joven que acaba suicidándose. Ensayó sin saberlo y demasiado concienzudamente aquel papel del que no llegó a saber. Dicen que dejó un bonito fantasma vestido de un blanco vaporoso paseándose sin rumbo por el monte Lee, las tardes en que el aroma de las gardenias es especialmente intenso.
El Ensayo
Patricia Esteban Erlés.
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