Desde hace un tiempo, justo desde que participo en redes sociales descubro escritores y personajes peculiares y con una dosis alta de personalidad. Imagino que son elegidos de forma subjetiva para formar parte de mi universo particular. Sigo a Sergi en sus publicaciones de índole personal y literario desde hace tiempo. No podría precisar que me deslumbró más de sus textos…aunque posiblemente fuera la visceralidad de sus palabras, la forma deliciosamente personal que nos muestra en un escaparate amigable su recorrido literario y humano. Huyo de postureos, de doctos que ilustran nuestro erial, de maniqueos que se arriman al sol que calientan las empresas editoriales y periodísticas. Sergi Bellver tiene una prosa vigorosa, recia de buen lector y mejor pensador. Su textos salen de una tripas pero se tamizan por un intelecto bien cultivado, que no elimina la emoción que trasmite lo que plasma en el lienzo perpetuo de sus páginas. Como escritor me parece de lo más interesante que muestra el panorama patrio, como ser humano, reconozco una fascinación por ese valor de la trashumancia, de quemar las naves vitales y entregarse como amante fiero a la pasión literaria. Pocos aman la literatura como Sergi. Pocos tienen la valentía de vivir para contar y ser fiel a si mismos sin claudicaciones. Sergi Bellver destila verdad y honestidad en sus escritos, pero sobre todo, Sergi es un gran escritor, aunque esté, de momento, concentrado en vivir…es escritor tal que humano. Esta es la entrevista que nos regala.
María Toca
Te sigo desde hace tiempo por redes, Sergi. Sé de tu trashumancia, que no tienes vivienda fija y viajas a golpe de inspiración. Vives con lo justo y, dices, cargas con un solo bulto en tu camino por el mundo. Forma de rebeldía o bohemia, ¿por qué te hiciste nómada? ¿Fue por falta de recursos o la libertad está en poseer poco? ¿Fue por buscar esa libertad o acaso nuevas emociones? O, simplemente, ¿no te gusta la vida sedentaria?
El detonante fue, como para muchas personas en el sector cultural en aquella época, la fase más dura de la crisis, entre 2008 y 2010. Luego, en dos momentos concretos, en 2011 y 2012, tuve que elegir entre renunciar a dedicarme casi por entero a la literatura y dejarla en segundo plano, como una afición casi clandestina, o adelantar a la adversidad por la derecha e ir a por todas, pasara lo que pasara. Como ya había vivido durante muchos años como un ciudadano bastante convencional (el programa completo desde muy joven: irme de casa, trabajar de lo que saliera, tener un sueldo, pagar un alquiler, comprarme un coche, tener cosas y más cosas) y había descubierto por fin mi verdadera vocación, aun en la peor coyuntura posible, me tiré de cabeza y sin guardar la ropa. Seis años y pico después, no me arrepiento del precio que he pagado en austeridad, incertidumbre y soledad, porque a cambio he ganado en experiencias, vida e historias. No tengo donde caerme muerto pero como persona y como escritor soy más libre y afortunado que nunca.
Ese modo de vida, ¿es importante y necesario para tu escritura? ¿O sería más cómodo asentarte en un sitio y con un trabajo normal que te permitiera vivir de forma desahogada?
Para vivir de forma desahogada tendría que haberme hecho registrador de la propiedad o traficante de armas. La escritura literaria, salvo contadísimas excepciones, condena a la precariedad, pero es que hoy en día, me temo, existen pocos trabajos convencionales que garanticen esa holgura material, yo no tengo formación ni interés en ellos y las otras cosas que sé hacer además de escribir tampoco son rentables. Una amiga me quiso advertir una vez de que, con la vida que llevo, no iba a tener una pensión el día de mañana. Me parece que, tal y como está estrangulando nuestro futuro este capitalismo salvaje, ya nadie tiene nada asegurado. Así que vivir el presente, pero vivirlo de veras, de forma intensa y no de cara a la galería, se me antoja como la única inversión existencial sensata. Todavía más para cualquier artista que pretenda hacer algo con verdad. Pero, aunque pienso mantenerme alerta al presente, ni siquiera esa inmediatez diaria será para siempre: algún día dejaré esta vida nómada, me buscaré una casa sencilla en un pueblo, adoptaré un perro y me sentaré las tardes de invierno a escribir novelones austrohúngaros frente a la estufa.
¿Influyen en tu obra los lugares en los que vives?
Absolutamente. Y en muchos sentidos. Soy permeable a lo que me rodea y es inevitable que eso se refleje en lo que escribo, desde los proyectos en los que me embarco al propio estilo literario. La prueba más evidente es que los tres meses que pasé en Budapest me llevaron a comenzar allí mi primera novela y a escribir un libro de viajes sobre la ciudad. Y, en cuanto a la escritura en sí, el viaje, el espacio y el paisaje tienen siempre un papel fundamental en mi narrativa, tanto en la ficción como en los diarios y otros géneros, como un código de símbolos que va mucho más allá de lo escénico.
Me consta, por tus textos, que escribir te importa por encima de todo. ¿Es necesidad de comunicar? ¿Pulsión voraz de una vocación que abrasa? ¿Qué es para ti escribir, Sergi?
Vocación tardía pero ya vitalicia, para bien o para mal. La última es una de esas preguntas de las que nunca salgo airoso, diga lo que diga, porque la escritura es un proceso continuo de búsqueda y siento que, si uno es capaz de explicarlo demasiado, quizá esté perdiendo cierta conexión con ese espíritu explorador para convertirse en una especie de perito o de forense de sí mismo. De cualquier manera, sí, creo que en mi caso nace de una necesidad de decir algo que le llegue de la forma más genuina posible al otro, a pesar de todo el barullo que nos rodea. A veces, sólo a veces, uno cree haberlo conseguido. Y me parece que voy a seguir intentándolo mientras me funcione la cabeza y conserve la tensión vital en las venas.
Ejerciste la crítica literaria en varios medios y te confiesas amante de la buena literatura. ¿Qué autores son para ti, a día de hoy, modelos de esa literatura con mayúsculas?
Desde que no tengo que hacerlo también de forma profesional, no leo tantas novedades como antaño ni estoy tan pendiente del panorama literario, pero sí le sigo la pista desde hace tiempo a varios autores cuya obra me parece que está llamada a perdurar. Y a menudo esas nueces no están donde parece indicar todo el ruido mediático, en el que suenan siempre los mismos nombres y a veces no entiendo por qué. Me gusta leer voces muy diversas porque no busco un patrón a imitar ni una corriente en la que encajar, sino estímulos que me saquen de mi propia voz y ensanchen mi noción de la literatura y del mundo. Podría mencionar a varios maestros bastante obvios y que siguen en activo, como Richard Ford o J. M. Coetzee, pero prefiero quedarme ahora en nuestro idioma y, a sabiendas de lo injusto y olvidadizo de estas cosas, creo que la literatura en español más potente, genuina y sin fecha de caducidad la están escribiendo autores como Chantal Maillard, Eloy Tizón, Antonio Ortuño o Mariana Enriquez, entre otros muchos.
Hablemos de premios. Sé que tienes una opinión formada al respecto. Puedes expresarla abiertamente porque no creo que @LaPajareraMgzn llegue a las altas esferas literarias. ¿Quedan premios honrados? ¿Hay alguno de entre los más populares y conocidos que, según tu criterio, tenga aún validez o son todos montajes comerciales?
Responder a todo eso con detalle daría para varias entrevistas, pero lo resumiré con algunas ideas fundamentales. Las editoriales son empresas privadas y pueden hacer lo que les parezca con su negocio, pero no venden aspiradoras, y alguna responsabilidad tienen en el tejido social y cultural. Y si no esas empresas, sí al menos los escritores. Me parece de un cinismo atroz que, a menudo, los mismos escritores “comprometidos” que claman contra la corrupción de los políticos participen de la pantomima de los grandes premios literarios, que no es ya que estén amañados, algo que, mal que bien, se sabía y se toleraba como parte de las miserias de este oficio desde hacía tiempo, sino que ahora ya sancionan y venden como obra de calidad literaria el encargo a cualquier perfil de autor o autora que les convenga. Como empresas privadas, las editoriales también deberían rendir cuentas si incurren en publicidad engañosa, y lo de la convocatoria limpia y abierta, la igualdad de oportunidades para los cientos de originales recibidos y la imparcialidad del jurado, me temo que lo es.
Si un sello quiere promocionar a uno de sus autores, podría emplear el dinero del premio, el de la gala de postín y el destinado a prensa en difundir y publicitar su libro, sin más, que es lo que vienen siendo al final la mayoría de esos certámenes, meras campañas de publicidad pactadas entre editores, agentes y autores. No es un crimen ni se acaba el mundo por ello, pero, de verdad, no entiendo por qué se sigue con toda esa comedia, si de otro modo los resultados comerciales no serían muy diferentes, pero al menos nos ahorraríamos tanta vergüenza ajena. Otro tema mucho más grave, por supuesto, es el de los premios con dinero público que se conceden a dedo a los autores afines. Algo tan sucio, delictivo y punible como la prevaricación en cualquier ayuntamiento.
En fin, habría mucho más que decir al respecto, pero tres cosas me parecen especialmente inaceptables: mentir a los lectores y a los autores (con la complicidad de los medios), ensalzar la mediocridad (con la bochornosa complicidad de muchos “periodistas culturales”) y liquidar casi todos los espacios que le quedaban a decenas de escritores serios y honestos para ver reconocido algún día su trabajo y tener un respiro en su carrera. Por supuesto, me consta que sobreviven algunos premios limpios y gente decente en este oficio, pero es muy triste que tengamos que aceptar como normal o inevitable todo este circo y su silencio alrededor. Y que, cuando se denuncia un fraude, el corporativismo del sector señale, ridiculice y margine al disidente y no al corrupto, al que disculpan, justifican o protegen para mantener el tenderete o por si un día agradece los servicios prestados. Lo más absurdo de todo es que ni siquiera me parece una estrategia comercial inteligente, sino pan para hoy y hambre para mañana, porque todas estas inercias acabarán por rematar a la edición literaria, ya herida desde hace tiempo. Llámame iluso, pero sigo pensando que el único modo de levantar una gran editorial es construyendo un catálogo de grandes libros. Es la vía más lenta, demasiado lenta para los voraces departamentos comerciales de las multinacionales, pero la más segura.
Sin apenas premios justos, con tantos editores mediocres que van a lo seguro, a lo que da rentabilidad al momento, ¿qué nos queda a los escritores para poder dar trascendencia a nuestra obra?
La trascendencia real sólo la dan la calidad, la verdad y la potencia de una obra literaria por sí misma. Un consuelo a todo lo anterior es que el tiempo pone a cada uno en su sitio. A los mediocres y a los trepas los borra del mapa, a las modas las entierra en el olvido y de los grandes revela toda su dimensión. ¿Qué lector con criterio lee hoy en día los pastiches de los personajes que hace sólo diez años andaban en boga pero nunca fueron buenos escritores de verdad? ¿Cuántos lectores seguirán cosechando dentro de una década los grandes libros de autores que como, por ejemplo, Julián Ayesta, permanecieron al margen de todo este tinglado editorial? Lo que tiene que hacer un escritor es invertir toda su energía en sus libros y esperar que un buen editor apueste por ellos. Porque, por fortuna, todavía quedan algunos editores a quienes sí les apasiona su oficio y creen en lo que hacen sin tener que venderle motos a nadie. No hacen falta más motos, sino buenos libros y sólo buenos libros, que al final siempre encuentran sus lectores.
Importa escribir, importa contar, importa hacer algo o intentar hacer literatura, pero necesitamos ser leídos. ¿Necesita Sergi Bellver ser leído por un amplio número de lectores o se conforma con escribir para unos pocos?
No tengo ningún afán de malditismo ni quiero ser como uno de aquellos poetas oscuros que morían en su buhardilla de hastío y tuberculosis. No creo que lo minoritario sea necesariamente mejor ni digno de culto. Está claro que hay menos gente leyendo al gran Felisberto Hernández que al zoquete de Dan Brown, pero a veces un libro no tiene lectores porque no los merece y, otras veces, un buen libro se convierte en un éxito de ventas porque, sin renunciar a la calidad literaria, toca un resorte en la gente que estaba ahí, esperando a ser pulsado. Por no hablar de las obras maestras que se siguen vendiendo por millones a lo largo de las décadas. Preferiría que leyeran mis libros ochenta mil personas que ochocientas, por dos razones tan sencillas como distintas: poder vivir algún día de mi trabajo y que lo que necesito decirle al prójimo consiga un efecto más amplio. El caso es que no sé cuál es el techo, pero me temo que no hay tantos lectores, digamos, literarios en España. Lo único que tengo claro es que voy a escribir siempre con el mismo rigor, la misma pasión y la misma exigencia conmigo mismo, lo haga para cincuenta mil lectores o para quinientos.
¿Qué influye en ti para contar una historia? ¿Qué te importa a la hora de sentarte a escribir?
No puedo darte una respuesta demasiado concreta, como te decía antes respecto al proceso de búsqueda en la escritura. Algunos de los cuentos de mi primer libro surgieron de una simple imagen, de un momento de rabia, de un sueño anotado al despertar o de un conflicto personal. Mi cuaderno de viajes en Budapest nació casi sin pretenderlo, a partir de mis diarios, como un río que se desborda. Y empecé a escribir mi novela a raíz de un suceso que, en apariencia, no tenía ninguna relación directa con ella. Lo único que cuenta para mí es que haya algo en cada historia que me conmueva, que me sacuda, que me emocione, que me indigne o que derribe mis certezas, porque para poder decirle algo auténtico al lector tengo que creer e implicarme en lo que estoy haciendo. De lo contrario, sólo estaría redactando como un notario en su despacho. Y ya hay otros escritores para eso, muy listos y preparados, muy ocurrentes, pero las piruetas y los alardes vacuos no son lo mío. Tampoco como lector: a un libro le pido que manche un poco, que no me dé la razón, que me lleve a alguna parte de la que no tenga el mapa.
¿Qué autores han influido en tu literatura, o a quién reconoces como maestro, en caso de tener alguna influencia?
Sería presuntuoso por mi parte decir que me han influido en algo, porque para eso tendría que acercarme a su altura, y no es el caso. Sí puedo mencionar a un puñado de escritores que me marcaron desde siempre, desde mucho antes de pensar siquiera en escribir, cuando no era más que otro lector empedernido. Autores y, sobre todo, narradores que son modelos, referentes o maestros, pero no sé si influencia, porque este aprendiz no llega a tanto. Conrad, Chéjov, Dostoievski, Poe, Kafka, Faulkner, Steinbeck, Camus, J. Roth, Buzzati, Stendhal, Kirstof, Hrabal, Céline y tantos otros, en fin, los espejos en los que uno se mira, aunque sea de lejos, muy de lejos.
Estás informado de las convulsiones mundanas, de lo que pasa en nuestro país, y eres un catalán emigrante continuo. ¿Cómo ves la sociedad catalana y española desde fuera? ¿Te sientes identificado con la agitada política de tu pueblo y del resto del estado?
Desde siempre, ya en mis primeros viajes de juventud, y cada vez más con mi vida nómada, he tenido una alergia severa a cualquier clase de nacionalismo. Me parece algo retrógrado, egoísta y estrecho de miras. Y en este caso me refiero tanto al independentismo catalán como al nacionalismo español furibundo, dos adversarios que se parecen y se necesitan más de lo que están dispuestos a admitir. Soy pesimista en este asunto, porque de los necios con banderita y de los pescadores que sacan partido del río revuelto ya sabíamos que no se podía esperar nada bueno, pero he visto a personas que parecían inteligentes y sensibles arrastradas también por todo este sinsentido, en un bando o en otro, y eso me descorazona. Supongo que forma parte de la pandemia mundial de estupidez que estamos sufriendo, con líderes cada vez más impresentables y masas cada vez más satisfechas de que les den su ideario bien masticado y regurgitado. Por muy manidas que estén esas palabras, “humanista”, “librepensador” y “socialdemócrata” siguen significando algo para mí, y como tal, aunque no me rinda ni baje los brazos, la verdad es que no puedo ser optimista. Por otra parte, el mundo es demasiado grande y la existencia humana demasiado corta como para amargarse la vida con las trifulcas en las que tratan de meterte tus vecinos. Lo consiga o no, como escritor y como persona, mi prisma intenta siempre salir del barrio y abarcar lo universal.
Te comunicas bastante en las redes. Me sorprende porque es difícil encontrar en el medio personas que trasmitan verdad. O eres magnífico creando un personaje o ese personaje eres realmente tú. ¿Cuánto hay de la persona de Sergi Bellver en lo que nos trasmites en tus redes?
Esto me hace gracia porque me lo dicen de vez en cuando y desde hace tiempo. Pero creo que a veces la gente se confunde. Uso las redes (Twitter muy poco, pues nunca me acostumbré a los niveles de contaminación que allí se respiran) como una especie de cuaderno de notas digital, espontáneo y compartido. Como una herramienta útil y a veces divertida, si uno sabe mantenerse a distancia del ruido y de la gente malintencionada. Mi cuenta en Instagram, la red social más tranquila, en principio, se parece más a un álbum de viaje. Y en Facebook me permito más prontos e impulsos, pero también suelo borrarlos, como arrancaría uno de su libreta cualquier página que no fuera a conservar. Digo que la gente se confunde porque a veces esperan que mis libros se parezcan a mis redes, y no, no tienen mucho que ver, porque en el papel están mi vocación y mi oficio, además de muchas, muchas horas de trabajo, pero en las redes sólo muestro retales espontáneos de mi día a día. Por resumir, todo lo que digo y hago en las redes sociales, con mis errores y mis aciertos, es verdad, pero en ningún caso es toda la verdad. De hecho, sólo mis mejores amigos saben que soy una persona que suele callar el noventa por ciento de lo que siente o piensa. Así que no, no hay personaje ni careta en las redes, sólo unos cuantos trozos de alguien que, igual que un día los comparte, al día siguiente los tira a la basura y sigue su camino. Es sólo una herramienta, a veces útil, pero el día que deje de ser divertida acabará también en el contenedor.
Has impartido talleres de literatura, ¿a escribir se aprende o se nace escritor?
La mirada del escritor se tiene o no se tiene. Es algo que viene de serie y ningún taller puede dártelo. No hablo sólo del talento, que también, sino más bien de cierta actitud frente al mundo. Lo que sí puede hacer un buen profesor es ahorrarte unos cuantos tropezones innecesarios y acompañarte durante un trecho del viaje, es decir, ayudarte a afilar y a afinar esa mirada, para que tus textos corten y suenen mejor. Nada más. Y nada menos. Pero el resto del camino lo tienes que hacer solo, como todos.
Háblanos un poco de tus dos primeros libros, Agua dura y Variaciones sobre Budapest. ¿Qué significaron para ti?
Agua dura fue, además de mi debut literario (con todos los nervios, las decepciones y las alegrías que ello implica), mi libro de aprendizaje, el de un narrador en formación que está buscando su voz. Recibió mejores críticas de las que esperaba y creo que tiene al menos dos o tres cuentos de los que todavía se acordarán algunos lectores dentro de unos años. No podía pedir más para empezar. En cuanto a Variaciones sobre Budapest, mi primer libro de viajes, me ha dado muchas satisfacciones. Más allá de la crónica periodística, que no es mi terreno, la literatura de viajes contemporánea no suele tener demasiada respuesta entre el público, así que haber publicado una segunda edición de ese título ha sido todo un regalo. Además, las respuestas concretas de varios lectores, españoles y húngaros, me hicieron sentir que, de algún modo, había logrado destilar la esencia de esa ciudad en un texto que, en realidad y sin contener un gramo de ficción, reflejaba una mirada más personal que informativa. Es decir, más literaria que periodística.
Creo que ya has acabado esa primera novela tuya. ¿Nos puedes dar más detalles? ¿Qué nos cuentas de la aventura? ¿Cómo ha sido pasar del relato corto a la novela?
Se titula Del silencio y saldrá esta primavera, de nuevo con Ediciones del Viento, como Agua dura. Escribir novela no tiene nada que ver con escribir cuentos, desde luego, con sus ventajas y sus peajes, pero cada distancia narrativa tiene sus propias leyes implícitas, sus códigos y su artesanía interna. Cuando empecé a escribir esta novela en mi primer viaje a Budapest no pensé que fuera a llevarme algo más de tres años. Tres años de trabajo, de dudas, de conatos de abandono, de crisis y de peleas conmigo mismo, pero también tres años de aprendizaje, de crecimiento, de emociones y de darle sentido a mi vocación. Sólo espero haber estado a la altura de la historia que he pretendido contar y que los lectores la reciban con la misma entrega que le he puesto al escribirla. De la novela en sí prefiero que hablen en su momento los lectores, los libreros y otros compañeros de oficio, si procede, pero digamos que he utilizado un pasado no tan lejano, los años más duros de la Guerra Fría en Europa Central, como alegoría para hablar del presente.
Si tuvieras la posibilidad de elegir un lugar para quedarte a vivir de forma sedentaria, ¿qué sitio escogerías y por qué? ¿Quizá Budapest, por todo lo que has escrito sobre esa fascinante ciudad?
A Budapest espero regresar en futuros viajes, pero no creo que la eligiera para dejar mi vida nómada. Entre otras cosas, porque tengo proyectos literarios y personales muy concretos en otros lugares, como Alemania, Rusia o América Latina, por ejemplo. Pero sobre todo porque, después de pasar la mayor parte de mi vida en grandes ciudades como Barcelona y Madrid, y tras ensayar toda clase de realidades en mi nomadismo, me gustaría retirarme a un pueblo, no muy lejos de una ciudad para ciertas ocasiones, pero en plena naturaleza. Me da igual si es en mi tierra, en el norte o en el sur de España, en otro país europeo o en cualquier rincón del planeta al que me lleven los vientos, pero me gustaría pasar el resto de mi vida entre bosques, montañas o acantilados y al ritmo de las estaciones. Además, he comprobado que la vida campestre le sienta muy bien a mis horas de sueño y a mi escritura.
¿Qué queda del Sergi Bellver de la revista Avispero o del movimiento Nuevo Drama? ¿Hacia dónde has ido evolucionando a través de este tiempo?
Con la revista Avispero seguimos y seguiremos trabajando como editor y redactor, pues me ilusiona poner mi granito de arena en un proyecto altruista que fomenta la lectura entre los jóvenes mexicanos y en el que podemos hablar libremente de literatura, migración o feminismo. El Nuevo Drama fue un empellón arrebatado de tres amigos que apenas comenzaban en la literatura. Ocho años después, creo que el fondo de nuestra motivación era noble y genuino pero nos equivocamos en la forma. Aunque nada fue en balde, pues aprendimos un montón de la trastienda de este oficio, tan lleno de gente estupenda y auténtica como de cínicos e indeseables.
Evolucionar no es una elección, sino el camino natural e inevitable para todo escritor atento a su trabajo. En mi caso, además, busco siempre nuevos retos: después de un libro de relatos y de un cuaderno de viajes, voy a publicar una novela y un poemario, y mi quinto libro va a ser también un primer paso a tientas en otro género. Ya lo he dicho hace un rato: para mí, escribir es sobre todo una búsqueda que no cesa ni se conforma. Lo único que tengo claro es que, tras estos años de nomadismo y vida serena, prefiero hacer cada vez menos ruido, decir lo realmente importante con mis libros, caminar en solitario y mantenerme lejos de la corte, en la periferia de este oficio, donde se respira un aire más limpio.
Y, para terminar, cuéntanos qué proyectos tienes. ¿Seguir viajando? Tengo entendido que entras en periodo de barbecho, que pararás de escribir un tiempo. ¿Cómo vas a llenar el hueco? Y, por último, ¿soportarás el mundo sin el filtro de la literatura?
Además de la novela, esta primavera llegará también a las librerías mi primer poemario, que publico con la editorial cántabra El Desvelo y que me tiene tan nervioso como entusiasmado. Y llevo ya muy adelantado mi siguiente libro, un ensayo literario que, si todo va bien, saldrá en otoño en el catálogo del sello madrileño Sílex. Pero sí, una vez entregue ese texto y aparte de mis diarios (los Cuadernos que comparto con un puñado de lectores y aliados desde 2017), mi intención es tomarme unos meses de descanso con la escritura. Va a ser un 2019 muy movido, pues recojo casi de golpe los frutos de varios años de trabajo, pero voy a necesitar alejarme de la libreta y del teclado por un tiempo, aunque no de la literatura. De hecho, quiero dedicarme a leer, a estudiar y a trabajar en otras cosas para el futuro. Y, mientras, seguiré bebiéndome la vida a tragos largos, que es siempre más grande que la literatura y va delante. ¿O qué iba a escribir entonces, si no me concentrara primero en vivir.
María Toca
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