Cada día estoy más convencida de que mi labor profesional acompañando a personas, parejas y familias en sus procesos de vida tiene que ver más con deseducarme que con poner en práctica los paradigmas y modos aprendidos en las distintas escuelas y Universidades.
Se me enseñó a ser neutral, a poner cara de póker, a no implicarme en exceso, a no generar supuestas «dependencias».
Se me enseñó a confrontar casi todo, a pelearme casi con las defensas ajenas.
Se me enseñó a ser cicatera con los afectos como forma de protección y para evitar las tan temidas transferencias.
Se me enseñó a estar desideologizada, a no posicionarme claramente.
Se me enseñó a mirar el mundo y las relaciones de forma equidistante y sin perspectiva de género, de clase, de raza, económica, de edad.
«No hay buenos ni malos» como idea nuclear.
Se me enseñó a no dar «demasiado» amor en mi trabajo.
Y resulta ser que a través de casi dos décadas lo que observo, me comparten y parece funcionar es exactamente lo contrario.
El me importas y su demostración real, los vamos juntos a la vida, yo me pongo a tu lado, a vuestro lado; las dosis de esperanza auténtica, la explicación de lo incomprensible para muchas, lo biográfico y lo intrapsíquico pero también lo social y contextual.
El te cojo de la mano en el desierto para que llegues tú a otro espacio mejor.
Sobre todo y especialmente la firmeza en el amor, la normalización de lo que le ocurre al otro y ayudarle a conocerse compasivamente.
La firmeza en el amor, repito, la constancia en el estoy aquí contigo.
Un gran sí a tu esencia.
Todo eso que tanto nos faltó a muchas personas, a la mayoría; saber cómo hacernos cargo de nosotras.
Ah, y muchos libros y supervisión feminista crítica.
Buen día, otro día y gracias a quienes depositan su confianza en mi persona. Me enseñáis a cada paso los manuales auténticos.
María Sabroso.
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