Algunos tumores malignos suelen comenzar su andadura con una aparición minimalista, casi imperceptible para la persona que los sufre. Una pequeña erupción cutánea, un siseo de lo que, al final será el postrero suspiro -¡lagarto, lagarto!- que diría mi difunta abuela como sortilegio para espantar el mal incipiente.
La prevención, en estos casos, dicen que es la mejor manera de combatirlos, y cuando el cuerpo presente una predisposición genética, el diagnóstico precoz se hace indispensable.
Y ustedes se preguntarán con toda la razón a qué viene toda esta introducción un tanto macabra. Bueno, es la imagen, la secuencia de metáforas que me ha provocado la irrupción de ellos en el parlamento catalán.
Un forúnculo, oigan, un forúnculo en sálvese la parte, que empieza a coger un tamaño considerable, tanto que pudiera ser ya el anuncio de un tumor maligno, una malformación, un error genético de un cuerpo social que, en su historial clínico, tiene tendencia a generarlo.
Así que habrá que agudizar el oído, la vista y todos los órganos sensibles que tengamos en uso, así como el conocimiento, para evitar que esta patología monosilábica latina vaya a más.
Y, en primer lugar, habrá que hacerlo desde la orilla derecha con algo más que palabras, por otra parte, tan insuficientes como huecas. Las derecha española -y por extensión toda la ciudadanía que potencialmente la pueda sufrir- tiene un problema serio. Tenemos un problema serio. Un problema que no se soluciona ni con promesas de regeneración, ni con un cambio de caras, ni siquiera con un cambio de siglas, aunque todo eso pudieran ser los condimentos o aderezos de un deseado plato de nueva cocina.
Por enésima vez: España necesita de otra derecha, honesta, democrática, ilustrada en cuyo diccionario no rechinen expresiones como justicia social, igualdad de género, políticas medioambientales, laicismo o libertad de expresión. Y mucho me temo que los prebostes de la actual, los que todavía no han buscado el parapeto ultra, deberán dar un paso atrás o desaparecer directamente para que este país con la derecha en barbecho durante un tiempo y, sin necesidad de recurrir a fertilizantes químicos, albergue el nacimiento de otra de la que, incluso, los que no seamos votantes ni correligionarios ideológicamente hablando, nos podamos sentir moderadamente contentos.
De no ser así, el forúnculo irá creciendo y adquiriendo ese color negruzco que…. ¡lagarto, lagarto!
(Les prometo que el próximo texto irá dirigido a la izquierda, que también tiene sus deberes para extirpar el potencial tumor).
Juan Jurado
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