De pequeña era habitual que me salieran herpes en la nariz. Yo lo asociaba a estar baja de defensas, a que me diera el sol sin protección… El caso era que en primavera y otoño tenía que aguantarme con una costra en la nariz como si llevase pegado un gran moco y eso no era agradable. Además las curas diarias, el cuidado al poner la pomada para no tocarla, el cuidado al sonarme o al besar… Todo giraba alrededor de mi nariz durante unas semanas al año. Luego, remitía y volvía la normalidad aunque se trataba de algo recurrente. Ocurría cada primavera y cada otoño.
Hay también un tipo de herpes social que se presenta como una grieta recurrente y activa a pesar de nuestro deseo de acabar con él. Siempre hay uno; ahora es la pandemia que está provocando este virus pero antes lo fueron los valores cambiantes, la inmediatez y el vértigo de la vida en las ciudades, la frialdad que las nuevas tecnologías imponían a las relaciones humanas. Siempre los cambios han gozado de adeptos y contrarios; siempre los avances han tenido sus peligros.
Compartimos todas las generaciones este veinte veinte. Porque los rayos son transversales, atraviesan las capas hasta llegar a la tierra, repentinos e impredecibles. Como en los proyectos se pide siempre que haya objetivos transversales, ahora nos recorre a todos el miedo, la precaución, la inseguridad… como un rayo. Está dejando señales en nuestro cuerpo y en nuestro carácter, en nuestro mundo mental.
Muchos de nosotros no vivimos la guerra pero imagino actitudes que podrían parecerse y que hablan de la diversidad de visiones, de intereses, de valores también de concepciones de la sociedad y nuestro papel en ella. Encuentro tipos de personas y tipos de reacciones que me sorprenden (quienes atienden a su interés por encima de las consecuencias; quienes salen sin mascarilla; quienes se reúnen en cenas, casas, fiestas, celebraciones…; quienes se saltan la prohibición de salir de la ciudad, comunidad, pueblo, país… alegando cualquier cosa creíble o “legal”) pero quizá yo también lo haría si se dieran las condiciones necesarias para mí. Esa es la cuestión. Ese “para mí” que se ha convertido en la prioridad, como en las guerras el “sálvese quien pueda”, el “a río revuelto ganancia de pescadores”, el “vaya yo caliente ríase la gente”… La cuestión que planteo es la elasticidad. Mejor, el límite de la elasticidad. Cuánto dura, cuánto mide, cuándo se puede romper.
Los historiadores son capaces de inducir conclusiones, alcanzar patrones que llevaron a los pueblos a guerras, crisis económicas, religiosas o políticas. Tendríamos que tratar de hacer un trabajo parecido para poder entender lo que nos ocurre: pensar en todo lo que nos rodea y cómo nos afecta: la distancia de las personas y de la naturaleza; la pérdida de bosque; la especulación que nos obliga a trabajos precarios y continuos para pagar suministros y derechos básicos; las distancias de los centros de trabajo que obliga a desplazamientos diarios individuales; la alimentación industrial, distante cada vez más de los productores, el empobrecimiento de la tierra, el abuso de poder sobre otros pueblos; el trato inhumano a otros humanos y animales… y minerales.
Estas relaciones económicas y políticas obligan nuestras respuestas; las consecuencias de nuestras acciones deberían hacernos revisar nuestras actitudes.
Conviven las distintas generaciones como lo hacen lo particular y lo general; lo privado y lo público; lo económico y lo sanitario; la religión y la política. Encontraríamos respuestas desde cada ámbito que combinadas nos harían entender este cambio de paradigma y tomar una o muchas posturas sensatas, lógicas, razonables, solidarias. Estamos sacando nuestras conclusiones sobre lo que es el mundo, este que vivimos, el contemporáneo de la sociedad líquida de la que hablaba Zygmunt Bauman, el de la Biomedicina, el del consumo responsable, el de la repoblación de los bosques y la masa forestal… Cada uno intuimos lo que nos agrieta, el herpes recurrente de la sociedad, lo que nos va matando por dentro y por fuera, despacio o rápidamente. En esta vorágine de hechos, datos, imágenes, noticias sin información sino necesidad de palabras para evitar el silencio, echo de menos la reflexión, voces cualificadas que piensen juntas o separadas y analicen y concluyan. Echo de menos voces con criterio y un poco de silencio para que podamos pensar.
Rosario Gorostegui.
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