Como dice la maestra Dolores Juliano es casi nuestra obligación como mujeres contarnos, hacer la lucha en el territorio de nuestra palabra, este espacio que nos ha sido negado, recuperar nuestra genealogía de sabias, visibilizar las voces de nuestras compañeras, mostrar todo aquello que las mujeres decimos, sentimos, vivimos, investigamos y conocemos, cuestionar las relaciones de poder y la valorización que hacemos de la voz masculina como voz universal y que nos representa.
Los hombres detentan la capacidad simbólica de representación universal, como cuenta otra maestra, Marcela Lagarde.
Sin embargo, nuestra voz como mujeres no es representante universal JAMAS.
Si una escribe un texto en femenino o incluso en lenguaje inclusivo se entenderá que es un texto dirigido a otras mujeres. Asimismo es fácil que si hablamos desde un yo, que se puede extender a un nosotras de experiencias comunes, se nos tilde de egocéntricas y ombliguistas.
Las mujeres no tenemos ninguna capacidad de representación universal ni mucho menos automática para otrOs.
Me resulta tremendamente curiosa nuestra automisogina al dar muchas veces más protagonismo y predominancia a los textos masculinos, incluso hablando sobre vivencias totalmente femeninas; me resulta tremendamente curiosa nuestra identificación inmediata ante escritos de hombres exponiendo largamente sus pareceres, aquellos en los que nos hemos acostumbrado a vernos incluidas, aún cuando en el fondo no resonemos o a la inversa sea una rareza encontrar a profesionales varones o simples usuarios de las redes compartiendo textos de mujeres, hablando de sus maestras de vida, sintiéndose identificados en y con textos escritos en femenino.
Me deja sorprendida estos días en que ando trasteando por las redes más de la cuenta la ingente capacidad mainsplaineadora de mucha parte del sector masculino, la de veces que escriben un comentario a un post de una mujer más extenso que el propio texto inicial, el manspreading narrativo según el cual lo que cuentan ha de ser largo, muuuy largo y a ser posible sesudo, muuuy sesudo y en la facilidad para colocarse en el centro sin temor alguno a ser catalogados como narcisistas.
«Hola, mundo; voy a contar lo que pienso sobre…»
Me resulta muy curiosa nuestra automisoginia interiorizada al pensar que ellos nos representan incluso mejor que nosotras mismas (aplausos, loas y adjetivos excelsos de mujeres ante escritos supuestamente feministas o sobre cómo somos, debemos ser o lo que le ocurre a nuestros cuerpos y nuestros sentires expresado por señores)
Observo nuestra propia inseguridad al representarnos, nuestra propia autodescalificación y nuestro miedo al error garrafal al contar aquello que sabemos, conocemos de sobra, hemos vivido o estudiado/investigado/trabajado en.
Y la maestría de muchos para hacer de la obviedad teoría aplaudida, de la ideología ciencia, de los lugares comunes ocurrencias, de dos cursos online profesión, de la opinión verdad y de la socialización diferencial de género, poder.
Hermanas, no nos minoricemos a nosotras mismas, que el síndrome de la impostora tiene género; femenino, sí, y hay mucho espacio por ocupar con nuestras voces.
No le otorguemos el poder de nuestro bienestar a otros.
Dejemos de malgastar nuestros tiempos en batallas ajenas.
Las nuestras son legítimas y requieren nuestra atención.
Abandonemos el papel de escrutadoras de comportamientos, mensajes o sentires del otro, horas de conversaciones sobre un estado emocional ajeno, heurística pura de los wassaps. No renta y es agotador e innecesario.
Poner el foco en una y en lo importante y sustancial te otorga centramiento y paz.
Los tesoros propios, conseguidos a base de mucho esfuerzo.
El de aprender a mirar de frente.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
Obra de mi admirada Hope Gangloff.
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