Siempre me ha fascinado este caso. Una se pregunta qué le pasa a veces a la realidad. Todo es descabellado y tan siniestro que cuesta creer que sucediera. Una niña seis años, reina de la belleza y bautizada con un nombre inverosímil, desaparece de su propia cama el día después de Navidad. En las escaleras de la mansión familiar la madre encuentra una larguísima nota de los supuestos secuestradores pidiendo justo la cantidad de dinero que el padre había obtenido de un bono en su trabajo esa misma semana. La policía acude a la casa, pero es el propio padre quien encuentra a JonBenet en el sótano. La han violado y torturado hasta la muerte. No aparece el asesino. La policía empieza a acusar a los propios padres del crimen, aunque no se encuentran rastros de ADN que los vinculen. También es sospechoso su hermano de nueve años, quien pudo matar a la benjamina adorada por celos. En algunas publicaciones se apuesta por la macabra opción de que los padres estaban practicando un juego sexual con la niña cuando ella murió. La opinión pública no siente simpatía por esa pareja adinerada y vestida de negro que asiste impasible a programas televisivos.
La madre no parece lo suficientemente triste y se muestra enfadada, no abatida, cuando se le nombra su supuesta participación en el asesinato. El padre mira al suelo hasta cien veces durante la entrevista, apunta una especialista en detectar mentirosos.
Se descubre que la madre, enferma de cáncer, estaba obsesionada con los concursos de belleza y exhibía a su hija en esos zoos de minibarbies, envuelta en vaporosos trajes de noche o en bañador, pintada como una puerta y peinada por el peluquero de Morgan Fairchild. Los Ramsey abandonan la interminable mansión de la tragedia, que, a día de hoy, sigue vacía. Contratan a un experto detective privado. Nada. Pasa el tiempo, la madre recae y muere sin conocer al culpable. Un tipo es detenido, se autoinculpa y da detalles concretos de su amor obsesivo hacia JonBenet y lo que le hizo esa noche, tras raptarla en su habitación de princesa Disney. Todo parece cierto, pero las pruebas de ADN demuestran que es inocente.
Veinte años después nadie sabe qué pasó. Circula la leyenda urbana de que JonBenet no murió y de que en realidad creció lejos de su familia para convertirse en una estrella. A partir de un estudio detallado de sus cejas y basándose además en su gusto por la purpurina se llega a la conclusión de que en realidad la niña desaparecida es en la actualidad Katy Perry.
JonBenet, mientras tanto, mira a cámara y sigue sonriendo como una tarta helada, guardándole el secreto a su asesino.
Texto: Patricia Esteban Erles
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