La niña estuvo viva una vez, por eso la compró en el más lejano de sus viajes. Dejó que la empacaran como si fuera un jarrón de barro, sin prestar atención al reproche vidrioso de sus ojos abiertos. Hizo que la amordazaran en un cajón mullido, lleno de tela, para que no se dañara durante el casi eterno trayecto de vuelta. Ojalá nunca hubiera regateado por ella, ojalá hubiera pasado de largo del diminuto puesto en el que se detuvo, fascinado por su quietud de mueble, por los dientes de leche de su sonrisa disecada. Hubiera sido lo mejor. La niña estuvo viva y no lo había olvidado. La colocó en un estante al principio, muy a la vista como el trofeo que era, pero ella tenía la mala costumbre de llorar en cuanto tenía ocasión. La escuchaba a lo lejos, mientras tomaba un baño de sales o se premiaba con una buena pipa en su gabinete después de un día de mil diablos. Lloraba como una niña cualquiera desde el fondo de aquel cuerpecillo relleno de bolas de anís. O cantaba, cantaba con su voz de vieja atrapada una salmodia muy triste de esclavos que colgaban de los árboles como frutos maduros. La niña quería volver de allí donde estaba y no podía. Y lo miraba de lejos, a través de un tiempo distinto, y entonces él quería lanzarla a las llamas de la chimenea pero no quería imaginar el hedor de sus rizos chamuscados, su grito de animal asediado. Y se la llevó al río envuelta en mantas una mañana, en su coche de caballos. Y la niña reía porque pensaba que seguía estando viva y hasta se durmió un rato. Y él la cogió en brazos y se alegró de que tuviera los ojos tan cerrados cuando la arrojó al agua encrespada. Y vino la corriente como un lobo hambriento y nada dejó de la niña que no fuera un hilo de espuma blanca al llevársela al fondo. Y él subió al pescante y azotó a sus bestias para volver enseguida, a tiempo para la cena. Y ya todo era como antes de ella, la niña que una vez había estado viva y no había podido olvidarlo.
Patricia Esteban Erlés
En el fondo de lo que hablan y transmiten estas palabras, muy bien expuestas, es de la maldad humana, de cómo hacemos uso de los sentimientos, los malos sentimientos, contra los seres humanos a los que tratamos con indiferencia y hasta con desprecio. Ninguna sociedad humana ha erradicado jamás la violencia, cualquier violencia; todo a lo más la hemos modificado. Muy buena y rica exposición de la inmoralidad de los humanos.
Manuel Menéses J.