Ustedes, lectoras/es de @LaPajareraMgzn pensaría que no dedicaría tiempo y espacio a Javier Marías, puesto que seguro conocen las desavenencias que mantuve (de forma unidireccional, aunque algún provecto amigo del susodicho, tomó su defensa con más furia que destreza) con el autor en los orígenes de esta su casa.
Siento desengañarles porque sí voy a hacer comentario sobre el fallecimiento del autor, también sobre su obra, que conozco más de lo que creen los que leyeron las diatribas, y también me atreveré a explicar de forma subjetiva lo que pienso de don Javier como persona. Les aseguro y adelanto, que no encontraran absurdas loas postmortem ni faltas de respeto a una persona que ya no puede defenderse.
La controversia contra Marías fue lo que fue, en su momento expuse con las malas pulgas acostumbradas lo pensado, por lo que no tengo ni deudas pendientes ni culpabilidades inasumidas.
Confieso, que yo a Marías le debo algunas cosas. Ante todo, el agradecimiento de los primeros años de articulista en el País. Coleccioné bastantes textos de la página dominical que Javier rellenaba con cumplida asiduidad. Su oficio, su limpia sintaxis y una prosa pulida y elegante, con el toque justo de un suave sarcasmo, me encantaban. Recuerdo el delicado y exquisito artículo sobre un soldadito de plomo, como un bocado exquisito. Inolvidable.
Una persona cercana me convenció para entrar por su obra literaria. Leí Corazón tan blanco, Mañana en la batalla, Los Enamoramientos, Berta Isla…y algunas más que la memoria traspapeló. No fueron obras que me deslumbraran en absoluto, pero sí me enseñaron oficio y mesura literaria, puesto que de ambas cosas andaban sobradas los textos novelísticos de Marías. Carecían de la chispa de los artículos, me parecieron en bastantes casos plúmbeas autocorrecciones y literatura ombliguera -esa que otros nombran como autoficción y a mí me parece reflejo narcisista excesivo- pero exquisitamente escrita y estructurada.
También le agradezco, a su pesar, desde luego, que lanzara a @LaPajareraMgzn a un liviano éxito cuando acabábamos de empezar nuestro camino y él formó la innecesaria polémica que protagonizó contra Gloria Fuertes. Me pareció tan poco elegante, tan banal y mezquino que no pude menos que escribir con la acidez de bilis destilando por el teclado. El éxito del artículo me convenció de que esto (el magazine) tenía futuro.
Con el tiempo y la fama ganada de adversaria de Marías, me han ido contado anécdotas sobre su persona y de alguna manera me ayudaron a entender al personaje y al autor.
Miren ustedes, los/as escritores tienen(mos) un grave peligro: el aislamiento egocéntrico y ególatra. Se trabaja en soledad, encerrados en un cuarto rodeados de libros que hablan en silencio sin contradecir jamás, como mucho muestran el genio que podemos envidiar e intentar imitar, hasta mimetizarnos y creernos dioses que conforman historias. Dioses de piel de papel que a la mínima mecha prenden una hoguera de vanidades que no tienen cuento.
En esa soledad que implica la creación podemos creernos hermanos de leche con los que duermen en los anaqueles. Allá levantamos la vista y topamos con Kafka, o con Joyce, con García Márquez o Rulfo…En el silencio sonoro de nuestro escritorio nos podemos creer de la tribu. De la tribu del anaquel donde duermen los genios. Al fin y al cabo no hay nadie -de momento, porque luego llegan los editores, críticos y correctores y nos bajan de la nube- para decirnos que es posible, altamente probable, que lo creado en ese lienzo blanco del ordenador, es una ñorda gorda, pinchada en un palo.
Claro que Javier Marías escribía en una Olivetti que tecleaba con primor sobre el papel níveo que tenía frente a los ojos y eso le decoraba el ingenio. Pero solo y aislado. Si los/as escritoras confeccionáramos nuestras obras frente a otros/as, posiblemente el ropaje de la humildad nos vestiría con cierta decencia. Y no caeríamos en el ensoberbecimiento agudo. Es más, buscaríamos la forma y el engranaje para hacer obras mejores, trabajaríamos el texto como el orfebre el vaso cuneiforme sin creernos hijos del dios hacedor del arte supremo.
Marías, con los años y el aprecio de PRISA, así como el canto anual del Nobel, además de mantener una vida solitaria, rozando la misantropía, le habían desconectado del medio y de la gente común agriándosele el carácter hasta limitar con el ridículo.
Hay una anécdota que me refirió una vecina suya de Madrid, que le define. Odiaba el ruido. No podía crear si había el más mínimo moscardeo. Una tarde en que las musas debieron andarle despistadas, llegó a su oído un guitarreo insensato. Imagino al bueno de Javier, pululando con el whisky en la mano por su despacho, embarrando el folio de la Olivetti con tachones mientras la cólera ciega le subía al cogote.
Harto del guitarreo se armó de su consabida mala leche y subió hasta el piso del que salían los rasguños de guitarra. Llamó enfurecido a la puerta hasta que se abrió dando paso a un figura hierática, con el cuello encadenado de oros, el pelo largo en brillante y lustrosa melena y las manos empedradas de anillos inmensos.
-¿Qué quiere usted señor?-le dijo el maduro gitano que le contempló desde su altura y molesto por la interrupción…
-Que por favor, si puede dejar de tocar la guitarra- respondió el autor con bastante aplacamiento de humos y voz embragada de miedo, no fuera el tipo malencarado a tirar de faca, pensaría el bardo.
A ello, el de la puerta, lanzó una mirada furibunda que impulsó a Javier escaleras abajo por el terror que sintió al instante.
El de la puerta se quedó contemplando la huida sin decir palabra. Cerró con parsimonia y tornó a su labor de ensayo. Huelga decirles que el guitarrista que molestaba a Marías, era el excelso Tomatito.
Les cuento tal como me contaron y si no es cierta la anécdota, cosa que no creo porque la persona es de rigurosa confianza, asumo el cargo y penaré por ello.
Y es que hay que ser muy solitario y estar un poco encallado en la amargura para no diferenciar molestia de placer. Creo que en los últimos años a Javier Marías la soledad y la amargura se le habían enrocado en el alma hasta trastornarle un tanto.
Lo digo con pena, no malinterpreten viendo critica en mis palabras. Quizá por eso le salían crónicas tan ásperas, tan contundentemente críticas hacia la vacuidad del criticado. O que se le agotó el ingenio que no el oficio y se vio obligado a seguir en ello como forma de pagar facturas o continuar la fama de preclaro joven autor. Porque Marías fue joven escritor hasta muy pasados los cincuenta para luego convertirse en candidato eterno a un Nobel que nunca llegó
Javier Marías ha sido agrio en estos años, pero no debemos olvidar la contundencia de su honestidad al no aceptar el Premio Nacional de Literatura que le concedieron en el 2012 y que recibiría de manos del infame gobierno de Rajoy. Marías no lo acepto y con el rechazo incluía una pasta que a buen seguro pocos despreciarían. Y eso, en un país donde el lamebotismo es norma, hay que aplaudirlo.
Por eso he llegado a la conclusión, al enterarme de la muerte de Marías, que debía, por nobleza y por honestidad, dedicarle unas palabras desde esta pequeña tribuna que le fustigó con deleite las más de las veces.
Descanse en paz, Javier Marías. El país ha perdido a un autor muy celebrado y a un articulista excelso que derivo en amargadito perenne.
Descanse en paz y gracias por lo que nos toca.
María Toca Cañedo©
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