Llevo solo dos temporadas de la serie Orange is the News Black (Crónica de mi año en prisión Federal de Mujeres de Piper Kerman) basada en el libro de la misma, que relata su estancia en la cárcel durante un año. La duración de la serie es larga, nada menos que siete temporadas y noventa capítulos. Ignoro si al final cansará como siempre que se quiere alargar algo exitoso. De momento reconozco que cuesta apagar la tablet y dejar de verla, más de una vez me ha producido insomnio debido a la crudeza de lo visto. Y no es que haga gala de exceso de dramatismo como sugiere el tema, que no, ya que mezcla de forma perfecta el drama con una ironía no exenta de un sarcasmo demoledor, aderezado con gotas de comedia. Sería inaguantable de no ser así. Hay momentos que es preciso descomprimir el horror de ciertas imágenes, de ciertas historias que conforman la serie, más desasosegante, si cabe, al saber que obedece no a la nutrida fantasía de una autora sino a la realidad.
La cárcel no es grata, lo sabemos. Hemos visto el suficiente metraje de buenas pelis para cerciorarnos de ello. Lo que ocurre en la prisión de Litchfield, New York es que son mujeres embrutecidas por un ambiente hostil, imagino que en cualquier establecimiento carcelario ocurre lo mismo, en que a cada momento salta la sorpresa y esa dulce viejecita, tierna y desvalida se convierte, en el recuento de la historia, en brutal asesina que apuñaló sin piedad a un violador de niñas o rebanó el pene de su marido maltratador con saña y alegría.
La protagonista es Piper Kerman, pero es casi lo de menos, por la pléyade de personajes que inundan la pantalla que nos deslumbran por su humanidad. Sin un solo ápice de maniqueísmo; hasta el más horroroso de los guardianes se nos dulcifica al ser detenido y mostrar su amor absoluto y delicado a la que le ha acusado de violación sin serlo. Nos lo redime de forma total, bien a nuestro pesar de mujer feminista que le ha odiado con saña durante todos los capítulos anteriores hasta corear con aplauso su caída en desgracia.
Hay una escena que quisiera destacar porque me ha rondado la cabeza como demostración y explicación de algo que , reconozco, me resistía a entender hasta ahora. La convicta Tiffany “Pennsatuky” Dogger, es una fanática religiosa que se siente enviada por un Dios justiciero y vengador para redimir y sobre todo, condenar, al mundo. En el retroceso que de forma magistral hace el guión con el personaje a fin de explicarnos el por qué está presa y los condicionantes de su vida anterior, la vemos desnuda, fumando, y comentando con su “novio” que debe realizar su ¡quinto aborto! Es una yonky sin redención con conducta psicótica de manual. En la clínica a la que recurre, la enfermera le recrimina de forma ácida y le recuerda que a la sexta lo mismo le hacen descuento. Iracunda sale en busca de un arma larga que lleva en la furgoneta. Su chico la pregunta…y ella responde que se ha burlado de ella como único argumento de lo que seguirá. No vemos su crimen, solo escuchamos el disparo y suponemos, con razón, cuál es el motivo de su condena.
La cámara la muestra, seguidamente, bien vestida, con traje, pelo recatado en recogido moño, camino del juzgado donde un atractivo y atildado abogado le ofrece sus servicios gratuitos, y sus indicaciones. Al entrar en la sala donde será juzgada, un grupo de personas la aplaude con pasión, portan carteles donde muestran con frases contundentes la admiración a la procesada. La cara de Pennsatuky se ilumina…Se ha convertido en una heroína, luchadora anti abortista como los que van a defenderla, a coste cero, por supuesto. La yonky que mata a la persona que la realiza su quinto aborto ha sido convertida en heroína por el populacho del tea party. A partir de entonces la psicótica toxicómana se convence de su papel redentor y resuelve a base de odio y violencia cualquier disidencia con el Dios fabricado a su antojo.
Así se entienden muchas de las cosas que pasan, queridas lectoras…La manipulación del débil, la conducta gregaria de unas masas enfebrecidas por mentes que teledirigen al gentío justo en la dirección que necesitan. Lo que tanto nos cuesta entender, queda diáfano en el personaje de Pennsatuky.
A lo largo de la serie (o de los capítulos que he visto) esta conducta se ve de forma constante. Como antiguas amigas, colegas del alma, son enemistadas por mano de la gurú que dirige hacia sus propios fines el gregarismo de chicas sin familia y con un largo historial de violencia y abandono. Es fácil ganar a las almas débiles, es fácil hacerse con los corazones y las cabezas enfermas y solitarias. Luego se teledirigen en busca de objetivos obscenos y ¡bingo!
Decir que el sistema carcelario norteamericano -mucho nos tememos que no solo el de EEUU– es terrible, con el añadido de su liberalismo económico que desprotege hasta límites impensables la humanidad de las personas viejas, débiles o enfermas. Niegan a la enferma de cáncer la operación que salvaría su vida. El Estado no salva a enfermos, no hay presupuesto, le dicen. O como abandonan a su suerte a una viejecita demente en sus últimos días. La dejan en la calle, tirada como un trapo. El sistema no protege a los viejos enfermos. La corrupta directora de la cárcel que desvía miles de dólares a fin de encumbrar a su marido hasta el Senado y priva hasta de lo más mínimo a las presas, sin ningún control estatal. Ese mismo estado que niega la operación a la enferma y el cuidado a la vieja, dilapida a manos llenas el dinero del contribuyente para hacer senador a un inútil. Como la vida misma. Verán como los personajes de Ojos Locos, Taystee, Red, la combativa mujer transexual Sophia Burset (encarnado por la activista trans, Laverne Cox) y muchos más se les harán imprescindibles.
Si pueden no dejen de ver Orange is the New Black, pero lleven el estómago blindado porque su dureza les arrebatará el sueño en bastantes episodios. Merece la pena por su buen hacer y dirección de actores entre los que todos están a la altura de la enorme calidad de la serie. La pueden ver en Neflix.
María Toca©
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