Hago esta referencia al consumo de tabaco y sus consecuencias y al hecho de que alguien orienta y ejecuta lo que se hace y lo que no (y no una entidad impersonal que opera por inercia y sin intención) porque hoy ya tenemos elementos de juicio suficientes para saber que se han tomado y se siguen tomando decisiones en materia medioambiental que son, sin lugar a dudas, perjudiciales para el planeta y para quienes lo habitamos. Son empresas y los ejecutivos que las dirigen, con denominación social y nombres y apellidos conocidos, los responsables de esta situación y, como en el caso del tabaco, deben ser considerados criminales porque sus decisiones tienden a perpetuar un estado de cosas que amenaza no solo la salud sino la pervivencia misma de la Humanidad. A ellos se unen otros actores en los medios de comunicación, en la política (sorprendente, por citar solo un ejemplo, el de los Verdes alemanes que se han tornado casi pardos desde hace ya tiempo) en las finanzas, en las administraciones de justicia, etc que tienen igualmente distinto grado de responsabilidad y que tampoco son entidades de razón incorpóreas. Son criminales y, puesto que conocen la naturaleza de sus decisiones desde hace años, sus crímenes son premeditados.
Sí, se han dado casos de condenas por delitos medioambientales, pero se circunscriben a episodios concretos e, incluso en tales casos, el castigo dista mucho de ser proporcional. En nuestro país, por ejemplo, la sueca Boliden fue eximida por un juzgado de Sevilla en julio de este año de pagar los 89 millones de euros que costó limpiar la zona contaminada por el vertido de la balsa de residuos de Aznalcollar, incidente que ocurrió hace ya 25 años; por supuesto, nos suenan de nada los nombres de los ejecutivos que fueron negligentes o culposos y cuya conducta provocó el desastre. Nunca se depuraron responsabilidades políticas en el caso del petrolero Prestige y, que yo recuerde, tan solo el capitán del barco acabó en prisión. Los daños que produjeron el superpetrolero Exxon Valdés en Alaska o la plataforma de extracción de crudo Deepwater Horizon en el Golfo de México nunca fueron suficientemente reparados; los directivos de ambas empresas siguen en sus puestos o en otros similares. Todos estos son episodios muy llamativos, sí; son, por así decir, solo la punta del iceberg. Hoy ya es conocido el daño que están produciendo la desforestación y los monocultivos industriales, el uso excesivo de fertilizantes químicos y plaguicidas en la agricultura, la ganadería intensiva y sus emisiones de gases de efecto invernadero, las actividades extractivas de todo tipo en busca de materias primas, etc. Sí, hay un sistema que es el sustrato que explica todo esto (y a eso iremos enseguida) pero conviene no olvidar nunca, reitero, que las decisiones las toman personas y sus motivaciones no son en modo alguno, el interés general; saben lo que hacen y podrían negarse a hacerlo. Hoy la emergencia climática ha dejado de ser algo abstracto, algo que no nos alcanza más allá de las molestias de una ola de calor o una inundación puntual; no, ya está costando vidas y debemos de tomar conciencia de que los responsables, por muy alejados que estén sus despachos de allí donde tiene lugar un auténtico genocidio climático, deben parar y pagar por sus crímenes. El tabaco mata personas, el sistema que degrada el planeta mata cualquier clase de vida, incluida la nuestra.
Reparemos en la estructura de las empresas tal como las conocemos y en como se generan espacios de impunidad. “…los propietarios se esconden detrás de sus ejecutivos y éstos se parapetan tras el deber de atender al interés de los accionistas” (David Lizoain Crímen Climático (Debate 2023) Y cuando todos son responsables nadie lo es.
En el Suplemento Ideas del diario El País del pasado 24 de septiembre hay una entrevista a Wendy Brow autora de Tiempos nihilistas. Pensando con Max Weber (Lengua de Trapo 2023) en la que afirma que no nos tomamos suficientemente en serio la crisis climática y que no cree que “…el pensamiento apocalíptico esté fuera de lugar. Ahora bien, cuando éste impide la acción se convierte en un problema” No volveré a aludir a Brow porque sus intereses están en una clave distinta a la que quiero traer aquí a colación. Pero esa referencia al Armagedon paralizante recuerda por oposición a la idea del “miedo creativo” que Karl Jasper acuñó allá por los años 60 y es lo mismo que explica David Lizoain (op.cit) cuando recuerda las palabras de Walter Benjamin: “Solo se da esperanza a quienes no la tienen” Apostilla Lizoain: “La esperanza es lo que puede motivar la lucha necesaria, aunque haya innumerables motivos para el pesimismo”
La esperanza. Ciertamente es muy necesaria porque cuando uno lee sobre estas materias siempre está al borde del nihilismo y hasta de la depresión.
Cuestión de orden: lo he escrito muchas veces y desde hace tiempo (no es especialmente original, por otra parte): nuestros retos como sociedad planetaria son tres y son indisociables, bien harían quienes se dicen a sí mismos progresistas o de izquierdas y desarrollan sus tareas en cualquier ámbito, hacerlos suyos porque nadie más lo hará salvo, tal vez, con la urgencia de quién se ve al borde del abismo, en cuyo caso sin duda ya será demasiado tarde. Puede que incluso asumirlo así sirva de aguja de marear para quienes, sinceramente, estén preocupados por valores como la justicia, la solidaridad etc. y no terminen de encontrar un marco ideológico de referencia, tal vez esa izquierda que a menudo se lamenta por los rincones de andar como pollo sin cabeza, encuentre en todo esto ese marco, esa causa global; urge definirse porque tal vez estemos ante la última oportunidad. Esos retos son la lucha contra el calentamiento global y la sostenibilidad, la migración y la reducción de la desigualdad en todos los órdenes de la vida.
Pero vayamos poniendo los puntos sobre las íes. Y, para eso, sugiero recurrir a Jason Hickel, autor de Menos es Más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo (Capitán Swing 2023) una obra en mi opinión extraordinaria que ofrece puntos de vista en los que yo, tal vez algo maleado por ciertos academicismos o lugares comunes no había reparado.
Antes una recomendación, digamos colateral: Capitán Swing acaba de publicar La supervivencia de los más ricos. Fantasías escapistas de los millonarios tecnológicos, de Douglas Rushkoff. Los muy ricos estarían lucubrando acerca de cómo ponerse a salvo de lo que llaman el evento (el desastre climático) en una suerte de arca de Noé. A mi juicio -y al de Rushkoff– no es más que un delirio pues no hay otra forma de escapar del Apocalipsis que si acaso empeñarse evitarlo y eso es para todos. Pero sí que explica el libro cómo esa gente sabe que los de su clase son los responsables de la catástrofe que a cámara lenta ya está sucediendo y que su interés por lo que no sea otra cosa que salvar su propio culo es nula. Qué debemos hacer los demás con ellos parece claro; nos jugamos nada menos que la supervivencia. Y recuerden siempre el cuento de la rana y el agua caliente porque la rana somos nosotros, no ellos.
Hay mucha literatura solvente sobre todo esto. Nadie que verdaderamente esté interesado podrá decir que no tiene fuentes a las que acudir en busca de información seria y contrastada. En este artículo me he limitado a reseñar algunas de las aportaciones editoriales recientes que me han parecido más significativas.
Algunas afirmaciones que casi diríamos categóricas:
– La crisis climática como consecuencia del calentamiento es una parte del problema. Pero lo que ya está ocurriendo de forma acelerada es el colapso de múltiples sistemas interrelacionados; por ejemplo: la desaparición de numerosas especies de insectos (no solo las abejas) afecta a la polinización y, por tanto, a la diversidad vegetal y a la salud de buena parte de los cultivos tradicionales; la deforestación puede hacer que determinados virus salten a los humanos al perderse el hábitat de animales huésped. Etc.
– No esperemos un cataclismo. Las extinciones en el planeta no se han producido como consecuencia inmediata de un impacto externo inevitable (un volcán, un meteorito…) sino por los efectos concatenados que tal acontecimiento tienen. No, en esta ocasión sucederá poco a poco si no tomamos medidas mucho más rápido de lo que los Estados (porque han de ser los Estados; la industria y el poder económico no lo harán como enseguida veremos) parecen dispuestos. Decimos, “bien, iremos paliando las consecuencias de los fenómenos metereológicos extremos o de las extinciones (si no hay abejas, polinizaremos con maquinaria o a mano) y tomaremos medidas drásticas cuando alcancemos un nivel de gravedad insoportable” Solo es que el dato definitivo no llegará como tal nunca; está llegando desde hace décadas. Escribe Hickel en la obra antes mencionada: “Las generaciones futuras volverán la vista atrás y se asombrarán de que supiéramos exactamente lo que estaba ocurriendo y aún así no solucionáramos el problema”
– El crecimiento es la razón de ser del capitalismo. No pueden existir el uno sin el otro. Pero en biología crecer indefinidamente suele ser una malfunción; cuando algunas células crecen indebidamente y en exceso, es por un error de codificación y le llamamos cáncer. Y suponer que es posible el crecimiento económico indefinido en un mundo cuyos recursos de cualquier tipo son limitados, resulta absurdo. Sencillo de entender. Y, sin embargo, el crecentismo –el crecimiento por el crecimiento mismo y no para la satisfacción de necesidades; el valor de cambio abstracto sustituye al valor de uso, concreto) es una especie de ley de hierro que nadie cuestiona y a la que se pliegan sin rechistar políticos de derecha y de izquierda: “si no hay crecimiento entramos en recesión y entonces la sociedad sufre” dicen. Pero las preguntas adecuadas quizás sean tan simples como ¿Crecer en qué, para qué y hasta donde?
Estas cuestiones apenas enunciadas aquí están desarrolladas con extraordinaria lucidez en el libro de Jason Hickel, cuya descripción del capitalismo desmontando el mito tan extendido y aceptado de que es el resultado de un proceso natural, gradual e inevitable a lo largo de la historia, es sencillamente magistral. No, el capitalismo se impuso desde sus orígenes en la desposesión de la tierra, el colonialismo y la especulación financiera por citar solo tres hitos, “gracias al uso sistemático y organizado de la violencia, el empobrecimiento masivo de las mayorías y la destrucción de las economías de subsistencia autosuficientes” Si consideramos que desde muy antiguo las corrientes dominantes del pensamiento (Hobbes, Bacon, Descartes…) han concebido el mundo como una especie de entidad inerte en la que estamos nosotros y todo lo demás, incluidos los demás seres vivos, son objetos que podemos extraer y desechar o criaturas a las que podemos (y debemos) someter y utilizar en nuestro servicio, el círculo se cierra y “Desde sus principios más básicos, el capitalismo se ha declarado en guerra con la vida misma”. O, como reza la cita de Murray Bookchin que incluye Hickel al comienzo del capitulo dos del libro al que me vengo refiriendo: “Intentar persuadir al capitalismo de que limite el crecimiento es como intentar persuadir a un ser humano de que deje de respirar”
Les va a parecer sorprendente: no solo es que sea fácil entender el absurdo del crecimiento ilimitado, es que si a la gente corriente se le pone ante el disparadero de tener que elegir entre el crecimiento económico y la conservación del planeta, elige siempre en sus respuestas lo segundo. Hay muchos estudios demoscópicos al respecto que muestran lo que digo. ¿Entonces por qué nos dejamos ir? ¿por qué la gente común no nos organizamos para intentar parar este sin sentido. La historia de la humanidad no es tan antigua y cuando nos hacemos esa clase de preguntas tenemos que acudir a las corrientes de pensamiento dominantes. Algo de eso he mencionado ya pero extendernos nos llevaría demasiado lejos y no es del caso alargar este comentario. Un par de recomendaciones si quieren encontrar algunas explicaciones aunque el resumen sea algo bien simple: no lo hacemos porque percibimos el clima y sus efectos como algo externo a nosotros, ajeno, separado de nuestra existencia. En La edad de la Penumbra de Catherine Nixey (Taurus 2017) encontrarán una explicación sencilla pero rigurosa sobre como el cristianismo destruyó el Mundo Clásico y de qué modo no sólo aquél sino también todas las religiones del Libro han arrasado con lo que genéricamente llamaremos animimismo. Y en “Pluriverso. Diccionario del posdesarrollo” (Icaria 2019) una extraordinaria obra colectiva que ya he recomendado alguna vez en este blog, podrán recuperar trazas de lo que fueron civilizaciones muy distintas a la nuestra y de las cuales aún quedan vestigios. A mi me parece que ambas obras dibujan precedentes que calan en la conciencia colectiva, están el origen y han venido modelando nuestro modo de ser como especie. Y pudo ser de otro modo. Y puede que aún estemos a tiempo de cambiar, al cabo y, visto lo visto, sólo sería para bien.
Una palabra sobre algo en voga: el crecimiento verde. No les crean. Eso no existe. Ya ni siquiera es importante concluir que debemos reducir el uso de combustibles fósiles, sin duda responsables en alto grado de la emisión de CO2. Claro que hay que hacerlo, pero es que aunque no quisiéramos nos vendrá dado, porque el crudo y el gas (eso que la UE en un ejercicio de cinismo ridículo considera “verde”) se agotan inevitablemente hagamos lo que hagamos. Si quieren imponerse bien al respecto, lean a Antonio Turiel (Petrocalipsis, Alfabeto 2022 y Sin energía, misma editorial 2023) Ni siquiera la energía nuclear (la de fusión es aún casi una quimera) podrá suplir el desfase entre las necesidades de la Humanidad y la capacidad de respuesta en el corto y medio plazo de las fuentes de energía renovables. Y recurrir de nuevo al carbón como está haciendo Alemania no es más que acelerar el suicidio. Añadan a todo esto que algunas de las propuestas como es el coche eléctrico y otras tecnologías novedosas precisan de materiales cuya extracción y procesado tiene efectos que las hacen como poco dudosamente sostenibles, sin contar con los efectos colaterales muy destructivos de un comercio, el de las materias primas, que deja en mantillas la maldad del tráfico de seres humanos pongamos por caso; de nuevo una recomendación: el estupendo trabajo de Javier Blas y Jack Farchy, dos periodistas de Blooberg, El mundo está en venta. La cara oculta del negocio de las materias primas. Península 2022.
Escribe Jason Hickel (op.cit): “La idea principal que hay que comprender es que, aunque es posible llevar a cabo una transición a un cien por cien de energía procedente de fuentes renovables, no podemos hacerlo con la suficiente rapidez para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 o 2 grados si seguimos haciendo crecer la economía mundial al ritmo actual…los defensores del crecimiento verde enseguida tienen una respuesta para esto: disociamos el crecimiento del PIB del uso de recursos y ya está” Tal vez les parezca insólito, pero esta medida cosmética infantiloide se baraja en los cenáculos del poder, al fin y al cabo se parece a eso de declarar el gas y la nuclear energías verdes que antes mencioné: nos contamos un cuento a nosotros mismos, metemos la cabeza bajo el ala y que Dios reparta suerte.
Sorpresa: nos han estado mintiendo mucho y todo el tiempo. Thomas Piketty, La quimera de la ecología centrista en Viva el socialismo Crónicas 2016-2020. Deusto 2021: “La drástica reducción del poder adquisitivo de los más ricos tendría en sí misma, un impacto sustancial en la reducción de las emisiones mundiales” De ahí a deducir que “…reducir la desigualdad, invertir en bienes públicos universales y repartir los ingresos y las oportunidades de manera más justa funciona” “Se trata de organizar la economía en torno a las necesidades de los seres humanos y a la ecología y no al revés” “Las grandes fortunas no se ganan, se extraen: de los trabajadores mal pagados, de la naturaleza de bajo coste, de las rentas, del secuestro político, etc. La riqueza extrema tiene un efecto corrosivo en nuestra sociedad, en nuestro sistema político y en el mundo viviente” (Hickel op.cit)
Termino ya. Dejen que lo haga con una recomendación más: esta es un auténtico regalo que pueden hacerse a ustedes mismos y hacérselo a los suyos; no se equivocarán. Saúl Alvídrez, un activista y documentalista mexicano trabajó durante mucho tiempo en la realización de un documental que mostraría una extensa conversación entre Noa Chomsky y Pepe Mujica. Hasta ahora no ha conseguido financiación para terminarlo. Pero el resultado de esa tarea es hoy Sobreviviendo al siglo XXI Chomsky y Mujica un libro que acaba de publicar Debate. Al comienzo de esta obra Alvídrez refiere una anécdota ocurrida en Bolivia que le llevó a conocer una parábola, la Profecía del Águila y el Cóndor. Es la que sigue:
“Cuentan los sabios del norte y del sur de América, chamanes y ancianos venerables, que al principio de los tiempos la humanidad vivía unida y en armonía con su entorno, pero llegó el día en que este grupo se dividió en dos: el Pueblo del Águila y el Pueblo del Cóndor. La gente del Águila, orientada principalmente a lo racional y la energía masculina, sería seducida por el intelecto y el mundo material, con lo que alcanzaría formidables proezas técnicas que permitirían a sus líderes acumular un inmenso poder. Mientras tanto, más sensible y más en sintonía con la energía femenina, la gente del Cóndor se apegaría a sus sentidos, al espíritu y a su relación con el mundo natural, lo cual implicaría una franca desventaja frente a la gente del Águila que dominaría el mundo. Sin embargo, este desequilibrio amenazaría finalmente la existencia de ambos pueblos. Y, tras muchos siglos de espera, ha llegado el momento en que el Águila y el Cóndor vuelen juntos de nuevo. De ese vuelo nacerá otra humanidad, una capaz de sobrevivir el nuevo ciclo: la humanidad del Quetzal”
Intenten ser felices pero no bajen la guardia y no olviden esta frase atribuida a un pescador colombiano: “No somos del defensores del río. Somos el río”
Juan A. Cabrera
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