En el año 1997 publicaba yo la primera edición de mi Historia y Antología de la poesía femenina en Cantabria (1) y en una de sus páginas hacía constar la información hemerográfica más antigua que he podido localizar acerca de la posible presencia en la ciudad de Santander de la escritora cubana, hija de padre español, Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, 1814-Madrid, 1873).
Se remonta al año 1850, cuando la poetisa estuvo veraneando en la capital de Cantabria. Contaba entonces Tula –nombre por el cual sería conocida incluso más allá del mero ámbito familiar- 36 años, y llevaba ya más de catorce residiendo en España, siendo sobradamente reconocidas sus facultades poéticas, así como sus devaneos sentimentales y el infortunio que en algunos casos la acompañó.
El periodista santanderino, José Simón Cabarga, poco proclive a documentar sus aseveraciones a pesar de su condición de cronista local, no añade ningún dato que nos permita seguir el rastro de la veraneante, una más entre la numerosa colonia foránea que acude a disfrutar de la temporada de baños de ola en El Sardinero. Sí aparecen, sin embargo, dos composiciones poéticas insertas con su firma en las páginas de un número de julio de ese mismo año de cierta efímera publicación local recientemente creada, denominada El recreo popular y que llevaba como subtítulo más específico el de “Semanario de Literatura, Ciencias y Comercio” las siguientes estrofas.
Cuando mirando anochece
mi ceño triste y torvo,
Mármol que guardas inmortal memoria
De alta constancia, de virtud severa,
Yo te saludo por la vez primera,
Ardiendo en sed de libertad, de gloria!
La página más bella de su historia
Grabó en tu frente la nación Ibera,
Y en ti verá la gente venidera
Coronando a la muerte la victoria.
¡Ah, no te admire el universo en vano!
De la ambición el ímpetu sañudo
Quiebre en tu base su furor insano,
Y hable a los pueblos tu silencio mudo.
Y hable también el opresor tirano…
¡Monumento inmortal, yo te salud
con plácida sonrisa
y acento cariñoso.
Por templar te afanabas
mis tétricos enojos,
tratándolos festiva
de súbitos y locos;
Bien viste de mi pecho
brotar suspiros hondos,
bañando mis mejillas
irreprimible lloro.
La blanda risa al punto
se heló en tus labios rojos,
y en gesto pensativo
la vi trocarse pronto.
mi ceño triste y torvo,
con plácida sonrisa
y acento cariñoso.
Por templar te afanabas
mis tétricos enojos,
tratándolos festiva
de súbitos y locos;
Bien viste de mi pecho
brotar suspiros hondos,
bañando mis mejillas
irreprimible lloro.
La blanda risa al punto
se heló en tus labios rojos,
y en gesto pensativo
la vi trocarse pronto.
Cuando mirando anochece
mi ceño triste y torvo,
con plácida sonrisa
y acento cariñoso.
Por templar te afanabas
mis tétricos enojos,
tratándolos festiva
de súbitos y locos;
Bien viste de mi pecho
brotar suspiros hondos,
bañando mis mejillas
irreprimible lloro.
La blanda risa al punto
se heló en tus labios rojos,
y en gesto pensativo
la vi trocars…………………………Era para entonces Tula viuda del escritor Pedro Sabater, que la había dejado súbita y definitivamente en 1846, tras un breve y doloroso matrimonio que apenas duró tres meses. La escritora se retiró en Burdeos a vivir la paz de un monasterio, iniciando así su promesa de profesar monja; mas al cabo de poco tiempo ya se encontraba deseosa de buscar otros ambientes más livianos y apropiados a su carácter. No sabemos si entre las ciudades de su recorrido geográfico en el regreso a la capital de España se encontraría Santander, o si, de modo distinto, se trataría la norteña de una escapada indispensable para poder aliviarse del clima asfixiante propio del estío madrileño, lugar donde en la década de los 50 ya se hallaba demandando su entrada como miembro de la Real Academia Española de la Lengua, petición que nunca se vio satisfecha debido principalmente a su condición de mujer.
Durante su breve retiro monástico escribió una serie de composiciones poéticas de carácter místico cuyo manuscrito inicial se perdió, pero que, posteriormente, aparecería entre los papeles guardados por el polígrafo Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) en la Biblioteca que lleva su nombre. Con el título de Manual del cristiano, dicho original sería publicado en 1975 por la escritora Carmen Bravo–Villasante (4), biógrafa de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Emilia Pardo Bazán, a la vez que asidua veraneante en el Santander de la segunda mitad del siglo XX.
En ninguna de las semblanzas biográficas sobre la escritora cubana que hemos podido consultar figura dato alguno que nos permita corroborar su presencia santanderina en el año 1850. Sí aparecerán recogidos, sin embargo, tanto el envío antes reseñado con el nombre de “¡Conserva tu risa!” como el “Romance” (con cambio de título) que sirve de acompañamiento y cuyas primeras estrofas hemos reproducido. La autora de la reproducción ha introducido en sus versos algunos cambios estilísticos y de orden, con ciertas supresiones y la correspondiente corrección de erratas (5).
Sabemos que la escritora mantuvo alguna correspondencia epistolar con su coetánea la jurista y también poeta Concepción Arenal (1820-1893), quien desde su retiro lebaniego de Potes la escribió en el año 1860. Y en 1871, cuando habían transcurrido poco más de cuatro lustros desde su anterior publicación en la prensa santanderina, otra revista también de las llamadas de vida efímera, dirigida por el periodista José Antonio del Río Sainz con el título de El ramillete y una vocación eminentemente literaria, recogerá un soneto suyo escrito en homenaje a un monumento erigido en la conmemoración de una fecha tan carismática para la historia española como fue la del 2 de mayo de 1808, dotada de ciertas resonancias cántabras debido a la destacada participación del capitán montañés Pedro Velarde y Santiyán en aquellos hechos.
¡Mármol que guardas inmortal memoria
De alta constancia, de virtud severa,
Yo te saludo por la vez primera,
Ardiendo en sed de libertad, de gloria!
La página más bella de su historia
Grabó en tu frente la nación Ibera,
Y en ti verá la gente venidera
Coronando a la muerte la victoria.
¡Ah, no te admire el universo en vano!
De la ambición el ímpetu sañudo
Quiebre en tu base su furor insano,
Y hable a los pueblos tu silencio mudo.
Y hable también el opresor tirano…
¡Monumento inmortal, yo te saCuando posteriormente se recoja en sus obras completas, apenas quedará en pie algo más que los tres primeros versos (7).
Apenas transcurren dos años cuando, desaparecida ya la anterior, sale a la luz una nueva publicación con el título de La mariposa, dirigida esta vez por una mujer, algo insólito en la prensa local. La escritora Ermelinda Ormaeche y Begoña se encargará, durante los tres meses que resiste el semanario, de proporcionar el sello literario a un medio de expresión que, a juzgar por la brevedad de su existencia, contó con mayor aceptación entre las autoras de los textos dados a conocer que entre sus hipotéticas lectoras.
Recibida en Santander la noticia del fallecimiento de la poetisa cubana, ocurrido el 1 de febrero de 1873, la directora de La mariposa se manifiesta ferviente admiradora suya y, con tal motivo, publica una extensa y emotiva elegía de creación propia; algunas de sus estrofas dicen así:
¡Oid! ya más distinto
Ya más claro resuena…
Es una voz dulcísima que llena
El anchuroso etéreo recinto…
Voz doliente, apenada,
De timbre sonoroso y argentino;
Voz en lágrimas tristes empapada,
Que sólo exaltar puede
De algún ser celestial labio divino…
¡Oid! ya más distinto
Ya más claro resuena…
Es una voz dulcísima que llena
El anchuroso etéreo recinto…
Voz doliente, apenada,
De timbre sonoroso y argentino;
Voz en lágrimas tristes empapada,
Que sólo exaltar puede
De algún ser celestial labio divino…
«¡Oh! ¡ni un mortal sobre la tierra quede!…»
-¿Lo oís?… la voz conmovedora exclama-
¡Que de sus turbios ojos,
-De ardiente lloro abrasador torrente-
No vierta ante los pálidos despojos
De la que tanto fatigó a la Fama
Haciéndola llevar de polo a polo
Las notas de su canto prepotente;
Y a cuyo nombre solo,
Hasta el alma más fría
Hervir en ella el entusiasmo siente!…
El genio de la excelsa poesía,
Que dio a su lira misteriosos sones,
Que de la inspiración la dulce llama
-Cuyo puro destello
El mismo hielo endurecido inflama-
En su mente encendió; que a sus canciones
Puro el celeste sello
De lo sublime, de lo grande y bello,
Conque hiciera latir los corazones,
Hoy dobla la cabeza
Bajo el dosel de sus nevadas alas,
Y prosternado ante el cadáver yerto,
Presa de indescriptible desconsuelo,
De profunda tristeza,
Marchitas ya las esplendentes galas
Que ornan su veste, y el laúd cubierto
Con fúnebre crespón, acerbo duelo
Denota en su actitud desesperada;
¡Que nada puede consolarle, nada! (8)
Ya en los albores del siglo XX, el diario progresista santanderino El Cantábrico (1895-1937), fundado por los hermanos cubanos de nacimiento Manuel y Buenaventura Rodríguez Parets y dirigido por el periodista y poeta festivo José Estrañi Grau, recogerá en sus páginas algunos antiguos trabajos de la escritora, incluidos entre las composiciones de las escritoras Concha Espina, Rosalía de Castro, Rosario de Acuña, Sofía Romero, Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Sofía Casanova, Emilia Valverde, Santa Teresa de Jesús, Blanca de los Ríos y otras de menor nombradía.
En 1904 se reproduce el soneto titulado “A Washington” (9), y dos años más tarde se insertarán “De Petrarca” (10) y “La tumba y la rosa” (11), traducción libre este último de una composición debida a Víctor Hugo.
A WASHINGTON
No en tu pasado a tu virtud modelo,
ni copia al porvenir dará la historia
ni otra igual en grandeza a tu memoria
difundirán los siglos en su vuelo.
Miró la Europa ensangrentada su suelo
el genio de la guerra y la victoria…
pero le cupo a América la gloria
de que el genio del bien les diera el cielo.
Que audaz conquistador goce en su ciencia
mientras al mundo en páramo convierte
y se envanezca cuando a siervos mande.
Mas los pueblo sabrán en su conciencia
que el que los rije libres sólo es fuerte
que el que les hace grande sólo es grande.
Notas
- Ediciones Tantín, Santander 1997.
- Centro de Estudios Montañeses, Santander 1982, p. 77.
- En El recreo popular nº 8, Santander 21 de julio de 1850.
- Fundación Universitaria Española, Madrid 1975. Una fuente consultada nos dice que el citado manuscrito bien pudiera proceder de los fondos del académico Manuel Cañete, que a su fallecimiento en 1891 pasaron a la biblioteca personal de don Marcelino.
- “Conserva tu risa” y “Versos”, en Obras Literarias de la Señora Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda. Colección completa, I. Poesías líricas, Madrid 1869, pp. 202-203 y 204-205.
- “Al monumento del dos de mayo”, con grandes cambios respecto al original, incluido en Obras Literarias…, op., cit., p. 55.
- En El ramillete, Santander 1871.
- En La mariposa, nº 7, Santander 16 de febrero de 1873.
- El Cantábrico, Santander 10 de julio de 1904, p. 1. Presenta algunas diferencias respecto a la versión incluida en Obras Literarias…, op. cit., p. 77.
(10)El Cantábrico, Santander 19 de enero de 1907 En la versión incluida en
- cit., p. 6, presenta algunas diferencias, además de titularse “Las
contradicciones”.
(11)El Cantábrico, Santander 12 de agosto de 1907, p.1. Incluida con algunas
adaptaciones tipográficas en op. cit., p. 92.
GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
Gertrudis Gómez de Avellaneda nació en Puerto Príncipe (Cuba) el 23 de marzo de 1814, hija de padre español y madre cubana, falleciendo en España en el año 1873. Bretón dijo de ella: «Es mucho hombre, esta mujer».
A su muerte, una admiradora suya llamada Ermelinda Ormaeche y Begoña, publicó en el semanario La mariposa, de Santander, una larga elegía bajo el título de «En la muerte de la eminente poetisa doña Gertrudis Gómez de Avellaneda» (1):
¡Qué acento es ése, lastimero y hueco,
Que en los espacios se dilata y vuela,
Cuyo apagado, estremecido eco
Oprime el corazón, el alma hiela?
Parece de una madre desdichada,
Que el hijo de su amor, triste, ha perdido,
Indefinible esclamación lanzada
De lo más hondo de su pecho herido:
O bien flébil sonido
Arrancado a una lira misteriosa,
Por invisible mano,
En medio de la noche silenciosa.
Gemido sobrehumano
Desgarrador lamento,
Que al esconderse en ondulantes giros
-De aura fugaz con el suave aliento-
Por la región vacía,
Remedando tiernísimos suspiros,
De una amarga y letal melancolía
El ambiente satura
Que el corazón al aspirarle apura.
¡Oid! ya más distinto
Ya más claro resuena…
Es una voz dulcísima que llena
El anchuroso etéreo recinto…
Voz doliente, apenada,
De timbre sonoroso y argentino;
Voz en lágrimas tristes empapada,
Que sólo exaltar puede
De algún ser celestial labio divino…
«¡Oh! ¡ni un mortal sobre la tierra quede!…»
-¿Lo oís?… la voz conmovedora exclama-
¡Que de sus turbios ojos,
-De ardiente lloro abrasador torrente-
No vierta ante los pálidos despojos
De la que tanto fatigó a la Fama
Haciéndola llevar de polo a polo
Las notas de su canto prepotente;
Y a cuyo nombre solo,
Hasta el alma más fría
Hervir en ella el entusiasmo siente!…
El genio de la excelsa poesía,
Que dio a su lira misteriosos sones,
Que de la inspiración la dulce llama
-Cuyo puro destello
El mismo hielo endurecido inflama-
En su mente encendió; que a sus canciones
Puro el celeste sello
De lo sublime, de lo grande y bello,
Conque hiciera latir los corazones,
Hoy dobla la cabeza
Bajo el dosel de sus nevadas alas,
Y prosternado ante el cadáver yerto,
Presa de indescriptible desconsuelo,
De profunda tristeza,
Marchitas ya las esplendentes galas
Que ornan su veste, y el laúd cubierto
Con fúnebre crespón, acerbo duelo
Denota en su actitud desesperada;
¡Que nada puede consolarle, nada!
¡Fúlgido sol, a quien valiente canto
Su voz alzó con brío;
Pálida luna que en la noche triste
Tú sola ver pudiste
Los amargos raudales de su llanto,
Y que el origen del dolor sombrío
Oculto en el ignoto santuario
De su alma grande, levantada y noble,
Tú sola penetraste y comprendiste:
De vuestra luz un rayo dulce y pío
Venid a derramar sobre el sudario
En que se envuelve su cadáver frío
Próximo a descender al funerario
Leche de tierra, en el que a polvo leve
La humana vestidura
Con que cubrió a su hechura
El Criador, reducirase en breve!
¡Flores, hermosas flores
Que sois con vuestros colores
Y espléndida belleza,
Gloria de los pensiles,
Y heraldos que, al henchir con vuestro aroma
Las alas impalpables y sutiles
De la ligera brisa, en el idioma
Desconocido, sí, pero elocuente
Que habla naturaleza,
-Y sólo aprende el corazón que siente.-
Proclamáis el poder y la grandeza
De aquel que os da -desde su escelsa altura-
Hechizos y perfumes y hermosura:
Doblad vuestra cerviz encantadora
Como señal de duelo,
¡Ay que la amante y férvida cantora
Que tanto os adoraba, huyose al cielo!
………………………………………
¿No es ilusión?… ¿La parca inexorable
-Con inclemente saña-
Habrá hundido su pérfida guadaña
En el pecho entusiasta y generoso
De la sublime musa?… Perdurable,
¿Por qué no es, ¡oh Dios mío! la existencia
Del ser privilegiado y venturoso
-Cuya alma inteligencia
Un rayo puro de la tuya baña?…
Mas… ¡Ah! otra vez el fugitivo viento
Me trae el eco de una voz estraña
Cuyo solemne y magestuoso acento
Algo severo e imponente entraña.
¿Quién osa -dice- temeraria queja
Imprudente elevar? ¿A quién asusta
Tanto el fallo eternal, que al labio deja
En necias frases prorrumpir sin tino
Como increpando al árbitro divino?
¡Oh! ¿tanto vale ese existir menguado,
Esa vida ruin, y miserable
Cuyo áspero camino
Está do quier sembrado
De erizadas espinas, que destrozan
Sin compasión el corazón humano;
Donde el mayor placer es deleznable
Sombra fugaz que de los brazos huye
Cuando más por asirla lucha en vano,
Sueños que amargo despertar destruye?
¿Qué en ese mundo los mortales gozan
Para que así su pérdida deploren
Para que -¡necios!- sin consuelo lloren
Cuando una criatura le abandona
Obediente al decreto soberano?…
Nace el hombre, tristísimo gemido
La vida al saludar, su boca exhala;
Tal vez desconocido
Presentimiento se le arranca: acaso.
Prevé‚ ya la cohorte monstruosa
De funestos dolores
Por qué ha de ser sin tregua perseguido
De su oriente a su ocaso
Crece después: y rápida resbala
La bella edad de su niñez dichosa;
Mas ¡ay! que viene en pos la adolescencia,
Luego la juventud; de la inocencia
El límpido cristal, negros vapores
Comienzan a empañar… Ya la conciencia
No duerme tan tranquila…
Esperanzas, deseos, ilusiones…
Sueños de amor, de gloria, de ventura,
Roban su paz, encienden su pupila,
Exacerban, excitan sus pasiones,
Y le mantienen en cruel tortura.
Llega el umbral de la vejez; gastadas
Están sus fuerzas por la cruda lucha…
Entonces, en su interior -¡mísero!- escucha
Una voz pavorosa que le exige,
De las horas pasadas
En punible abandono,
Estrecha cuenta y con adusto tono
Duras reconvenciones le dirige
Con que su pobre espíritu se aterra…
¿Y esto es vivir, mortales?
¿Y os duele huir de tan horribles males
Como ese mundo en que habitáis encierra?
¡Basta! ¡Jamás el importuno lloro
Llegue a turbar, de la callada tumba
En que va a hundirse el cuerpo inanimado
De la augusta cantora, el misterioso
Silencio! El arpa de las cuerdas de oro,
Que su mano pulsó, también sucumba
Y a su lado repose
Para que nunca un eco quejumbroso
-Al agitarla el viento- ¡lanzar ose!
¡Ella es feliz! De inmarcesible gloria
Luce eternal diadema
Que el mismo Dios, inmenso, omnipotente
Ha querido poner sobre su frente,
De virtud y de genio como emblema;
No cual la que ceñisteis
A sus mortales sienes, ilusoria
Como el frágil laurel de que la hicisteis
Y que, cual él, tornose en vil escoria,
Si no bella, fulgente, inmarchitable,
Lo mismo que su Autor, invariable!
……………………………………..
¡Es verdad! ¡es verdad! En la garganta,
El rebelde sollozo
Ahoguemos con valor! Tal vez ahora
Su sima henchida de celeste gozo
Un himno tierno de alabanzas canta,
Mientras que en éstasis divino adora
Al supremo señor de lo creado
Y besa humilde su sublime planta.
“¡Que el vulgo de los hombres, asombrado
Tiemble al alzar la eternidad su velo;
Mas la patria del genio está en el cielo!»
La mariposa nº 7, Santander 16 de febrero de 1873.
MI CANTO
A Don F. Díez Gaviño
Si al extinguirse pálido el día,
Cuando adelanta la sombra oscura,
Llega a tu oído
La queja amante que, desde el nido,
Lanza con honda melancolía
Tórtola triste de la espesura,
Llenando el aire de su armonía;
Entre su arrullo,
¿No adviertes, dime, ledo,
Vago murmullo?
———-
¡Ese es mi canto! ¡fugaz y leve
Como un suspiro que arrastra el viento!…
¡Joven poeta!
¿Por qué pretendes que al alma inquieta
La paz perdida mi canto lleve?
¡Ah! ¿Tú no sabes que hay en mi acento
Oculto móvil que al llanto mueve,
Y que mi lira,
Tristeza y desconsuelo
No más respira?
—————-
Lo que ella canta, mi pecho siente,
Mas no me aqueja la sed de gloria.
La poesía
Que inculta brota del arpa mía,
Bebo en raudales de lloro ardiente,
Y hallar no pueden eco en la historia
La amarga queja ni el ¡ay! doliente.
Mis cantilenas
Sólo están destinadas
A ahogar mis penas.
Ermelinda Ormaeche y Begoña (1871) Álbum.
Texto: José Ramón Sainz Viadero
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