Tarde invernal, tarde de grises y de fríos, tarde para mirar tras los cristales, para ordenar sosegadamente recuerdos, para hacer planes, para anotar sueños y liberar pesadillas. Tarde para contemplar la luz de los charcos, esos charcos en los que comienza la vida. La ciudad bulle y por momentos se detiene en este tiempo de pájaros negros en las antenas, del cielo la velocidad del rayo, de la tierra la duda, pero quieres saliva y sudor no la duda, intuyes que se ha puesto el sol y darías cualquier cosa por saber la verdad y quieres que lleguen a través de las calles las señales de humo procedentes de los bosques para que hagan temblar el paisaje, para que lo llenen de vida, y lo ves venir, nubes de pájaros, atardecer negro que se llevará el viento, ninguna mentira, en un rato otra vez la noche, noche de lluvia, otra vez la noche con sus nidos de serpientes en las articulaciones, te dejas caer, te urge dormir y emprender la vida anestesiada de los osos, mientras, en el centro de la tierra una roca encendida arde eternamente. De nuevo la duda, el miedo, esa culebra amaestrada por gentes cobardes, defendiendo su ancho territorio, el vientre oxidado. Todo comenzó cuando alguien gritó tu nombre. Alguien gritó tu nombre y trajo el frío. Alguien gritó tu nombre y al volver la vista comenzó a llover.
Tarde invernal
Marisa Pradera
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