TIRANDO A CORRECTO

 

Desde César Strawberry a Hermann Terscht, con todos los estadios intermedios bien representados, parece ser una de las últimas modas la de clamar día sí, día también, contra la corrección política.

Nada nuevo bajo el sol, parece que todo intento de transformar las estructuras sociales en general y las patriarcales en particular choca con un muro que sentimos infranqueable, que se vuelve ciclópeo cuando el cambio intenta afectar a ese lenguaje que, como todos sabemos, ha permanecido idéntico a sí mismo desde los tiempos del Poema de Mío Cid.

El caso es que cada vez tengo más arraigada la impresión de que cuando algunos reivindican la incorrección política en realidad lo que están reivindicando es su derecho a humillar y a insultar a todo el que se mueva fuera de sus cortas miras, como matones bien adiestrados. Ah, y paradójicamente (o no tanto) lloriquear tratando de defender sus libertades como si fueran bien común y su dignidad, esa sí, fuera infinita y digna de toda protección. Al fin y al cabo, el síndrome de la mandíbula de cristal es frecuente entre los acosadores.

La llamada corrección política y las consecuencias derivadas al lenguaje en el fondo es mucho más simple de lo que se nos quiere hacer entender. Se trata de desarrollar una prohibición social e instaurar la obligación de no herir, o si lo prefieren establecer como uso el derecho a no ser agredido por tu condición. No acabo de entender cómo es posible que aferrándose de forma torticera a la libertad de expresión (que por cierto y al igual que los demás derechos cívicos fundamentales no es absoluta y viene modelada en su ejercicio por límites legales) algunas personas, casi siempre hombres, vaya tú por Dios, insistan en la bondad de sus exabruptos, insultos y descalificaciones porque al fin y al cabo lo que pasa es que ellos son políticamente incorrectos.

Mi abuela, poco cercana a las presuntas ingenierías sociales progres esas que al parecer traman un complot contra la sacrosanta libertad de expresión, nunca hablaría de incorrección política, pero de seguro que detectaría en estos tipos una extrema mala educación. En homenaje a mis ancestros, pues, elijo ser políticamente correcto, elijo hacer un esfuerzo para no herir gratuita y genéricamente, elijo respetar la condición y la dignidad de las personas que tengo a mi alrededor y también de la que está lejos. Y me reservo el derecho a denunciar y a combatir a esos gañanes que se creen con derecho a seguir atormentando, amenazando y descalificando como probablemente ya hacían en las plazas de su barrio o en el patio de su colegio.

Texto: Regino Mateo Pardo.

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