Este verano leí el libro escrito por la sobrina de Donald Trump, en este caso Mary L. Trump, sobre su pariente. Lo leí de un tirón y dos veces.
Dos veces. Principalmente para convencerme de que estaba leyendo una obra de calidad y no un mero libro de circunstancias.
Y, en fin, para convencerme de que estaba conociendo de manera clínica —y no cínica— a un personaje necesitado de terapia.
En cierta ocasión, a Trump le preguntaron si había acudido alguna vez a un psicólogo, a un psiquiatra, a un psicoanalista o, más en general, a un terapeuta: sí, nada de lo que avergonzarse.
Su respuesta fue increíblemente sincera y ruda. Parafraseo: jamás he acudido a tratamiento porque la terapia me permitiría conocer aspectos de mí mismo que no me gustan.
‘Too Much and Never Enough: How My Family Created the World’s Most Dangerous Man’. Así se titula el volumen de la sobrina. Tiene su punto estridente, sí.
Quizás sin saberlo, o conscientemente, Mary L. Trump, la autora, encarna para su tío lo peor o casi lo peor que podría encarnar un enemigo.
Esa mujer es lesbiana, es madre, está separada y, para más inri, forma parte de su familia, justamente el núcleo de parientes que deberían guardar silencio ante la obra magna del presidente.
Lo leí —el libro— en castellano, en la edición de Urano, y a pesar de algunos defectos formales, tal vez provocados por la urgencia de la edición, es un volumen interesante.
Permite ver a Trump como epítome, como epifenómeno (perdón por los terminachos). Permite verlo como efecto de las masas que en principio lo apoyaban por su incorrección.
Permite ver el comportamiento patológico de un individuo que está al frente de numerosos poderes y que cuenta con recursos de todo tipo para saciar su voluntad de eso, de poder.
En algún otro momento y en algún otro libro he abordado la figura de Trump a partir de las lecturas, creo que abundantes, que he hecho sobre el personaje.
El payaso, el vendedor, el comediante, el pícaro, el hijo de papá, etcétera, son sólo algunas de las figuras que encarna y que en su imagen se solapan.
En el libro de Mary L. Trump, el actual presidente de los Estados Unidos es sobre todo y principalmente un depredador, un tipo carente de sentimientos o de afectos duraderos. Un depredador.
Es un individuo que ha debido crearse una ficción de sí mismo convenciéndose de sus cualidades cuando en el fondo ha sido eso, un hijo de papá, dependiente de los recursos y apoyos de su padre, Fred.
Me refiero al descendiente del alemán emigrado, aquel que que juzgó tan severamente a sus descendientes, sobre todo a las personas que no eran duras, crueles, dispuestas a sacrificar al oponente.
Dice la autora: “es la historia de la familia actual más visible y poderosa del mundo. Y soy el único miembro de los Trump que está dispuesto a contarla”. Quizá suene grandilocuente.
Mary se salta las reglas. Se salta el pacto de silencio o de confidencialidad que ciñe a sus miembros. Ella no se siente concernida. O, al menos, ya no se siente concernida.
“Espero que este libro termine con la práctica de referirse a las «estrategias» o «agendas» de Donald, como si él operara de acuerdo a cualquier principio organizativo. No lo hace”. No hay tal principio organizativo.
Aparte de ser sobrina, Mary L. Trump ejerce de psicóloga. Sobre este asunto tiene estudios de postín. Pero la autora se contiene.
En absoluto pretende diagnosticar a su tío a trote cochinero y sólo a partir de los pocos datos personales, privados e íntimos que de él ha podido reunir.
Ahora bien, como experta en la materia, sabe interpretar el comportamiento, la conducta, las tendencias y las ‘prevalencias’ del actual presidente norteamericano.
“El ego de Donald ha sido, y es, una barrera frágil e inadecuada entre él y el mundo real, que, gracias al dinero y el poder de su padre, nunca tuvo que negociar por sí mismo”, dice Mary L.
“Donald siempre ha necesitado perpetuar la ficción que empezó mi abuelo de que es fuerte, inteligente y, por lo demás, extraordinario, porque enfrentarse a la verdad —que no es ninguna de esas cosas— es demasiado aterrador para que él lo contemple”…
Justo Serna.
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