A veces oyes una frase, basta con eso. Por ejemplo, un día una compañera me dijo que de pequeña siempre jugaba a que era viuda con hijos. Inventaba la muerte trágica de su marido, los tristes que estaban sus muñecos. O hace tiempo otra me contó la historia de la madre de un amigo, a la que tiñeron de negro su vestido días antes de su comunión porque su padre repentinamente. De allí, de aquella oscura realidad, surgió este microcuento.
Reflejos negros
Mataron a mi vestido de comunión. Lo ahogaron, igual que a un recién nacido no deseado en una bañera negra, negra como el ojo vacío de un pobre de iglesia. Lo oí pedirme ayuda, al principio bajito, con un llanto entrecortado de bebé enfermo. Mi madre y mi tía, ellas fueron, en el cuarto de baño, encerradas con el vestido que había sido tan blanco a la luz del escaparate de un sábado. El que tú quieras, mi reina, había dicho mi padre. El que yo quise era un traje de princesa y lloraba, mientras lo volvían negro a la fuerza, mi madre y mi tía solterona . Me tapé la cabeza con la almohada cuando el vestido comenzó a aullar, porque no soportaba aquel chapoteo desesperado y el caer a borbotones del agua helada. Las dos, matando mi vestido, detrás de la puerta, sumergiéndolo en el lago embetunado una y otra vez, hasta que al fin se calló. Y yo cubriéndome la cara con la colcha para ahogarme al mismo tiempo que mi vestido de reina enana. Para no ver más allí de pie, reflejada en la luna del armario, la sombra negra de mi padre, con aquel traje inmóvil de señor muy muerto.
Vestido negro
Patricia Esteban Erlés
Qué buena forma de hablar de dolor sin mencionarlo.