Melancolía. Es la palabra que me sugieren las elecciones francesas. Durante días eludía conscientemente las informaciones, los datos que llegaban a #LaPajarera y eso que todos apuntaban a que eran de una insólita importancia, que se debatía el europeísmo y el futuro próximo. Después de Trump, en EEUU, y del Brexit, como que me desentiendo, quizá porque mi capacidad de asombro sobre la gran política se ha quedado huérfana por tanto desafuero. Francia. La soñada Francia, la tierra de amparo, de libertad, de aire vivo, se debate entre susto o muerte.
Hace unos días entrevistaban en la televisión a un grupo de gente escogida al azar, eran trabajadores, algunos inmigrantes, que llevaban en el país galo, años…Casi todos iban a votar por Le Pen. Era curioso, viendo la tez oscura de uno de ellos, escucharle decir que había ya demasiados extranjeros en Francia. Mientras la izquierda moderada se desintegra sin enterarse de nada, viendo la vida pasar con los ojos puestos en el pasado siglo, viviendo de viejas glorias pasadas, los desfavorecidos votan al fascio. Descafeinado, disimulado pero fascio.
Ya pasó. Al no recordarlo repetimos una y mil veces la historia. Los desfavorecidos piensan que si se acercan al poder recogerán migajas. Entran en mimetismo, en querer ser más gregarios que los propios nativos, o acomodados, para asimilarse. No nos engañemos. A la izquierda mal llamada radical, la votan las clases medias. Me da la risa cuando escucho hablar de perroflautas, de gente que no se lava, que llevan rastas, de radicales extremistas, que cree (la gente de “bien”) que son los votantes de esa izquierda mal llamada radical.
Hay una realidad que obviamos. Los que viven en precariedad total no van a votar. Los que viven bajo mínimos de subsistencia no se acercan a las urnas. Los que votan y los que hacen esa izquierda son gente de mediana cultura, conscientes de la penuria de esta sociedad. Pero que no la padecen del todo, tan solo sus coletazos. En cambio, los que viven en precario en la tenue línea que los separa del lumpen: temen, por eso votan al fuerte.
Tienen miedo, quieren seguridad: fronteras cerradas, nada de subsidios a pobres, ¡que trabajen! que no nos quiten lo poco que nos queda. Cuando se les explica que al país y a ellos no les expolia el inmigrante, o el enfermo, se niegan a oír. Cierran sus oídos a la corrupción, a la debacle que bancos y grandes consorcios han hecho. No conocen a Lehman Brothers, ni al desfase producido por la burbuja inmobiliaria, ni Cristo que lo fundó. No quieren saber de FMI, ni de Banco Mundial. Y si les hablas de Delaware, Caimán, Suiza, te dicen que tienen un conocido que les ha contado que un parado/inmigrante/árabe/o lo que sea, trabaja en negro o cobra subvenciones y le quita el pan de sus hijos…
Y votan fascio.
Ya se hizo. Se vivió, y no aprendimos, porque el olvido cauteriza heridas y recurrimos a él para dejar de sufrir la realidad.
Por eso, ni analizo ni comento lo ocurrido en Francia. Por eso, cierro mis ojos, como tantos, a una realidad que me supera. Que la entiendo, pero me asusta tanto que prefiero obviarla. Como tantos. Como los votantes. No es derrotismo, no lo crean, es cansancio. Me cansa este mundo poblado de insensatos que repiten(mos) la historia cada poco.
#MariaToca
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