25 Noviembre, violencias verbales variadas.

 

Nos matamos en explicar, en salir a las calles, en luchar en varios frentes a la vez, en escribir, en hablar, hasta en gritar  contra de la violencia machista. Dedicamos días mundiales para hacer visible el cáncer social que supone el patriarcado criminal que nos humilla, degrada y asesina. Nos matamos, como digo…y a poco que nos volteemos encontramos en el púlpito sagrado del Parlamento el lenguaje soez, el insulto duro, la mueca verbal caustica y la humillación feroz de minimizar los aciertos y los errores de una mujer en cosa de cama. De asalto a la cama del macho que es quien la coloca.

Con visible perplejidad observamos como personajes de cierta importancia, puesto que han sido elegidos/as por un número importante de personas, legalizan y subliman lo que condenaríamos sin paliativos en la calle. Si a un chico en cualquier instituto o calle le escucháramos decir lo que se oye en el Parlamento, en el Ayuntamiento de Zaragoza, y en más sitios que no han trascendido porque mucho nos tememos que el lenguaje de esa cloaca es más extenso de lo que parece, le afearíamos con fuerza su mala boca.

Me pregunto ¿con qué autoridad moral podremos educar en igualdad a tenor de lo escuchado en los últimos meses? ¿Cómo es  posible que se produzcan  esos discursos referidos a personas que han sido elegidas, que nos representan? Las feministas solemos gritar un eslogan: “cuando atacan a una atacan a todas” En este caso no es mero simbolismo. Es que atacando por su condición de mujer a Irene Montero, a Victoria Rosell o Angela Rodríguez atacan a los/as millones de votantes de estas mujeres que representan a cientos de miles de personas.

Banalizamos la violencia verbal. La minimizamos hasta convertirla en algo anecdótico que produce hasta risa. Se convierte en noticia cuando es estentórea como la producida en los últimos años y no va más allá. Tanto que se ha convertido en costumbre. He escuchado repetidas  veces a las protagonistas reconocer que es algo que asumen como inherente al cargo. Es decir, que si tienes un cargo político en España –nos tememos que el resto del mundo parece que también- cargas con los insultos, las vejaciones, humillaciones y ataques verbales, no por el cargo en si, sino por la condición de mujer.

Ha sido así. De siempre a las mujeres cuando se nos ha querido vejar, el insulto supremo llevaba cuatro letras y nos escupía en la cara. Daba igual de qué se nos acusara, porque éramos putas. Que habíamos llegado gracias a la pareja, el amante, la soltura de piernas o de rodillas. Jamás por méritos propios como ellos. Y lo hemos normalizado. Hasta las propias víctimas lo han normalizado.

Escuché decir a Ángela Rodríguez, con entereza dolida, que cada día abre los ojos con cientos de insultos por su condición de mujer. Gorda, bollera, puta… Cuando desde estas páginas comenzamos a compartir artículos de Beatriz Gimeno, me quedé perpleja ante los insultos que recibía. Me respondió ante mi perplejidad, que la había costado mucho tiempo asumirlo pero que ya lo había normalizado.

Cambio de posicionamiento político. No sé si la reina Letizia Ortiz realiza labores de importancia. Ignoro si pasará a la historia por su trabajo actual. Lo que me consta y a ustedes, es que fue periodista, estudió con esfuerzo y se labró una buena posición en la profesión. Si ustedes analizan las veces que sale en la prensa dicha señora, verán con estupor, que es mayoritario el comentario hacia su ropa, su físico y su condición de mujer. Nadie analiza la vestimenta de su marido. Quizá, si juzgamos merecimientos profesionales, gana ella por goleada. En mi retina tengo aún el furor que me produjo cierta portada en la que las señoras Carla Bruni y Letizia Ortiz subían una escalinata  tomándose la foto desde la perspectiva en la que destacaban sus culos. Duelo de culos lo llamaron los más educados. Duelo de “derrieres” los más bastos…

 

Esto que ustedes leen es cotidiano. Les cuento algo que escuchan cada día en los medios pero se produce de forma común en la vida diaria de millones de mujeres. En los trabajos, en los sitios de esparcimiento sabemos que llegan comentarios del tipo. O nos acostumbramos o nos quebramos, me suelen decir las más expuestas al desafío machista. No podemos luchar contra los troles que nos desmenuzan por nuestra condición de mujer.

Hace poco  el infame perturbado  Girauta publicaba un twit en una cuenta nueva fantasmagórica,  con  una imagen superponiendo a las mujeres del ministerio de Igualdad sobre la imagen de los integrantes de La Manada, y señalando la fecha de San Fermín 2023. ¿Invitación a la violación, señor Girauta?

Podría seguir infinitamente refiriendo casos que se producen en los trabajos,  en la calle, en el bar, en el cine, en la playa –las playas tranquilas o solitarias,  lugar en el que ni cumpliendo los sesenta se puede ir sola sin ser acosada-

Los normalizamos porque siempre estuvieron y tenemos la certeza de que seguirán estando. De que de noche ir sola entraña peligro, de que hay que llevar las llaves del coche o de la casa en la mano por si acaso, en que no se puede pasar por determinadas calles o, como decía antes, ir a leer a una playa o parque en soledad supone riesgo e incordio. Soreimos con furor atragantado ante bromas infames de un machismo larvado y sucio, porque de no hacerlo nos llaman siesas, amargadas, malfolladas, reglaticas, menopáusicas

 

Lo tenemos normalizado pero no es normal. Además, conforme avanzamos socialmente en penalizar las conductas machistas punitivizándolas, han llegado al Parlamento una gente que normaliza la paliza dialéctica machista, burda, malvada y perversa. Se ha institucionalizado la agresión machista verbal.  Nos consta que esta colección de ratas humanas es la respuesta que da el cuerpo moribundo del patriarcado. Sabe que desaparece y aletea con furia atacando. Le queda poco pero sigue jodiendo.

La extrema derecha ha salido de las alcantarillas e invade territorio común. Llegó con Trump  –¿recuerdan cuando afirmaba que cuando veía a una mujer guapa la agarraba del coño? y ¿que ninguna se resistía a su poder? o los insultos de Bolsonaro a una periodista diciendo que no merecía ser violada porque era muy fea…?-

Normalizamos a las bestias. Les ríen las gracias a los pervertidos, a los perversos.

Curiosamente esos especímenes son los/as mismas que solicitan más punitivismo para cualquier delito. Son la misma gente que alardea de un cristianismo militante y feroz tratando de imponernos conductas morales específicas sobre moral tan desfasadas que parecen salidas de la Edad  Media. Moral, que por supuesto ellos ni por asomo, profesan.

Los mismos que gritan puta quieren limitar el derecho al aborto, a la educación sexual, a la igualdad, a la información precisa de la diversidad sexual y de género. Los mismos que claman con el rosario en la mano, con sus mentes sucias y pervertidas, encanallan el Parlamento.

Y lo normalizamos como gajes de oficio, cuando es violencia, agresión pertinaz. En este día 25 de noviembre, en que realizamos memorial contra la violencia machista, quiero gritar por esta otra violencia. La verbal, la sistémica que nos socaba y destruye a veces más que los golpes. Sirva la imagen de una mujer clamando en el Parlamento porque dejen los insultos en el diario de sesiones para que jamás otra tenga que pasar lo mismo. Porque los errores laborales se critican pero jamás se debe utilizar la condición de mujer como crítica.

María Toca Cañedo©

 

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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