«El primer día que nos citamos me comentó que tenía varias amantes a la
vez y de diferentes edades. También me dijo que siempre había sido
infiel en sus relaciones.
Pero yo no lo escuché. Y lo que viví después se convirtió en un cuento
con un final muy doloroso y previsible.
Cuando estábamos terminando nuestra historia de amor me reveló que
había roto nuestros pactos relacionales durante todo el tiempo
compartido. También confesó que yo no le terminaba de erotizar y que
no me deseaba en los últimos años.
Pero yo no lo escuché y ante sus “te quiero mucho” después de meses y
sus “lo eres todo para mí” volví de nuevo, sin que nada cambiara.
Me contó que no tenía apenas trato con sus hijos de una anterior
relación, que él nunca había querido ser padre de verdad, que no lo
sentía como un impulso auténtico.
Pero yo no lo escuché y forcé la situación para tener una criatura en
común. Volvió a no ejercer la paternidad responsable y yo me vi
tratando de poner energía para que los hermanos se relacionaran entre
sí y suplir las carencias paternas.
Un amigo suyo me advirtió que tuviera cuidado, que él como amigo
era un buen tipo y también que como pareja dejaba mucho que desear; dos de sus ex novias le había puesto denuncias por violencia y
acoso.
Pero yo no lo escuché y colocándome el traje de princesa pensé que se
trataba de habladurías y que conmigo no iba a ocurrir porque yo lo
quería mucho y bien.»
Cada día que trabajo con mujeres, en distintos ámbitos profesionales,
me doy cuenta de cómo somos socializadas en la deficiencia para
percibir amenazas, incluso en el hecho de no escuchar o malinterpretar
las señales de peligro.
Observo cómo el proceso de enamoramiento conlleva en muchas de
nosotras una capacidad muy pobre de autoprotección, incluyendo la toma
de riesgos graves o yendo más allá la desprotección de hijos e hijas
a nuestro cargo en nombre del “amor de hombre”.
Podemos tener con amigas y amigos relaciones horizontales, solidarias
o de compañerismo pero en cuanto la mirada y las palabras del otrO se
activan, entra en nosotras una necesidad muy relacionada con nuestra
posición de subordinación, que es la de “ser querida”, muy por encima
de la de seguridad, autonomía, protección de quienes están a nuestro
cargo y desarrollo personal propio y genuino.
Y así ponemos nuestros cuerpos, nuestras energías y nuestros recursos
al servicio del ser elegida por encima de todo, en vez de hacerlo en
no negar las evidencias, los mensajes y las banderas rojas y aprender
a quitarnos la cera de los oídos.
Y escuchar de verdad, la verdad.
María Sabroso.
Ilustración de @mariarosa.art
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