Tener relaciones conscientes no es fácil.
Se trata, en cualquier caso, de ir más allá del mero acompañarse, del me gusta tener sexo con esta persona, del buscar planes de a dos para no quedarnos solas en días festivos o bien compartir sofá, mantel y alguna que otra factura como aspiración y espejismo de bienestar.
Tener una relación consciente supone mirarse por dentro y saber reconocer qué nos ocurre también cuando nos vemos el uno al otro, una a otra, los unos a los otros, sin tapaderas, corazas o personajes mediante.
Es saber de las heridas que surgen con el contacto íntimo, los miedos y angustias que a veces nos atacan como monstruo nocturno, ese asesino debajo de la cama.
Es sentirse merecedor de lo bueno que nos ocurre y no boicotearlo con comportamientos automáticos o inseguridades de antaño, con duelos no cerrados o empeños en falso ante puertas cerradas.
Es poderse querer a uno mismo o a una misma con tal fuerza que lo que mane del interior sea gustoso de compartir con los demás y protegerse o alejarse del daño y los enredos emocionales sostenidos.
Es hablar con franqueza y con cuidado, abandonar las frases hechas, los discursos románticos, los debería decir, las sentencias maximalistas a la primera de cambio, los siempre, los nunca, los ya jamás.
Tener una relación consciente es un camino no trillado, no hay mapas de ruta tradicional que nos puedan acompañar y cada paso hay que recorrerlo con la confianza interna de que nos llevará a un lugar mejor.
Conocemos bien la desigualdad afectiva; los por encima o por debajo del poder relacional, los tengo que hacer, dar y ser mucho para que me quieran.
Y, sin embargo, la horizontalidad es un paseo sin marcas amarillas para seguir como faro.
Un desafío mirarnos de frente, desidealizar, hacernos carne de humanidad, sudor y días bobos también.
No nos lo contaron, es cierto y es posible que no haya enseñantes ni manuales, referencias para todo un ciclo de vida, que nos valgan o universalicen la experiencia, que nos den la receta infalible.
Pero también lo es que desde la risa sincera, la verdad interna más potente y la mirada compasiva de uno mismx y del otro, lo que brota es algo más profundo, cálido y cobijador que cualquier manta de cuadros para cuerpos helados.
Tener una relación consciente no es para valientes, es para todos los humanos que fallamos, nos caemos, dañamos, nos ponemos la tirita, reparamos el mal causado con agua oxigenada y calidez y nos decimos:
Para esta próxima vez ya sabré cómo hacerlo mejor.
Cómo hacerme mejor.
Cómo elegir mejor.
Buen día, otro día.
María Sabroso
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