Corrían jirones de humo que se movían como serpientes en aquel país incendiado por pastores – me contaron – y tropas fugitivas que deambulaban su canibalismo en estertores sin rumbo,
crujían las maderas de ventanas carcomidas en aldeas arrasadas,
él cumplía la estricta orden de su borrachísimo capitán, desde no muy lejos llegaba el lamento de madres con niños muertos al nacer igual que cuervos en el aire, alaridos que el viento llevaba al patio del cuartel pateado por uniformes grises y óxidos en los muros donde caían uno tras otro los campesinos, con el vómito de las metrallas en las mañanas de humo negro eternamente en el aire, siempre en el aire,
mientras él – me cuentan – lustraba con acetona y algodón las piezas de la pistola del capitán que gustaba de dar el tiro de gracia antes de que los vivos recogieran a sus muertos camino de fosas donde acababan con moscas verdes en la nariz y en las orejas y los colocaban bajo tierra junto con un saco de cal, que se oía dando la sensación de arder burbujeando en el pecho,
y era el humo, el humo sempiterno en remolinos un tiempo enorme en el aire que él veía a través de la ventana, sediento, el cañón, el armazón, la correa, el cargador, se colocaban a un lado tan brillantes e impolutos como las insignias del capitán, borracho a destiempo,
y era el turno de la empuñadura cuando él entró, dando tumbos, fétidas palabras de satisfacción y sangre , “ la guerra está ganada”, le dijo – cuentan que le dijo – acercando a su oído los labios húmedos de brandy, “ no volveréis a molestarnos, “ ¿cuándo os enteraréis de quién manda aquí?”,
las manos sumisas en la tarea, no se oía al muchacho, la acetona bien despachada , frotar y frotar, “ ahora que lloren a sus muertos”, escuchaba, “ que traigan más hijos y sean obedientes a nosotros, a los de siempre, coño, ¡ostias¡” lo que mandamos por historia, por apellidos, por grandeza, ¿ te enteras?”,
apenas asintió la cabeza antes del golpe, otros más, como cada mañana los golpes de la victoria, lista la empuñadura venía el turno el resorte recuperador, “ habéis nacido para servir, ¿ te enteras? ¡ para servir y callar! “, dicen que escuchó cuando un temblor apenas perceptible sacudió sus dedos,
“y sin embargo tan obstinados” – dicen que escuchó decir al capitán- “ con vuestros derechos y vuestras huelgas hasta que tenemos que mataros como a ratas”, “ ? es que nunca vais a escarmentar,a enteraros de vuestro papel en la vida?”,
“ ¿ qué somos ?”, fue la osadía apenas audible del muchacho rapado, esquelético,
“ sois parias, nacisteis para servirnos”, y de nuevo la peste ahogando su oreja, sin dejar la tarea en ningún momento, la pistola lista, compacta como al capitán le gusta, como es debido, brillante como la patria de la victoria, como la rojigualda a la que dedican himnos en el patio mientras las abuelas recogen a sus nietos con la sangre hirviente todavía, la pistola como cada mañana después del paredón,
y el humo – me cuentan – seguía arremolinándose en el aire del cuartel,
“como ceros a la izquierda”, aventuró el chaval porque lo había aprendido en la escuela, “ como ceros a la izquierda”, repitió con jactancia el capitán de apellidos compuestos, dando un traspiés antes de levantar la mano para una nueva colleja que no llegó a su término porque el cañón lo enfilaba entre las cejas cuando – dicen, cuentan los viejos del lugar – escuchó que también había otros ceros, ceros a la extrema izquierda, eso escuchó por última vez, y luego vino el estampido y la borrachera desapareció de repente, sin ruido, en la oscuridad imprevista, instantánea, igual – me contaron – que cuando se queman los fusibles de una casa.
Chema D. Garrido.
Deja un comentario