Si algo he observado a lo largo de todos estos años trabajando con mujeres y hombres en consulta, si algo he aprendido, es a reconocer las formas patriarcales del poder de forma prístina.
De toda la teoría feminista paso a través de mi práctica profesional a las historias de vida, de la vida más prosaica y cotidiana en donde se desvelan tantos y tantos mecanismos sexistas del mundo relacional.
Lo expresa la maestra Marcela Lagarde y ratifico y reconozco, hasta en los hombres más aparentemente concienciados o sensibles, el intento de controlar las reglas de una relación o vínculo basculando entre la creación de la intimidad y la retirada de energía de la misma. Poniendo distancia o aislándose, sostenidos en su creencia de que pueden apartarse sin negociar, entrar y salir a su libre albur, poner peso específico y aligerarlo unilateralmente.
El silencio como forma de dominación hace que no se sientan obligados a dar ninguna explicación e incluso imponer un no diálogo que genera dependencia al despertar todas las posibles heridas de abandono de quien está enfrente.
Asimismo la sobredosificación del contacto conduce al hambre de afecto y a la sobrevalorización de lo poco que brinde quien tiene el mando.
«Ya sabemos que percebes hay pocos y son valiosos, me dijo ella en consulta. Y él se coloca frente al mundo como un percebe. Yo, barra de pan común«.
Las maniobras de regateo en el reconocimiento de quien está enfrente: «Eres maravillosa, pero. En esa foto no estás nada bien. Escribes bien, te voy a enseñar lo que hago yo.»
Tratar de asumir formas de comportamiento relacional patriarcales y un trato desigual lleva pareja la propia autoinvisibilización de quienes somos y de nuestras necesidades, regatearnos el verdadero reconocimiento y nuestros derechos en equidad relacional.
No te atontes, empequeñezcas, infantilices ni ocultes, compañera. No más condescendencia ajena.
Ser madura es conocer de todo esto de las violencias simbólicas. Quitarnos los temores a nuestra propia autonomía, criticar este orden injusto y gritárselo a ELLOS también.
A los que estén dispuestos de corazón a escuchar y verse internamente.
Y nosotras sin miedo.
Sin miedo de que no nos quieran si contamos nuestra verdad encarnada.
María Sabroso.
Sí, es complejo desarticular una ideología sistémica que está arraigada en los huesos del varón, o mejor en sus neuronas. También he visto como escurre el patriarcalismo en las prácticas varoniles, en sus reuniones, en sus fiestas, en el trabajo.