Hermosa y buena. Una mujer de bandera y una médico a la que querían todos los pacientes del ambulatorio donde se la jugaba para que la sanidad pública hiciera su trabajo, atendiera de verdad, con corazón y cabeza a quien lo necesitaba. Una doctora que sonreía, que te atendía sin cita, cuando se te pasaba la hora, que era capaz de leer el dolor ajeno y entenderlo y ponerle fin. Emociona saber que allí estaba ella, comprendiendo el sufrimiento del cuerpo y del alma, que a veces llegan a confundirse, a hacerse uno.
No es un problema socioeconómico, la violencia de género no depende de que hayas podido ir o no a la escuela, a la universidad. Él era abogado, jugaba al golf. También recitaba una letanía de insultos dirigidos a ella, que ahora los vecinos airean, ahora. Zorraputaperra, zorraputaperra. El letrado empezó a matarla con un cuchillo y cuando se rompió el mango firmó la sentencia con unas tijeras que fue a buscar, porque el caso no iba a quedarse a medio juzgar. Ella era médico y no encontró su propio diagnóstico, no supo cómo contar lo que pasaba, la enfermedad que la dejaba sin voz, la planta venenosa que no la dejó hablar.
Ellos piensan que la mujer es una posesión, un palo de golf que pueden partir en dos si les parece. No es un problema de nivel económico, hay algo muy agarrado en las tripas de estos energúmenos que han podido formarse y que a veces incluso son los responsables de decidir sobre la vida de otros, de defender a un acusado. Gentuza como el juez, ¡juez!, que agredió a su mujer por las calles de Granada el otro día, de este leguleyo con ínfulas de Tiger Woods que ha dejado a sus hijos sin madre, a sus pacientes sin una maravillosa médico, a ella sin la única vida que se nos permite vivir.
Maldito seas, cabrón.
Patricia Esteban Erlés
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