Cada nueva estación mi amiga y yo nos convocamos a una gastronómica reunión de trabajo.
Compartimos un espacio profesional y, sin embargo, a duras penas nos pasamos el testigo a través de mensajes de móvil.
En estos encuentros, por tanto, nos ponemos al día, sazonamos nuestras cuitas laborales con algo de esperanza, nos supervisamos la labor con tarta, copas y comida grasienta y especialmente nos reímos.
De todo.
Déjame que te cuente.
Trabajamos escuchando un nivel de penas, trauma y dificultades de tal calibre y en soledad que nada más vernos cambiamos el gesto, aflojamos las defensas, tomamos número como en la frutería y nos damos el turno para ponernos verborréicas, lanzar quejas sin pudor ni filtro alguno, abandonar la corrección ideológica, mostrar nuestra sombra de vulnerabilidad y también escupir al Patriarcado.
Mandamos lejos a quien te impide tener una uña rota en tu ideario o una duda de cierto calado con la modernidad.
Ambas tememos por igual a las censoras que a las censuras.
Así que huimos de quien te señala al modo de policía anticapitalista todas las grietas.
No te vas a creer que incluso en nuestras reuniones informales somos capaces de confesar que sobre temas candentes no tenemos ni idea o que oh castígame pureza moral, hay muchas cuestiones sobre las que no mantenemos ninguna opinión formada.
Diosas feministas, perdonadnos el no tener opinión sobre TODO.
Amiga, nos ocurre lo que a muchas; nuestra auténtica necesidad es la de espacios confiables donde poder ser, sin juicios y con toda la alegría posible.
En esta ocasión, tras horas de reflexión, notas y compartires hemos llegado al acuerdo de que el lema estacional propuesto por Ana Torres. Centro de Psicología y por mí es:
Para este otoño (come, ama, siente, disfruta y) vive lo que te salga del c*ño.
Uy, qué poco transgresoras, oímos de fondo.
Seguramente.
Lo que más deseamos de verdad, en lo profundo, es reírnos mucho.
Y ser lo más libres posible.
Y seguir reconociendo cada vez que, sin amigas, la vida es un desierto tenaz.
María Sabroso.
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