Los Soprano

 

Ya sé que decirles que no había visto esta serie no tiene perdón. Asumido,  entonando mea culpa. Para que me entiendan, les explicaré porqué. Aborrezco las escenas violentas de cualquier tipo, me repelen hasta el dolor. Por ponerles un ejemplo: Tarantino será todo lo magistral que quieran y lo suscribo…pero su cine me da escalofríos. Me llevaron a ver Reservoir Dogs,  y aun considerando que es peliculón, pasé la mitad de la cinta con los ojos cerrados y hasta los oídos. Con Pulp Fiction pasó lo mismo. Recuerdo  a mis amigas tronchadas de risa mientras yo aleteaba por debajo de la silla en Seven, perdiéndome casi la mitad de la película por el pavor producido. Si me preguntan por los Padrinos, les respondo que eso es alta cocina y no hay tanta sangre además que se trata de una violencia larvada, sutil, que perturba más que atemoriza, por lo hermosa y bien planificada.

Por tanto, me dio pereza ver los Soprano, además de que una serie tan larga produce el desasosiego de pensar que en cualquier momento decae y si no lo hace se eterniza el encanto. Y que yo soy poco de hacer lo que los demás dicen, para que voy a engañar.

No me digan porqué hace unas días, inmersa como estaba en el proceso personal de despedir a una madre irredenta, vi que estaba activa en Prime Video y me dije que como escape no estaba mal. De pronto ha surgido el milagro ¡Pero qué puñetera maravilla me estaba perdiendo!

Cada capítulo me digo que es insuperable, cada historia, cada cruce de vidas, me parece tan absoluto que pienso que es el mejor. Y no, porque el siguiente y el más siguiente…son iguales o se superan. Cada historia está tan viva, tan palpitante sus personajes, con tanto matiz divergente que me deja en plena efervescencia intentando desentrañar los intrincados vericuetos psicológicos de los que habitan esos barrios de Nueva Jersey que enfrentan la pulcritud de la suculenta y hortera casa de Toni Soprano con la lobreguez de ese matadero (o lo que sea) de esos antros donde se juega envueltos en humo moviendo miles de dólares y una violencia tan larvada como sublime. Sí, sublime. Porque la violencia de esta serie es pura, descarnada, produce pavor por la desnudez que viste. Se mata, se tortura, se traiciona o se ama con la pulcritud de lo cotidiano y eso nos pone ante un espejo en el que nos refleja una cara que nos sorprende por encontrarnos entendiendo y dando por lógico los desmanes de una famiglia mafiosa de primera magnitud.

Está a la altura de los Padrinos, con ese Coppola en estado de autentica gracia de genio y visión. No es tan decorosa, su gente no es tan hermosa y limpia como Pacino, de Niro, Cazale o Brando. Al contrario, Toni Soprano es gordo, suda…suda mucho, suda casi siempre y cuando no lo hace, nos lo parece. Tiene pelos en los hombros que viven decorados por los tirantes de las viejas camisas blancas que nuestros padres y abuelos usaban afeitándose con ellas y dejándolas al aire al apretar el calor. Como Toni Soprano, exento de cualquier glamur, tanto como para producir repulsión. Sus polvos son conejiles, exentos de erotismo, pura bestialidad…pero hay momentos que nos ocurre (quizá a ustedes no, a mí casi nunca, pero un poco) que nos pasa como a la hierática y perdida doctora Melfi que se desorienta y descalabra por el juego emprendido con su paciente del que depende más, mucho más, de lo que su poderosa mente y conocimientos quiere confesar.

Las miradas de Toni seducen y perturban a partes iguales. Sus pulsiones las entendemos, o no, pero son factibles. Cuando vemos a Toni Soprano engullendo embutidos o sorbiendo cereales en el desayuno con glotonería agresiva, creemos posible la potencia mortal de su arma. Sabemos que su agresividad contenida explotará de un momento a otro, y eso nos mantiene en vilo. Saber cuándo. Saber cómo. Saber dónde.

La famiglia Soprano la conforman italoamericanos típicos, tópicos que yo no sé si existen porque no he visitado EEUU más que en el cine y en la imaginación, pero cada uno conforma un estereotipo que al paso del tiempo se le van descubriendo matices, colores y una se queda perpleja ante la simplicidad con que mata Cristopher y las conjeturas mentales de tipo filosófico que es capaz de construir en su mente. Ese paseo por el más allá visitando el infierno que tanto destartala al siempre repeinado Pauli, psicópata pero fiel y simpático que nos termina cayendo tan  bien que nos haríamos amigas suyas sin apenas dudarlo un poco. Nos deja envueltas en perplejidad la mirada de reproche que lanza al Nazareno después de escuchar al pobre Cristopher hablar del infierno y nos suena lógico el reproche al cura por no amortizar los dineros que entrega a la iglesia.  Entendí la mirada de dolor mezclado con la indiferencia profesional cuando hubo que liquidar a Pussy… Y  con pasmo perturbado, entendemos que para ellos, las carnicerías que realizan es un trabajo como cualquier otro, mismamente la tarea de un banquero, de un especulador sin alma que deja sin alimentos o sin hogar a familias enteras. Nos hace preguntarnos ¿son tan malos como nos parecen o simplemente ejercen algo que está prohibido por la sociedad? ¿son equiparables sus crímenes a los que se realizan dentro de despachos o ministerios?

Aunque, de todos ellos, destaco una que me ha resultado providencial por la similitud y la perfecta definición de villana. Livia Soprano, la mamá de Toni, que mantiene constantemente el gesto fruncido en un rostro torvo que solo deshace en sonrisa cuando su hijo, Toni, apurado y desesperado se estampa contra el suelo. Esa Livia blandiendo siempre entre sus viejas manos, el arma letal de un pañuelo llorado y enmocado por emociones tan falsas como bien estructuradas para destruir los sentimientos de los cercanos. Esa Livia que consigue manipular y hacer que baile a su son al mismísimo capo di capi, el terrorífico Junior Soprano que nos hiela de miedo  cuando  ladea la boca con esa mínima sonrisa que prevé males mayores, acicalado con gafas enormes que le amparan una carita escasa y su ladino saber  vivir entre el crimen, la traición y una ambición curiosa -vive en una casa sin ningún lujo, casi pobre-  Pero toda la  malévola inteligencia de Junior Soprano queda desasida ante las artes de Livia Soprano que le condiciona con un brillantísimo manipuleo  la condena del hijo que detesta sin que sepamos porqué. Y esa es la mejor definición de su malvada persona. Livia odia. Odia al hijo sobre todo lo demás,  también a las hijas, a la nuera, a cualquiera que pase por su lado. Odia sin motivo y eso la convierte en  la gran malvada de la serie. Livia no ha matado a nadie jamás, ni ha torturado; ha sido solo una ama de casa y abnegada madre de familia. Pero es la más terrible de todos.  Se ha construido el personaje de una malvada grandiosa, como lo han sido los grandes miserables de la historia que son las personas que intentamos entender por qué odian, por qué son tan  perversos y jamás encontramos la explicación hasta que entendemos que no la hay. Odian porque viven, porque respiran y sin odiar no serían nada. Livia es odiadora pero, como buena narcisista, sabe que tiene armas para adormecer al adversario. Es vieja, es madre, está sola y aparentemente enferma.  Mantiene su pañuelo letal cerca de los ojos para enjuagar las inexistentes lagrimas que hieren e imposibilitan al adversario noqueándole sin piedad para que  clave el aguijón de su enfermizo odio con el que obtiene un placer alimenticio. De hecho, creo que muere cuando se le acaba la gente a quien odiar porque la aíslan. Se muere porque sin odiar se aburre mortalmente.

Pensaba que solo existía una Livia, en cambio,  con este personaje y soltándome el pudor de contar mis cosas, he descubierto que hay bastantes  Livias Soprano por el mundo. Más de las esperadas. Son personajes que producen una aversión temerosa, a la vez que una extraña atracción ante lo incomprensible, lo que no es óbice que  cuando consiguen acercarse lo suficiente para hincar bien sus pertinaces armas (pañuelo lagrimeado y con mocos falsos) cuando consiguen enmarañar a la víctima en su tela de araña te pueden llevar al descalabro total.

Al apasionarme la serie he indagado hasta dar con la historia de su creador, David Henry Chase. El genio que construyó el universo Soprano  ha confesado que para el personaje de Livia, no solo se inspiró en su madre sino que la trasladó en su totalidad al celuloide. Y se nota. Las que hemos conocido a otras Livias nos parecía  real,  igual a lo percibido que era factible que fuera un personaje  real y tan vivo como nos parecía. Es imposible que la imaginación cree a un ser como Livia Soprano. No es creíble de puro maniqueo. Ocurre que las que conocimos a las Livias que anduvieron por el mundo conocemos el secreto. Existen.

Las personas que no hayan visto esta serie no hagan lo que yo, tardar tanto en descubrirla…es una antigualla que comenzó en 1999 acabando en 2007 así que podremos considerarla clásica y ya es hora de su visionado. Les aseguro que pocas veces he visto algo tan rico, tan absolutamente perturbador como Los Soprano.

Hay una escena en que la pobre doctora Malfi, le confiesa a su terapeuta, que la atracción que siente por Toni Soprano,  es como cuando hay un accidente donde ocurre algo desagradable con sangre y heridas…que repele verlo,  pero se mira. No se puede apartar los ojos de allí, dice la doctora Malfi que, como yo, cayó dentro del maleficio de esos Soprano geniales.

 

Claro que dormir después de ver algún capítulo cuesta un poco. De hecho, he soñado varios días con escenas y la posibilidad de adentrarme en la serie hasta formar parte de ella. Si algún día me ven que llevo el pelo lacado y ahuecado como el bueno de Paulie Waulnuts Gaitieri, apártense, no sea que lleve una parabellum en la sobaquera mimetizada con la famiglia.

María Toca Cañedo©

Sobre Maria Toca 1675 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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