De tardar una vida en quererme más y mejor, de velar por mi, de cuidarme, anticiparme a mis necesidades, de saber ver cuando era necesario qué era bueno para mi y qué podía ser dañino, corrosivo, altamente tóxico.
Me enfurezco y entristezco a partes iguales, cada vez que pienso en la de años de mi vida que perdí, que malviví, que tiré por el desagüe de la vida.
Hoy hablaba con mi pareja del concepto del tiempo y que para mi los cuatro últimos años a su lado me han parecido muchos más, no por el tedio o por pasarlo mal si no todo lo contrario, porque siento que he vivido un montonazo de cosas y en ese montón el concepto del tiempo me parece sorprendentemente escueto para tanta vida en 4 años.
Para él los 4 años, dice, han sido 4 años, exactamente igual que todos los años anteriores de su vida, porque, destaca, siempre vivió la vida a tope, agarrándose a todas sus costuras, sin dejar pasar ni uno solo de sus pliegues.
Y claro, no puedo evitar sentirme mal, por un lado por haber sido tan inconsciente de dejar pasar la vida por delante sin siquiera plantearme estirar la mano para rozarla.
Y por otro lado cerciorarme de que lo que para mí está siendo excepcional, para él es una más de su extensa y vívida historia.
Y al malestar de sentirme mal por lo mencionado, se suma el sentirme mal por sentirme mal, auto colgándome el dorsal de culpable por pretender haber aportado a su vida alguna singularidad, más allá de haberle dado una familia y facilitado estudiar lo que siempre quiso estudiar.
No hay relación perfecta, eso lo sé de sobra, ni las personas somos bloques perfectos de mármol sin grietas ni fisuras.
Aquí mi problema es que me cuesta un mundo hacer las paces con esa sensación mía de tiempo perdido, de vida anestesiada, de juventud desaprovechada. Y todo lo que me pone delante de otras realidades que sí que supieron aprovecharla, me entristece y empequeñece hasta decir basta.
Pues tengo que decir basta. Basta ya de penar por imposibles, de encabronarme con la de hoy, que ya no es la de ayer. De dejarme pósits en la nevera de un 1995 que ya nunca volveré a abrir.
Valenia Gil.
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