Me contacta por redes un hombre que, junto con otro compañero, mantiene un podcast de éxito.
Después de los minihalagos de rigor para captar mi atención y de alardear de su programa y el número de oyentes y la gente influyente que acude, me invita a participar en el mismo.
El supuesto debate consistiría en que yo apoyara el feminismo, lo defendiera argumentando (sin exaltarme, me añade) y otra persona argumentara en contrario.
Le respondo un gracias, yo no explico a nadie los Derechos Humanos, ni pongo mi cuerpo para argumentar los derechos de las mujeres. Le digo que ese planteamiento no es un debate posible, así como no discutiría con alguien de ideología nazi, con alguien explotador de personas o con un racista. Rechazo amablemente la propuesta (gratis, por supuesto). Me despido.
Me responde explicándome el feminismo. Sigue explicando por qué tengo que ir. Rechazo amablemente.
Sigue explicando. Le rechazo educadamente. Sigue. Me insulta y me llama incompetente.
Le pido que pare. Lo bloqueo.
Se me corta el cuerpo.
Insistir, insistir, hacer un mansplaining, agredir y marcharse.
Esto es exactamente lo que ocurre cuando una mujer dice NO.
Esto.
Buen día, otro día.
María Sabroso.
Ilustración de Karolien Vardestappen.
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