Postguerra

Silencio. Sombras, penumbra. El decorado de aquellos años era una grisura que  empapaba el ambiente como si una nube preñada y a punto de romper en tormenta nos rodeara. Y silencios. Silencios densos que tapaban el aire, hasta oprimir el pecho a fuerza de contener la respiración. Hasta ahogarnos.

Las mañanas comenzaban muy pronto, casi de madrugada porque las cosas de la casa llevaban  avío y había que salir a buscar el sustento aunque era pura utopía ¿Dónde rascar la rémora del pan o la peladura de una patata para adormilar el hambre que ruge como fiera en los estómagos blindados a su suerte? Y adecentar la casa porque cuanta más  pobreza contuvieran los tristes hogares, más  bruñidas querían  las madres de familia que luciera la miseria reinante. La gente pobre es lo que tiene, reluce de limpia y de decencia, como si solo los ricos pudieran permitirse las licencias del desorden y el vicio.

Ser pobre. Ser honrada y limpia como los chorros del oro. Tal cual. Así gritaba la madre a la prole que la seguía como polluelos desconsolados y hambrientos. Como chorros de oro dentro de la miseria, les decía,  adornando los guiñapos con coseduras rancias y los zapatines gastados que dejaban asomar los dedos tal que boca de hambrientos, pulidos y rascados. Que luego ya en la calle se llenarían del lodo sin remedio en  las viejas cunetas repletas de guijarros y malas hierbas, pero de casa se salía como chorros de oro.

 

Y el silencio llenaba las estancias. Sin los gritos infantiles que los ahogaba el hambre y la soledad vivida de cuando las sirenas rompían la noche para convertirla en infierno inescrutable de bombas, lucernarios y algún cuerpo que no llegaba a tiempo al refugio y saltaba hecho pedazos. Madres arrastrando la prole como gata huida a sus hijos. Padres broncos, con la barba entreverada de guijarros de un cigarro mal fumado, apurado hasta el fondo. Viejucas que arrastraban una artrosis tan vieja como ellas. Ancianos imperturbables que no corrían porque, total, lo habían visto ya todo y poco quedaba que hacer en esta guerra estúpida.

Luego al volver a casa, la cama estaba fría, tal que las paredes y el linóleo quemaba como el hielo. Y seguía el silencio. Hasta que otra sirena lo rasgaba con saña y todo comenzaba otra vez.

Fueron años audaces en que cada jornada se enfrentaba con el ansia de terminarla, una y otra vez, sin pausa. Y el día se arrinconaba entre las nubes sucias, el miedo y el turbón que anunciaba más penurias. Si de algo estábamos seguras es que el mal nunca acababa, que de un día tétrico seguía otro peor. En hilera de a dos, caminábamos yertos, quizá no solo de frío sino de soledad, porque en este mundo pequeño y triste siempre nos parecía que éramos los últimos habitantes de esta tierra inhumana.

 

Las madres se rodeaba de silencios, como zona segura resguardaba el dolor en un manto de hierática dureza, una costra de temor la protegía del llanto o del desespero. Quizá porque intuían que una vez desatadas las lágrimas no habría ser humano que pudiera parar el caudal. Mejor el silencio y la distancia cegando sentimientos. Blindando los dolores porque eran tantos que no se podían soltar. Pocos besos, ningún abrazo, hay que hacerlos bien duros, se decía por dentro, con ganas de mecer a los hijos  entre los brazos hasta desaparecerlos y huirse de si mismas. Mas no, ni un abrazo, ni una debilidad. Hay que hacerlos bien duros.

Y los polluelos, aprendiendo a vivir con las suelas bien rotas, jirones en las calzas y en los ojos el miedo. Al avión, a la bomba, al delator, al padre que llegaba con una copa de más con semblante torcido. Sin juegos, sin alegrías porque eso era un lujo que no se podía dar. Grabándose a fuego que eran estirpe de la gleba. Pobres y como tal, perdedores. De esos que se iluminan cada  tiempo para luego apagarse y hundidos en pozos de oscuridad precaria se fenece hasta el fin.

Noches. Tan solo recuerdo noches. Sin luna, cubiertas de ese plomo que deja las calles sin luz y sin esperanza al alma. Así pasó la infancia hasta que sin darnos cuentas nos hicimos mayores y el sol seguía sin salir.

María Toca Cañedo

Fin

Santander.05-04-2019. 23,10.

 

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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