Visita al sumidero de la historia.

 

 

 

Han vuelto a crecer las flores en la tierra

que antes se regara con la sangre,

de seres humanos bien chiquitos

con las cenizas hirsutas del martirio

que sembraron la tierra, no hace tanto.

Han vuelto los árboles a tener savia,

las hojas han crecido…

hasta alcanzar a dar sombra al visitante.

La vida que se impone, me digo, convencida;

la naturaleza que brota como anima salvaje

y se implanta a cualquier causa

trufada de tristes estertores de los trances

que allí se desarrollaron no hace tanto.

Han vuelto los tulipanes a hacer huella

en barrancos, cunetas y veredas

solapando con la dulce alegría de sus hojas,

la triste historia que se cuenta

un poco más arriba, subiendo a la derecha.

Hemos caminado entre rastrojos sin estrellas,

con el silencio amparando la tristeza,

casi sin darnos cuenta

que pisábamos suelo horadado por tormentos

que ni podemos imaginarnos en  presente .

Una historia terrible que nos cuentan

los que allí fueron triturados por la trama

de atroces sicarios de tinieblas.

Han hablado las piedras. Han hablado,

las paredes de aquel túnel

encebollado de tristuras y de males,

reconcentrando entre ellas,

los lamentos de seres enjaulados

caminando con sayal de rayas hasta la muerte.

Desde el silencio acristalado

con silentes lágrimas no derramadas,

hemos oído ¡sí oído! los pasos de miles

de  seres caminando, con  débiles fuerzas

en total agonía penitente.

Hemos tocado la piedra caliza de paredes

que en hogaño pasearon otras manos

-manos frías, huesudas y sangrantes-

con las que los presos tañían el silencio

y derretían los sueños en aras

de un tenebroso presente del que pendían

sus débiles vidas con  grilletes.

He paseado mis ojos por las fuentes

que quizá abrevaron sed de los fuertes;

o puede ser que solo empaparan la tristeza

de los cuerpos maltratados; del hambre,

de la furia que ardía en las gargantas

de los que nada tenían, solo goznes

que ataban su libertad, triste figura,  sin dejar

que ningún milagro ocurriera.

La escalera de Mauthausen guarda como un fuerte,

lamentos y gritos ahogados por la risa

de quienes despeñaban al maldito,

al pobre, al comunista, al anarquista, al herido,

al homosexual, partisano, al romaní,

al polaco, al disidente. A cualquiera…

Era tarde, el sol se eclipsaba lentamente

mientras  dos mujeres diferentes,

a veces contradictorias, amigas del presente

 caminamos por el prado, hermoso y verde

escarchado de relente…

El silencio cuajaba nuestras bocas

mientras, a lo lejos, se divisaba la escalera

que muchos llaman, de la muerte.

Casi con sigilo caminamos

contemplando los escalones escarpados,

de piedra, marcados por el tiempo,

intocables, a los que nadie hacía presagiar

su cometido…Miles de hombres

los subieron y bajaron bien cargados,

con las piedras macerando  frágiles  huesos

demasiado  horadados por el hambre.

Cada cual pensaba en la sinrazón, cruel destino

de una generación triturada

por cierta adversidad sacada del socavón

que se conecta, directamente, con el infierno

hasta lugares bellos de la tierra.

Mis ojos se han llenado de verdades,

-silenciadas verdades- que se cuentan,

a veces edulcoradas por las gentes

de buen sentido o también del mal interprete,

de lo acontecido, en los tiempos en que el mal

anidó en muchas mentes.

Y no. Hay que contarlo.

Hay que mancharse las manos con el barro

que encharcaban los   pies que iban descalzos

de los hombres y mujeres que trajinaron

el destino, cruel, macabro azar que los unió

y que perecieron allí dentro

para que nosotras aprendamos

y nos quede bien presente

que la hidra malvada de seres infernales

puede prender, sin duda, en cualquier lado.

Destruirnos, acabarnos como especie

y luego triturarnos hasta la muerte.

Hoy, sentada en mi escritorio,

con la casa solazada por silencios,

-cómodos silencios- al abrigo

de malquerencias y de gritos,

hoy, digo, repaso lo vivido en estos días

y se me horada la herida que he vivido.

No quiero olvidar. No quiero pasar del hecho

de estar viva, de tener la breve capacidad

de escribirlo, porque siento que es deber

del presente, honrar y difundir lo que ha pasado.

Marché siendo una,  con mi historia,

a trompicones e incoherencias bien vividas.

He regresado, siendo la otra.

No sé cuál, ni como crecerá esta persona

que se sentó entre las piedras del espacio

y departió de tú a tú con el destino

de miles de seres destruidos

que desde el abismo de la muerte,

lanzan, aún, sus gritos de socorro tan candentes.

Contarlo, historiarlo, difundirlo…

parece que nos dicen

las almas de los muertos, desaparecidos,

quizá trasmutados en tulipanes

que adornan los  umbrosos caminos de Gusen,

de Mauthausen,   o de los túneles abyectos.

Sembremos la semilla, bien profunda,

de ser libres, solidarias, en paz bien resguardada

protegiendo, siempre, al débil, al inmigrante,

al paria, al que sale del camino conocido…

De no hacerlo, se temen los espíritus que nos claman,

volverán los tiempos en que los campos

de la muerte, trituraban  a tantos condenados

y puede que la historia se repita.

María Toca Cañedo©.

In Memoriam de las víctimas universales de cualquier barbarie. Inspirado en la visita a los campos de Mauthausen Gusen y al castillo de Hartheim

Mayo de 2023.

Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

Sé el primero en comentar

Deja un comentario