Cuando un niño nace la sangre que mana desde la placenta al nuevo cuerpo está poblada de células madre medulares entre otras muchas células (linfocitos) que, aunque maduras, son vírgenes (llamadas naive); esto es, nunca estuvieron expuestas a ninguna perturbación ambiental. Son ellas, a través de estímulos diferentes, las que tomarán el camino de la madurez al encontrarse en un mundo agresivo.
Como desconocíamos casi todo de ellas: su comportamiento, su activación, qué influía en su destino, me dediqué durante casi dos años a cultivarlas y teñirlas. Durante nueve meses intenté reproducir un experimento hecho por un científico italiano afincado en Suiza. Las técnicas, base para que el experimento no fracasara, me las cedió una compañera ya que yo era una principiante en eso de hacer siembras y contar células. Las células vivas son universos únicos, iluminados desde su interior, esferas vibrantes que se hablan a través de la piel (membrana citoplásmica) y mediante un lenguaje químico estimulado por proteínas especiales (interleukinas y chemoquinas, entre otras). Mi compañera me dio una técnica de detección intracelular de interleukinas pero con ella solo me salía la mitad del experimento. Era incapaz de detectar una población especial de células linfoides que frenaban la inmunidad inflamatoria. Buscaba las proteínas(interleukinas) antiinflamatorias, buscaba teñirlas en el interior de esa población , un pequeño paso que nos enseñaría qué poner en un paciente trasplantado de médula que sufriera una enfermedad injerto contra huésped agudo, para frenar la agresión de las células trasplantadas.
Día a día analicé cultivos que tardaban al menos 4, 5 o 6 jornadas en crecer sin conseguir visualizar lo que buscaba.
El 9 del 9 de 1999 soñé que la técnica era errónea. Sí. Para introducir un colorante en el interior de la célula sin matarla hay que lavarlas previamente con saponina, un jabón que disuelve la grasa de la membrana celular externa en puntos concretos, formando canales que permiten entrar al interior el colorante. Luego se lavan y se pone otro compuesto que cierra los poros. No obstante, si al ponerles el colorante se olvida (o se evita) poner saponina de nuevo, la tinción jamás penetrará la membrana. Ese día abrí los ojos y lo supe. Lo comprobé. Lo repetí tal como mi sueño dijo. Y allí estaban!
Cuando salí a las ocho de la tarde del laboratorio me sentía tan radiante como mis células Th2. Tomé el autobús, un camión destartalado de dos pisos. Todo parecía gris. En Hampstead Heath vi como subía una mujer negra con una atractiva camisa azul turquesa. Me impresionó su delgadez extrema y ese color deslumbrante en la noche mohína y húmeda. No podía apartar la mirada de su figura mientras avanzaba hacia mí. Al llegar a mi altura me preguntó:
-¿Hablas inglés?
-Creo que sí, -le dije-.
Se acercó despacio, me regaló una sonrisa enorme y blanca y casi en un susurro dijo: –God let you know (Dios te permite conocer).
Desapareció en la siguiente parada bajo la lluvia: un punto azul luminoso. Y la niebla.
María Alcocer
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