Tenia 119 clips. Fui encontrándome uno cada dos o tres días. Solía encontrar uno cuando alguien corría riesgo de enfermar mortalmente, pensamiento que me hacía repasar mentalmente , uno a uno, los detalles de cada enfermo que había visto en el día. Enumeraba y anotaba las dudas, hacia hipótesis , repasaba los libros de casa, hacia una lista de la búsqueda de información en la biblioteca a segunda hora antes de empezar, y con todo ello , sobre una ficha amarilla, creaba un collage con un nombre, un número de cama y las posibilidades de que mi intervención hiciera perder a la muerte. En el margen derecho cosía el clip con esparadrapo antialérgico y anotaba la fecha con hora, también la primera imagen que llegaba a mi memoria al cogerlo del suelo, el tacto del artilugio y mi estado de ánimo.
Cuando finalmente repetía el camino desde la mañana, los debates de los superiores, las agresiones o las alabanzas, las reacciones de mis compañeros varones y mujeres, había unido el corazón a la cabeza.
Al día siguiente sabía que paso iba a dar, que equivocación debía prevenir, y lo más difícil, qué persona o personas tenía que evitar. Esto último casi nunca lo pude llevar a término porque el aparato logístico de un servicio de trasplante de médula implica la interaccion de todos los elementos humanos y alguien aleatorio despistado que cruzaba por allí.
Toda esta práctica me vino a aportar una memoria excelente y un talante anticipatorio que no sabía como calmar.
De aquella convocatoria de coleccionista me quedaron ciertos prejuicios hacia la muerte dado que si todas las señales indicaban que una noche arrebataría el último alentó de alguien podía no ser así, y sólo se pavoneaba como un gigoló empalmado por la sangre del paciente. Hubo un tiempo que quise asociar al tacto del clip encontrado con ese fallo vocacional de la parca, pero no pude hallar elementos de juicio suficientemente valiosos o cercanos a lo patognomónico; cierto es que aquellos actos fallidos solían coincidir más intensamente con una pareja del paciente extremadamente perseverante, extremadamente tenaz y firme en sus convicciones afectivas. Visto esto, comprendí que debía vigilar el amor que rondaba en la cabecera de la cama: las palabras que flotaban en el ambiente, incluso la pandilla de santos que se colgaban en el tubo del oxigeno.
Los clips por tanto parecían boumerang por su obtusa y simple forma de darse la vuelta, pero también una runa o un mandala, una vocal del universo para engendrar unión entre todo lo que importa
Texto: María Alcocer
Deja un comentario