Al comenzar esta semblanza de mujeres ninguneadas por la historia, quise sacar a la luz personajes no muy conocidos, que se quedaron postergados por su condición de mujer. Rosalía de Castro, no cumple ese requisito, ya que es considerada la madre de las letras gallegas, adorada por el pueblo galaico y reverenciada por quienes amamos la poesía. Nadie duda de su importancia en el panorama literario español.
Dicho esto, entiendan, después de leer la historia, el motivo de traerla a esta sección.
Por circunstancias familiares, fui a residir a A Coruña, siendo muy joven. En los primeros tiempos de mi estancia, me llevaron a recorrer el paisaje gallego, llegando el día que visitamos la casa de Rosalía. Del suceso, hace la friolera de bastante más de treinta años. Les aseguro que se quedaron grabados en mi mente todos los rincones de aquel recinto. La bruma que el Sar desprende a su paso por el Pazo me impregnó, mientras una emoción de novata me invadía recorriendo las salas donde imaginaba a la poeta residiendo. Era un día brumoso, lúgubre, con la niebla decorando un paisaje que parecía llorar.
El verdor del jardín junto a la cantería escueta de las paredes del pazo nos recibieron, una guía nos fue explicando las diversas dependencias de la residencia ofreciéndonos luz sobre la vida de la familia Munguía/ Castro.
Rosalía tuvo una vida triste. Hija de cura, fue inscrita en Santiago como hija de padres desconocidos; muchos biógrafos han obviado el dato de la condición del padre, cosa que no era infrecuente en Galicia . Fue criada por una hermana del cura, en la profundidad del campo gallego, en una aldea llamada Castro do Ortoño. Es allí donde la poeta, toma nota de la dureza del campo, de la vida tremenda que mantiene el pueblo gallego a la vez que se despierta una conciencia social, silenciada también por los biógrafos . Vive un tiempo con su madre hasta que marcha a Madrid en su primera juventud , sin que tengamos constancia de por qué fue a vivir a la capital. Residió en la calle de la Ballesta, numero 13, posiblemente en ese tiempo, conoce a Manuel Murguía, con el que se casará poco después. En la capital, publica unos versos en castellano que son bien recibidos por la sociedad cultural de entonces.
Regresa casada a Galicia, instalándose en el pazo en el que vivió toda su vida, en Padrón, cerca de Santiago. Tuvo siete hijos, muriendo uno de ellos a los diecinueve meses cayéndose de una mesa. Otra de las pequeñas nació muerta. Estos fallecimientos, junto con la precaria salud de Rosalía pudo ser causa de una melancolía tan bien trasladada a su poesía que es un canto monumental a la tristeza, la añoranza y la saudade galaica.
Aunque Murguía apoyó su producción literaria, he de referir mi percepción en aquella casa y con ello retomo las impresiones de mi visita:
En la planta principal del pazo, abierto por enormes ventanales al jardín , tenía Manuel Murguía su despacho. Paredes cubiertas de libros, mesa de caoba torneada, plena de papeles, abrecartas y secantes, conformaban un despacho sobrecogedor por su prestancia. Digno de un catedrático como era el marido de Rosalía.
Seguimos subiendo por unas angostas escaleras de piedra, hacia las piezas ocultas de la casa, llegando a una cocina que mantenía el hogar y las formas que en el siglo XIX tenían los hogares pudientes. Los potes pendían del techo, simulando una hipotética cocción, mientras un llar apagado nos situaba en un hogar de la época. Un basar con utensilios de porcelana a un lado mientras las paredes eran pura piedra. En un pequeño rincón, un ventanuco rectangular enmarcaba un trozo de ese Sar tan amado y bien cantado por Rosalía, ribeteado por el verde de los campos que le rodeaban. Una pequeña mesita de piedra, cercana a ese ventanuco, con una bancada donde sentarse conformaban la estancia. La guía nos apuntó que en ese rincón escueto, contemplando por el ventano el paisaje circundante, Rosalía compuso A las orillas del Sar y casi toda su producción literaria mientras atendía a la prole y a la comida.
Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
Ahí va la loca soñando
Yo era muy joven, no habían germinado aún las ideas del feminismo, ni era consciente de la profunda sima que existía en aquellos años entre hombres y mujeres, pero la constatación del despacho de un hombre, sin duda, importante como Murguía y la humildad de la estancia donde Rosalía labró la obra ingente y magnifica que realizó, fue para mí un magisterio indefinible que jamás olvidé.
Han pasado más de treinta años de aquella visita, muchas lecturas, muchas reflexiones, pero demasiadas mujeres siguen sin habitación propia, sin despacho que mire al campo, para poder escribir. Las mujeres seguimos postrando a la vida cotidiana el oficio de escribir, pintar, hacer música. Y de esa perdida, quedamos todos mutilados: hombres y mujeres. Lo magnífico es que aún sin despacho, sin habitación propia, entre pucheros, cuidando niños, como Rosalía, somos capaces de hacer una obra.
Mi agradecimiento eterno a la madre de las letras gallegas. Mi pleitesía total a la mujer que me enseñó feminismo y poesía, a amar la tierra y a hacer algo bello con la tristeza.
A Rosalía…
Maria Toca
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