Hoy ha habido otra bronca en el Bar los Cuñaos. Por la mañana corrió por la barra la noticia de la subida de impuestos y a mediodía el foro estaba al rojo vivo. Ferreras manoteaba tras la grasienta pantalla del televisor mientras los canarios le porfiaban el discurso en las jaulas y Paco el carpintero chiflaba contra el Gobierno a todo meter mientras tiraba de un bodeguero encabronado con la parroquia.
-¡Que nos suben los impuestos, hijos de la gran puta! –Clamaba- ¡Otra vez! Y vengan casoplones y chaleses y maletines de Venezuela y viajes en fálcones y buenas vacaciones –golpeó la barra con tanta furia que uno de los altramuces voló hasta mi copa de vino- y vengan pagas a los moros y chiringuitos a las feminazis, y yo tengo alquilada una plaza de garaje para pagarme el autónomo, que mi coche duerme en la calle, y no puedo ni subir la renta lo que quiera. Y ahora cuando vaya a comer a lo mejor me encuentro okupas en el piso.
Mientras farfullaba –en el Bar los Cuñaos las mascarillas son un vicio de rojos-, las miasmas de los altramuces me salpicaban impúdicamente. Aparté la copa de vino. Me sacudí. Intenté escabullirme con una leve sonrisa.
-No se apure –dije por decir algo-, que a usted no le van a subir los impuestos.
El camarero salió al quite: ¿Cómo que no? A todos, caballero, ¡a todos! Que lo he leído esta mañana en El Mundo y lo ha dicho Ana Rosa. Subida brutal de impuestos. Nos vamos a cagar.
-Sí… bueno… balbuceé, si usted gana 300.000 euros al año y su piso vale diez millones a lo mejor…
-Oiga, oiga –me interrumpió el carpintero quitándose un lápiz de la oreja. La oreja del carpintero era peluda por dentro y por fuera, como oreja de orangután, y casi tan grande como su mano-, usted no será socialcomunista ni del potemos ese, ¿verdad? –Me encañonaba con el lápiz mientras yo me limpiaba la mejilla- ¿O es que usted no lee los periódicos? ¿No escucha a don Carlos Herrera? Le estoy diciendo que nos van a freír a impuestos, que van a arruinar a las clases medias, como siempre que gobiernan. No va a quedar ni una puta empresa.
-En Cataluña ya no quedan –terció el camarero- por culpa de los separatistas.
Así siguieron un buen rato, que si impuestos abusivos, que si test masivos, que si dictaduras van y vienen, que si narcogobiernos y toques de queda y golpes de Estado, y vengan tirones al bodeguero que no entraba mi muerto… Después de muchos empellones, ladridos del perro, sonrisas fingidas y miasmas de altramuces logré salir a la puerta con la copa intacta y los zapatos percudidos de cascarrias de serrín y de avellanas. Cada vez que voy al Bar los Cuñaos prometo no volver a ese sitio tan emputecido y ruin, pero la tentación me puede, soy español.
Me apoyé en la puerta a tomar el vino, ya sin ganas. Respiré hondo. Un rayo de sol me templaba las manos. Los canarios chiflaban en el interior y el carpintero seguía con su arenga: “¡Los ricos se irán de España! ¡Aquí no van a quedar ni las liendres! ¿Quién va a dar trabajo? Qué ruina, Manolo, qué ruina…”
De nuevo me pregunté qué insondable resorte mental lleva a un pobre artesano o a un simple obrero a creerse un potentado y a sufrir como propios los problemas de un magnate. Al marcharme sentí un líquido caliente en los bajos del pantalón. El bodeguero de Paco se me había meado encima, que es lo que hacen los perros de los ricos en los pantalones de los pobres. Qué pena de pantalones, qué pena de España y de españoles.
José Antonio Illanes.
Deja un comentario