
El dolor surca la autopista del olvido y oculta en su cadencia el resurgimiento de la necesidad.
Una copa de vino se alegra de tu mirada mientras yo sigo en un hotel para mentirosos que nunca encontraron la posibilidad de un reposo.
Gritan las golondrinas porque ya no existen los faros y sus verdades.
Dentro de tus venas se agolpan los corredores de apuestas que no llegaron a ser hormigas, dispuestos a tañer con tu cuerpo lo inverosímil del momento.
Y no recuerdas.
Y no recuerdo.
Y la plata ardiente se está colando por los resquicios del alma.
Ya no hay niños jugando en la estratosfera.
Sus manos rompieron cada pluma y enterraron las carcajadas de las flores.
El dolor antiguo se convierte en sonriente, pasa de largo por mi cicatriz, saluda a los que duermen.
Ya no hay niños jugando.
Ya no hay niños
Margarita Sanz Lobo
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