Vuelvo a la biblioteca del barrio. A Madrid le faltan bibliotecas (con asientos para leer). Visitar la biblioteca, como sucede con las librerías, es como detenerse frente al escaparate de una pastelería. En las estanterías de la sección música, por ejemplo, descubres algunos dulces que te atrapan y que deseas saborear.
Voy hasta el mostrador. Devuelvo Agapito Marazuela o el despertar del alma castellana y me llevo otro pastel, Conversaciones con Igor Stravinsky. El bibliotecario se detiene a ojear el libro sobre Agapito Marazuela. Comenta que Marazuela era de su tierra (Segovia) y añade con júbilo que es muy conocido allí. Marazuela (1891-1983) y Stravinsky (1882-1971): dos músicos, bien distintos.
Agapito Marazuela o el despertar del alma castellana está escrito por su amigo Manuel González Herrero. Ambos se conocieron en la cárcel durante la etapa franquista. Este libro es una biografía testimonial del músico en la que afirma “no he tenido más a mi favor que la constancia”. Una afirmación totalmente verdadera si tenemos en cuenta que nació en el seno de una familia muy humilde, sobrevivió a once hermanos, a los siete años perdió un ojo y su vida fue una lucha constante por derribar obstáculos para llegar a convertirse en músico.
“Me gustaba aprender desde pequeño, que ha sido lo que mí me ha gustado más, aprender, y me voy a morir con las ganas de aprender muchas cosas que no sé”, dice el maestro.
Pero Agapito Marazuela no fue solo un buen músico y buen maestro de guitarra y dulzaina; fue más allá cuando recorrió numerosos pueblos con el fin de recopilar el folclore musical castellano. A través de sus cancioneros descubrimos cómo sonaba el universo rural. Imaginamos a sus gentes y sus costumbres, sus modos de pensar y maneras de vivir. Marazuela evita con su obra, la pérdida irrecuperable de una forma de expresión colectiva y dignifica con ella el tesoro musical del pueblo.
Abro Conversaciones con Igor Stravinsky de Robert Craft. El autor de este libro, como sucede con el de Marazuela, era amigo del músico que lo protagoniza. A lo largo de 187 preguntas, dirigidas al compositor de La consagración de la primavera, conocemos detalles de su infancia y juventud; cómo fue la relación con su maestro Rimsky-Korsakov, y otras, como las que mantuvo con pintores, músicos y escritores contemporáneos. Se incluyen cartas de Debussy, Ravel, Gide, Diaghilev o Valéry y fotografías de Stravinsky junto a sus hijos, su mujer, con Marc Chagall, Cocteau y Picasso, entre otros. Sin olvidarnos, además, de las cuestiones estrictamente musicales a las que se refiere.
El origen del apellido de Igor Stravinsky deriva de “Strava” que es el nombre del afluente de un río de la Polonia Oriental. De su padre, un conocido bajo de ópera, el ruso recuerda que le tenía miedo y que únicamente se mostraba cariñoso con él cuando se ponía enfermo. De su madre, una “pianista competente”, puntualiza que siempre tenía “obligaciones” por lo que sus sentimientos más profundos se vincularon a su aya, Berta. Nunca se sintió cercano a nadie de su familia salvo a su hermano Gury, que moriría antes que él.
En cuanto a sus encuentros y relación con otros artistas contemporáneos, Stravinsky describe al pianista Erik Satie como la persona más extraña que había conocido, aunque también la más singular e ingeniosa. Satie solía hablar en un tono muy bajo y “era pobre por convicción”. De Manuel de Falla, opina que tenía un carácter demasiado religioso e intolerante, ningún sentido del humor y que era excesivamente tímido. De Vivaldi, considera que se le había sobrevalorado puesto que era “un hombre aburrido, capaz de componer lo mismo cientos de veces”. Con Strauss, se despacha al declarar que le hubiera gustado que todas “sus óperas fueran admitidas en cualquier clase de purgatorio donde se castigue la trivialidad triunfante”.
Al preguntarle por Rodin, Stravinsky revela que del escultor francés le interesaba más su fama que su arte. Al evocar la primera vez que vio sus manos, recuerda que eran suaves, muy distintas de lo que esperaba, ya que no parecían pertenecer a unas manos masculinas y menos a las de un escultor. De Modigliani, admite que lo admiraba muchísimo y que nunca llegó hacerle un retrato porque el pintor se encontraba enfermo. Sobre Chaplin, confiesa que fue un acontecimiento en su vida. Su capacidad inventiva le asombraba y le conmovía el elemento moral de sus películas, además de sus moralejas.
En lo tocante a la literatura y a los escritores, Stravinsky reconoce que uno de sus héroes de juventud fue Dostoievski. Menciona, por otro lado, un encuentro con Marcel Proust. El músico ruso apunta que era conocido por todos que el autor de En busca del tiempo perdido tenía la costumbre de levantarse por las tardes. La última vez que se cruzaron, Proust llegó tarde a una fiesta porque venía directamente de la cama. Lo perfila como “un hombre pálido, elegante y ataviado a la francesa” (llevaba guantes y un bastón). La conversación entre ellos giró en torno a la música. Proust le expresó un gran entusiasmo por los últimos cuarteros de Beethoven; entusiasmo que Stravinsky habría compartido “si no hubiese sido un lugar común entre los intelectuales de la época”.
A André Gide se le dedica un capítulo entero con sus correspondientes cartas. Stravinsky revela que le resulta complicado hablar de un hombre como él. Matiza que no entendía nada de música, algo que quedó claro en sus Notas sobre Chopin.
En otra ocasión, trabajó con Dylan Thomas del que recuerda que su “su rostro y su piel tenían el color y la hinchazón característicos de la persona que bebe demasiado”. Un día compartiendo un whisky, Dylan Thomas se mostró muy preocupado por su esposa cuando advirtió “que tenía que regresar a toda prisa a su casa en Gales o sería demasiado tarde”.
En lo que respecta al tema musical, en concreto, a la composición, Stravinsky sostiene que “implica una profunda intuición de la teoría” y que “componer es resolver un problema”. Señala que las ideas se le ocurren mientras trabaja y que en raras ocasiones se presentan cuando está alejado de esta actividad. Revela que, a veces, la música se le aparece en sueños, sin embargo, tan solo una vez esa criatura onírica se dejó coger y copiar en el papel.
“Se es compositor o no se es; no se puede aprender el talento que convierte a uno en compositor y, lo sea o no lo sea, no necesitará nada de lo que yo pueda decirle. El compositor sabrá realmente lo que es si la composición crea apetitos en él y si al satisfacerlos es consciente de sus límites exactos”, advierte Stravinsky.
Marazuela y Stravinsky: dos músicos, bien distintos. Dos miradas que pintan y entonan con color propio, un retrato cultural del siglo XX.
BIBLIOGRAFÍA
Agapito Marazuela o el despertar del alma castellana, Manuel González Herrero. Diputación Provincial de Segovia.
Conversaciones con Igor Stravin
Ana Belén Martínez
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