BLUE MONDAYS AL SOL (pero aquí no hay arco iris)

En este gran parque temático del ultraliberalismo que es Madrid, nido de corrupción e impunidad, siempre hay momentos en que aparece algún héroe anónimo que consigue conmoverme hasta las lágrimas:
Cuando veo que un taxista pone un intermitente para avisar a los demás de su maniobra.
Cuando oigo “buenos días” al que entra a un bar o a cualquier comercio, y pide las cosas “por favor” o dice “cuando pueda” al trabajador que atiende el local.
Cuando te dicen “gracias” si les sujetas la puerta cuando pasan detrás de ti.
Cuando un Uber, Cabify o cualquiera de las mil multinacionales sin escrúpulos que circulan en coches reventados a ostias, decide no saltarse un semáforo, ni estacionar sobre cualquier acera, ni plantear su negocio como una discoteca móvil o simplemente mantener la velocidad máxima que figura en las señales.
Cuando un Glovo, Uber o cualquier precario de las mil multinacionales sin escrúpulos que circulan como pidiendo por favor que los revientes a ostias (saltándose semáforos a toda velocidad, yendo por las aceras o en dirección prohibida…), decide recorrer a pie los metros que debe hacer por la acera, o un paso de cebra, paso subterráneo o por la zona peatonal en la que hay niños, perros o ancianos (ahí dan ganas de abrazarle fuerte entre todos y declararle amor eterno).
Cuando el que aspira el humo de pedo del vapor decide no echártelo encima como si fuera consciente de que a lo mejor tú no quieres meter en tu cuerpo ese cuesco que se está tomando él.
Cuando el que tiene el pulmón pocho elige toser en su propio brazo, en lugar de compartirlo generosamente con todos.
Cuando escupe su pollo mañanero en un kleenex en lugar de hacerlo en la acera por la que caminamos nosotros, nuestros perros y nuestros mayores.
Cuando el coche que tiene el semáforo en rojo se detiene sin más, en lugar de ir parándose a medias hasta invadir la mitad del paso de peatones pensando que así llegará antes a algún sitio.
Cuando el coche de atrás se espera en una salida o una incorporación, en lugar de adelantarte de manera temeraria porque se cree Fernando Alonso en una pole y necesita adelantar un tontísimo puesto.
Cuando una persona elige acercarse a una librería, aunque tarde un poco más, antes que pedir los libros a Amazon.
Cuando un joven, de marcha inconsciente, decide no mear o vomitar en un portal que tiene la puerta de madera y está protegida por los años que lleva resistiendo. Cuando, además, decide no hacerlo tampoco en los cubos de basura que poco después van a manipular trabajadores o vecinos para volver a guardarlos en su portal.
Cuando personas estando de marcha deciden no usar el árbol que tienen al lado del garito ni como cenicero, ni como cementerio de colillas, ni como divertimento para colgarse o zarandearlo mientras esperan en la cola del pub.
Cuando un local comercial decide no cargarse directamente el árbol que tiene frente a su tienda porque le molesta, y llenar su cuadradito de cemento para que no vengan a poner otro en esta capital mundial del arboricidio.
Cuando un guiri en un BnB rodeado de pisos, toma conciencia de que a sus vecinos no les gusta participar en su puta fiesta y decide bajar el volumen de su música irritante y cerrar las ventanas.
Cuando, desde la ventanilla del coche, alguien no tira el plástico de la cajetilla del tabaco por la ventana, ni la cajetilla, ni la ceniza, ni la colilla… o quien va caminando elige pararse un puto segundo a apagar su sucia colilla y tirarla al cenicero de la papelera.
Cuando quien debe esperar cinco o diez minutos a alguien elige no hacerlo dentro del coche, con el aire acondicionado encendido en verano o la calefacción en invierno (y mucho más si decide no dormir la siesta con el coche estacionado y arrancado, creyéndose Elon Musk en un viaje a Marte).
Cuando pregunta en el comercio para interesarse si alguien estaba antes, en lugar de correr a ponerse el primero despreciando al resto.
Cuando un esclavo del tabaco está en una terraza y, sin que nadie se lo tenga que pedir, se levanta a fumar a 8 metros de los demás.
Cuando quien va a tirar el cartón se para frente al contenedor adecuado, dedicando treinta segundos a plegar la caja para que entre en él, en lugar de amontonarlo en el suelo para que vengan otros a hacerlo.
Cuando veo a los padres jugando con sus hijos, en lugar de atarles a la TV, a la tablet o al móvil.
Cuando en una terraza los padres están al tanto de sus hijos, en lugar de aprovechar para dejar que se eduquen en la jungla hasta que alguien les dice que no destrocen esa planta o que no torturen a un animal porque se aburren.
Cuando, en un baño, quien se está lavando los dientes cierra el grifo cuando no está utilizando el agua, y luego coge una o dos servilletas, en lugar de diecisiete, para secarse las manos.
Cuando escucho a un joven decir que prefiere no meter su dinero en bancos que inflan la burbuja inmobiliaria o financian la tercera guerra mundial.
Cuando en un tema de política, el cuñado o experto tertuliano pone un tono humilde y reconoce que de ese tema en realidad no conoce mucho…
Cuando se pone una mísera mascarilla de papel sin que nadie tenga que pedírselo cuando está en un local cerrado y ve gente en estado de salud vulnerable.
Cuando dice “lo siento”, al tomar conciencia de que no ha hecho lo idóneo o lo más respetuoso.
…Quitando estas cosas que me emocionan hasta la lagrimilla, el mundo que estamos dejando genera una rabia permanente como para no dejar de llorar, pero de verdad.
Porque aquí todos los días son Blue Monday, días de sociedad triste, inconsciente y ultraconsumista para engañar a esa pena.
Y, en ese choque con la realidad, no es difícil encontrar una mayoría social que haga exactamente lo contrario.
Que vota a quien les saquea la sanidad y la educación, porque cree que le van a bajar a ellos los impuestos.
Que ven caro pagar 12 euros por un concierto, un disco o un libro, pero se hartan de cervezas a 3 y 4 pavos, y pagan 5 o 6 euros por un paquete de cigarrillos o por un desayuno de toda la vida.
Que se creen catedráticos de Medicina y corren a contagiarse de un virus, para poder decir que “ya lo han pasado”, sin informarse de absolutamente nada sobre su capacidad de reinfección, ni posibles secuelas.
Que desobedecieron enérgicamente cuando les instaron a quedarse en casa o ponerse una mascarilla, pero ni se inmutan con que les hayan cambiado la tarjeta sanitaria por una tarjeta de débito.
Que protestan si les cierran el garito o les impiden hacer botellón, pero ni siquiera saben que les han cerrado todos los centros de atención primaria.
Que permiten con la mayor indiferencia que la ciudad haya pasado a ser un lugar hostil para nuestros mayores, a quienes ya no ves ni en las casas del centro ni en sus espacios públicos porque está todo diseñado para guiris y consumidores jóvenes.
Que mientras se entretienen con el reguetón, el trap o el fútbol su ciudad está siendo saqueada por la mafia sanitaria o los fondos buitre sin que ellos se enteren ni les importe.
Que alimentan la gentrificación abandonando los comercios locales tradicionales para consumir en los negocios multinacionales, ya sean franquicias hosteleras, de transporte urbano, alojamientos o supermercados.
Que mientras tú no puedes comprar alcohol a partir de las 22h en las tiendas, ellos logran arrancar el permiso del ayuntamiento para tener markets 24 horas como las licorerías de «Los chicos del barrio», que los dejen bien alienados, desorganizados y adormecidos.
Que normalizaron comprar un pan que no es pan en el chino y, con ello, que desaparecieran las panaderías tradicionales y ya solo abran pijerías gourmet que venden pan como si estuvieras en una joyería.
Que creen que tienen muchos amigos porque cosechan muchos likes con sus post.
Que creen que a los Glovo les encanta que les llames solo el día que está cayendo el diluvio universal.
Que creen que a los árboles les encanta que su minúsculo espacio de tierra se use como cenicero y váter, y acumulen decenas de colillas, orina, cervezas vaciadas, cagadas de perro y todo tipo de basura hasta pudrirse entero…
Que creen que a los perros les encanta pisar las colillas encendidas que tiran al suelo mientras pasean, o los cristales que rompen religiosamente en las aceras cada noche.
Que cuestionan en los institutos la violencia machista con gritos de “Arriba España”, «Viva Franco» y demás basura.
Que creen que a 81.319 mujeres de este país les encanta vivir con protección policial porque un machirulo amenaza sus vidas.
Que creen que a 4.180 mujeres les encanta vivir con una pulsera telemática que geolocaliza de modo permanente al maltratador que juró perseguirlas hasta que la muerte los separe.
Que creen que lo más importante en política es la amnistía o la independencia de Catalunya (que aparecen en el CIS en el lugar 37 y 39 de las preocupaciones ciudadanas) o creen que en España manda ETA (que lleva más de 12 años disuelta y en el CIS ni aparece).
Que ponen el grito en el cielo contra vascos y catalanes, pero no les importa mucho que en Madrid se celebren desfiles neonazis o que los fascistas tomen las calles.
Que llenan de banderas de España sus balcones y coches, sus pulseras e incluso a sus perros y se hacen fotos en las interminables banderas luminosas con las que el ayuntamiento celebra la navidad, pero nunca van a poner un cartel que defienda la sanidad pública.
Que confunden el grito “eeeeeeh” con una forma de lenguaje compleja entre humanos.
Que creen que a los vecinos nos encanta escuchar a todo trapo su música irritante de pastilleros, aunque tengamos niños o vivamos con abuelos o estemos teletrabajando o, incluso, escuchando la música que nos gusta a nosotros.
Que se creen fotógrafos profesionales por tener Instagram, artistas por tener un tiktok donde hacer el payaso o mocatrices por tener un onlyfans para pajilleros.
Que se creen futbolistas millonarios por dejarse el pelo como el que triunfa este mes en la tele, o que creen que forman parte del éxito de un club por haberlo elegido como “el suyo”.
Que felicitan al amigo porque su equipo ganó anoche, o porque han fichado a un jugador muy bueno, y el amigo responde, hinchado de orgullo, que gracias.
Que no les da problema que los torneos deportivos estén ya en las sucias manos de engendros como Arabia Saudí, ultramillonarios jeques o casas de apuestas.
Que creen que la música es un loop creado en medio segundo por una caja de ritmos, o un idiota cantando con voz de idiota sobre el mismo ritmo estúpido que suena desde hace 20 años.
Que se creen que Zumosol es zumo, que Don Simón es vino o que El Gaitero es sidra, y que cuidan su salud porque “comen de todo” lo que el sistema les pone delante.
Que creen que Defreds es poesía, que Quevedo es un cantante de reguetón, que cocinar es hacerse una pasta con tomate de lata y que rebeldía es votar a Vox.
Que creen que no coger un libro en la vida es guay, que se comunican entre ellos como aprenden en HMYV y demás joyas, creen que el porno es educación sexual y que un ejemplo de asamblea es la que manda en el Real Madrid.
Que dicen cosas como “me renta” o “no me renta” como si la vida fuera un maldito monopoly.
Que no valoran escribir bien su propia lengua y se comunican con sms o emojis, y dicen cosas como xd, lol, estar living, bt, random, bae, hype...
Que mientras usan esas palabras cool, les cuelan formas de vida precarias como el staycation, el coliving, freeganism, workation, trash cooking o batch cooking que asumen con alegría porque es el mood.
Que van a vacunarse sin cuestionar nada a El Corte Inglés, Acciona o el Banco de Santander, para poder pasar su tiempo de ocio en Caixaforum o en el festival BBK.
Que ven normal que murieran como cucarachas 7.291 de nuestros abuelos y abuelas en las residencias de Ayuso porque esta les condenó a muerte por no tener contratado un seguro médico privado.
Que creen que al mar le encanta recibir todo tipo de plásticos, que a Doñana y al mar Menor le chiflan los pozos y vertidos ilegales, y que lo normal es que Andalucía se seque entera mientras se considera sagrado regar religiosamente sus más de 100 campos de golf.
Que, cuando tienen dos duros y tres días libres, corren a coger el vuelo más lejano en la línea low cost para huir de su realidad, subir unas fotos a las redes y dejar una huella ecológica irrecuperable por ti, por mí y por todos los cuñados juntos.
Que continúan el modo de vida inconsciente de las generaciones anteriores, sin querer ver que les va a tocar vivir en Mad Max en un futuro muy próximo.
Que creen que a las paredes del centro les encanta que cada día amanezcan con grafitis absurdos, pollas, frases chorras o firmas de machito para que, al día siguiente pase un operario para volver a derramar litros de disolvente y demás químicos en cada centímetro cuadrado de pared hasta dejarlas lisas de nuevo.
Que creen que nos estremecemos de admiración cuando por la mañana un crío ha escalado hasta el segundo piso para poner la pintada más fea que hayas visto en tu vida.
Que creen que a todos nos encanta ver a sus pitbull sueltos y sin bozal.
Que caminan zombis sin levantar la vista del móvil y, si se sientan, es para ponerse cada uno a mirar el suyo porque viven en el mundo virtual de la apariencia donde la felicidad es un filtro más.
Que creen que nos excita locamente escuchar el estruendo de sus motos de gran cilindrada sobre la que viajan con unas pintas lamentables.
Que se quejan de todo, pero son incapaces de organizarse para defender lo común, ellos que son la primera generación que vive peor que la de sus padres y que dedica hasta el 94% de su sueldo para el alquiler de un piso.
Que amasan su ideología con los titulares de prensa, ese campo de cultivo de bulos e ignorancia, sin fomentar la conciencia crítica.
Que compran alegres el discurso mediático de que un político de izquierdas es casta por meterse en una hipoteca, pero no se inmutan con que políticos de derecha se lucren con nuestras aportaciones repartiéndose millonadas en contratos públicos, préstamos millonarios que no devolverán nunca, subidas salariales, dietas o pensiones vitalicias.
Que se creen sin fisuras que un mena cobra una nómina el triple que la suya, que nos pasamos la vida dando pisos gratis a los gitanos, que las mujeres también violan, maltratan y asesinan a los hombres, que Bildu es ETA, que Alberto Rodríguez pateaba policías, que los amigos de Putin son de izquierdas, que se prohibieron las autopsias durante los días duros de la pandemia y toda clase de mentiras que las cloacas del régimen afloran cada día para mantener esta sociedad de consumidores ciegos, sordos, mudos e ignorantes.
Que defienden orgullosos que hayan hecho un «hospital de pandemias» que costó tres veces más de lo presupuestado (más de 150 kilos) tras gastarse más de 90 en mes y medio de uso de IFEMA, y que ambos espacios ahora no valgan ni para almacén.
Que critican que el Estado se meta cada día más en su «libertad» (regulación de alquileres, ley de bienestar animal, mascarillas, reciclaje, delitos de odio, contra el acoso callejero o porque solo sí es sí, derechos laborales…) pero no son capaces de pensar en los demás si no se lo dice alguien.
Que desconocen los vestigios franquistas que perviven por donde pisan, y no les interesa recuperar la historia de sus abuelos que dieron sus vidas por dejarles un mundo más justo y democrático.
Que creen que a los columpios de madera y demás materiales de los parques infantiles les encanta que hagas el mongolo con tus 18 años y tus 80 kilos de mierda sobre ellos.
Que se conocen todos los garitos del barrio pero no han pisado en su vida una biblioteca.
Que van en masa a ver unas luces navideñas, aunque sepan de antemano que va a ser imposible llegar ni moverse porque tanto idiota junto lleva al colapso a la ciudad en cuestión de minutos.
Que quedan para estar hablando de pie durante horas mientras escupen al suelo sin parar, hasta dejar la zona de paso como una repugnante escupidera.
Que se sienten cómodos en un rebaño de precarios, analfabetos funcionales e ignorantes sobre cómo funciona el sistema que los maneja.
Que ven normal que el barrio desaparezca, y que la tienda de toda la vida se tenga que dedicar a ser un punto de entrega de compras online o un lugar donde los propietarios dejen sus llaves para cuando vengan los guiris a okupar legalmente su vivienda turística.
Que pagan su vida en cómodos plazos y se creen clase media por ello.
Que apoyan sin fisuras las guerras que les venden porque creen que hay que acabar con los que les dicen que son malos… como si no fueran a acabar ellos mismos muriendo como imbéciles en el frente en la que se está liando.
Que se enternecen en su salón cada noche viendo el anuncio de una plataforma que antes era de todos y se regaló a un mafioso, que nos bombardea con una campaña de “100 años de besos” mientras ultima el despido de miles de trabajadoras.
Que creen que nos encanta que nos pongan cara de asco cuando les dejamos pasar primero, les cedemos el sitio en la cola o les avisamos de que se les ha caído algo de valor al suelo.
Cambiar esta ciudad se ha vuelto una misión imposible… pero al menos no podrán impedirnos soñar que otro fin del mundo es posible…
Igor del Barrio
Sobre Igor del Barrio 36 artículos
Periodista. Bloguero.Escritor

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