Bombardeo sin nombres

Hay contabilizadas en Santander 95 víctimas civiles, vecinos normales y corrientes, por bombas a lo largo de la guerra. El domingo 27 de diciembre de 1936, murieron, según algunas fuentes, 70 personas, más 9 que son dudosos. Además de los 31 en el Barrio Obrero y alrededores, hubo víctimas en el centro, en torno a las calles de Guevara y Río la Pila, también en torno a la calle Alta… Si añadimos que el bombardeo fue el desencadenante delos asesinatos en el Alfonso Pérez, tenemos que ese día fue, después del día de la explosión del Cabo Machichaco, y sin restar importancia al incendio del año 42, el día más trágico de la historia de la ciudad.


Me llamo José Eugenio CORDERO, soy profesor de historia en secundaria. No diría que soy un especialista, pero es cierto que desde 2005 he dedicado mucho tiempo y mucho estudio al aprendizaje y a la enseñanza del Holocausto. Como es sabido, la autoridad mundial en el estudio del Holocausto es Yad Vashem, una institución oficial del Estado de Israel: el nombre “Yad Vashem” proviene de un verso del profeta Isaías que dice: “les daré un nombre permanente que nunca será olvidado”. El epicentro del complejo de Yad Vashem es “La sala de los nombres”. El monumento nacional que recuerda a los judíos holandeses muertos en el
Holocausto se llama “Monumento de los Nombres”. En el Memorial dedicado en París a la Shoah hay un muro en el que figuran los nombres de los 76.000 deportados desde Francia a los campos de exterminio. Podría multiplicar los ejemplos de memoriales donde figuran los nombres de víctimas tanto del terrorismo como de las guerras o, incluso, de accidentes.


Conservar el nombre de las víctimas no es algo banal.
En mis clases he hablado mucho de la memoria histórica, he traído a Emilio Silva y otros representantes de la Asociación para la Memoria Histórica, he pedido a mis alumnos que entrevisten a sus abuelos, he leído algo sobre lo teorizado sobre las relaciones entre memoria e historia e incluso di una charla sobre el tema en la agrupación socialista del Leganés analizando la ley aprobada por el gobierno de Zapatero
En verano de 2020, una sobrina de mi suegra le regaló el libro de Saiz Viadero, Mujer, República, Guerra Civil y represión en Cantabria (2017); el libro reproducía la lista de víctimasdel bombardeo que se publicó en el Diario el día 29 de diciembre. El nombre de Angelines aparecía como Fernández Ortiz, con el segundo apellido mal escrito.


Entonces fue como caer del guindo. Yo, que andaba por ahí dando lecciones a todo el mundo, tenía mi casa sin barrer. El domingo 20 de diciembre de 1936, cuando sonaron las sirenas que alertaban de un inminente bombardeo. Mi suegra, Elena Fernández Otí y su hermana María Ángeles corrieron de la mano al refugio que se encontraba en la fábrica de curtidos de Mendicouague. Sin embargo, ese día no aparecieron aviones en el cielo de Santander. Al domingo siguiente volvieron a sonar las sirenas; mi suegra, de diez años, corrió al refugio. A día de hoy todavía no sabe por qué no fue de la mano con su hermana, apenas 13 meses menor, con la que solía estar jugando. Es de suponer que Angelines se entretuvo con los niños de la familia Toca Echevarrieta, vecinos del mismo portal. Aquel día murieron por la metralla Angelines, Manuela Echevarrieta, su marido Manuel Toca y sus dos hijos Ramón de seis años y José de cuatro.


Siempre había sabido que mi suegra perdió a su hermana en ese bombardeo pero hasta que no apareció por casa ese libro no había hecho consciente que a esa niña a la que le fue robado todo, no le habían dejado ni un nombre bien escrito. No hay una placa ni un monumento ni ninguna señal que lo recuerde. Y esto tiene su aspecto paradójico porque sí que hay un refugio antiaéreo visitable en el que se recuerdan los bombardeos y las situaciones de angustia que vivió la población pero no hay un recuerdo a las víctimas, a los que, como Angelines y tantos otros, no llegaron a entrar en esos refugios. En el refugio figuran las lápidas con los nombres de dos aviadores alemanes (nada que objetar, son también documentos históricos) pero nada que haga alusión al hecho de que aquellos bombardeos mataban a personas.


Los niños y niñas que murieron eran los niños y niñas que jugaban con  nuestros abuelos, nada los distinguía. Ya he hecho alusión a los niños de la familia Toca Echevarrieta de seis y cuatro años que vivían en el nº 25 del Barrio Obrero. Los trabajadores como Lucio Gómez Pérez, persona comprometida que ostentaba el cargo de presidente de la Cooperativa del Barrio Obrero, eran los compañeros de trabajo de nuestros abuelos. Las bombas no discriminaron ni en razón de ideología ni de creencias: la mencionada niña, Ángeles Fernández Otí, hermana de mi suegra, de nueve años había hecho la PrimeraComunión pocos meses antes, al principio del verano. Tampoco distinguía de afiliación política: muy cerca del Barrio, en la calle Velasco, vivía Manuel Fernández GonzálezQuijano que había sido alcalde de Puente Viesgo, de donde era natural, en el tiempo de la dictadurade Primo de Rivera y  murió junto con sus dos hijos cuando corría a refugiarse a la fábrica de curtidos; de Teófilo Calvo Rioja sabemos que estaba afiliado al sindicato anarquista CNT, pero ese mismo día también murió el falangista “Vasio” Torre Pérez, carpintero vecino de Astillero, víctima en el muelle.

El bombardeo tampoco distinguió nacionalidades. Fue víctima también Esperanza Tamayo Laso de 20 años, que vivía en el N.º 19, era cubana y por eso la llamaban en el barrio “La Cubichi”. Eran simplemente personas, civiles, vecinos de  cualquier oficio como la panadera del economato, Fabiana Merino Blanco, que vivía en el nº12 junto con sus hijos, Luisa y Severino Abia.


A esas personas se les había condenado al olvido. Asumí entonces la obligación de reparar, en la muy pequeña medida en que eso se puede hacer, esa injusticia. Me dirigí en primer lugar al Ayuntamiento, en agosto de 2021 me recibió el concejal de Cultura, Javier Ceruti, muy amable pero no se comprometió a llevar la propuesta al pleno; me indicó que dirigiera una instancia a la Sra. alcaldesa. Escribí esa instancia dirigida a la Ilma. Sra.
Alcaldesa y la entregué en el registro del Ayuntamiento, pero no me respondió. Al verano siguiente escribí una nueva instancia, pero el resultado ha sido el mismo. Me dirigí a la Dirección General de Memoria Histórica con el mismo silencio por respuesta. Conseguí el teléfono de la entonces directora, hablé con ella, me dijo que presentara una instancia, puesto que el refugio antiaéreo visitable es responsabilidad de esta Dirección General esperaba una respuesta más favorable, pero tampoco he recibido contestación. Quien sí ha tenido la elegancia de contestar a todos mis correos ha sido María Bolado, directora del cementerio de Ciriego, pero su respuesta fue para comunicarme la negativa de la Junta que preside el cementerio a mi petición de poner ahí un monolito de las victimas del bombardeo y cuyos restos están en el cementerio (aunque de muchos se desconozca el lugar exacto); eso pese a que contaba con el apoyo de la asociación “Héroes de la Libertad” que sí obtuvo permiso para poner los monolitos en los que figuran los nombres de los fusilados. Me he dirigido a los vecinos del Barrio Obrero del Rey, donde no hay mención alguna a sus vecinos fallecidos en esa tragedia pero sí a otros vecinos ilustres o queridos, cuando es evidente que el bombardeo ha sido el hecho más relevante en la historia de este barrio. Un barrio construido por cooperativa (250 cooperativistas) que se cerraba con puertas por las noches. Estoy a la espera de que se debata en una reunión de vecinos.


Asistimos en el momento actual del debate político un agrio enfrentamiento sobre lo memorable. Alguien puede recorrer toda Europa visitando los memoriales dedicados a los judíos víctimas del Holocausto con museos dedicados al mismo en todas las ciudades importantes de Europa y de América, lo que contrasta con la escasez de museos en España dedicados a la Guerra Civil.

 

La historia -esto es algo tantas veces repetido que se convierte en una obviedad- guarda una relación activa con el presente. Que haya un museo del Holocausto en Miami Beach, donde los jubilados americanos puedan satisfacer su curiosidad en materia de historia no suscita controversia. Alberto Núñez Feijoo no sabía lo que decía o no decía lo que sabía cuando dijo que él se quería ocupar de los problemas de los vivos y dejar a los muertos. Cuando en la comunidad hay un “nosotros” y hay un “ellos”, los muertos “nuestros” y los muertos “suyos”, su conmemoración se convierte en un problema de los vivos. El olvido no es una opción.


Las propuestas sobre las políticas de la memoria no escapan a los intereses de las banderías (¿facciones?) y son con frecuencia utilizadas en contra del adversario; no obstante, pocas cosas cohesionan tanto a una nación como poseer una memoria común. En el libro El tiempo de las víctimas (2007) de Caroline Eliacheff y Daniel Soulez Larivière podemos leer: “Existe, pues, una relación entre compasión, democracia y víctimas. Factor de cohesión, de solidaridad, de concordia, la compasión nacida de los principios democráticos parece favorecer a la democracia. Los derechos reconocidos a las víctimas tienen como objetivo caminar en el sentido de la igualdad e, incluso más, en el sentido de pertenencia a una comunidad común.”
Por eso creo yo que es importante renunciar a grandes declaraciones y a detalladas narraciones históricas y hay que buscar el mínimo denominador común. Creo que ese mínimo común denominador pueden ser las víctimas y especialmente las víctimas de los bombardeos, las víctimas sin ninguna causa ni sentido. Poniendo nombre, rostro y personalidad a las víctimas cambiamos el discurso de la guerra, la guerra deja de ser ese acto heroico que era necesario realizar y comenzamos a verlo como algo que hay que evitar, algo que siempre es peor que sus alternativas. Los muertos de la guerra dejan de ser números abstractos, pasan a ser “nuestros muertos” y, en ese sentido, las víctimas de los bombardeos pueden cumplir ese papel cohesionador al que antes me he referido.


Hay que recordar a las víctimas por justicia y por pedagogía. Llevo años explicando Historia en secundaria tratando de evitar el relato épico de las guerras, tratando de hacer pedagogía cívica, de explicar la guerra como parte de la educación para la paz. Reyes Mate, con frecuencia insiste en el “deber de recordar a las víctimas”.
Recordar a las víctimas es un deber cívico, es un deber de justicia reconocido en la legislación internacional (Declaración de Naciones Unidas sobre los principios fundamentales de justicia para las víctimas de delitos y del abuso de poder, en el marco del séptimo congreso sobre Prevención del Crimen de 1985). Los muertos civiles en un bombardeo forman parte del “nosotros”. La lógica del bombardeo contra la población civil responde al
principio de que la guerra no se hace entre grupos armados sino contra un pueblo como conjunto. Los muertos son ellos, pero las bombas fueron dirigidas contra nosotros, los que vivían en Santander en aquellos días y los que vivimos porque nuestros padres no fueron las víctimas de ese día. De este modo, el “nosotros” que vive tiene una responsabilidad de recuerdo con el “nosotros” que ha muerto.

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Sobre Maria Toca 1673 artículos
Escritora. Diplomada en Nutrición Humana por la Universidad de Cádiz. Diplomada en Medicina Tradicional China por el Real Centro Universitario María Cristina. Coordinadora de #LaPajarera. Articulista. Poeta

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