Crecí con la desinformación, manipulación, bulo, mentira con mayúsculas, de que la guerra civil española fue una guerra fratricida, una guerra entre hermanos.
Falso, fue una guerra entre un ejército sublevado, aristocracia, cuatro ricos muy ricos y la iglesia por un lado, es decir, nada nuevo bajo el sol y la población civil de todo un país que tuvo que posicionarse de un lado o del otro, los unos para salvar su pellejo y los otros para luchar por salvar los derechos adquiridos con sangre y sudor durante muchísimos años y que si no arengaban sus vidas, iban a perder ellos y sus descendientes, como así sucedió.
Anoche se me encogió el alma, el tórax, la garganta, el estómago, la yugular y la aorta. Mis padres, septuagenarios, 74 otoños ya peinándoles las canas, sin haberse manifestado en toda su vida, ni por un chaval de 29 tacos con un cañón de una Beretta de calibre 22 en el cogote y cuenta atrás en el reloj de medio país, ni por unos atentados con miles de muertos perpetrado por terroristas islámicos y un gobierno manipulador diciéndoles que eran los que no eran, ni por una sanidad pública esquilmada, deteriorada, asfixiada, ni por una educación pública para sus nietos de calidad y que fomente, de verdad, la igualdad de oportunidades tan manida pero tan falsa, ni por un genocidio de más de 5000 niños palestinos (sin nombrar a los otros 20.000 hombres y mujeres, civiles inocentes). Tampoco por la lucha de las mujeres en su camino hacia la consecución de una igualdad real y efectiva. Siempre mirando de perfil a las manifestaciones populares, como si los derechos reclamados no fueran con ellos y, algo peor, estuviéramos, estuvieran, haciendo algo mal, ilegítimo, reprobable, imprudente, irresponsable.
Pues ayer, por primera vez en 74 años de vida, se lanzaron, junto a otros dos septuagenarios, quintos de generación, a manifestarse en contra de una ley de Amnistía que ni siquiera está presentada.
Durante toda mi niñez viajé en coche con mi padre y de banda sonora anduvo siempre Serrat que puso en labios de mi padre los poemas de aquel poeta que acabó asesinado en una celda oscura, húmeda e infecta, ayudados los asesinos por un bacilo de Koch implacable y certero.
Durante años en mi casa no se hablaba, especialmente de política, mi padre veía, oía y callaba.
Con voto siempre al PP y una vez a Ciudadanos por aquello de, les cantan un poco las manos de echar mano a la cartera de cuero recién curtido a los que he votado siempre, pasado el tiempo se olvidó del hedor y vuelta a votar a los de siempre porque, total, roban todos (mejor eslogan de la propaganda de Goebbels, enhorabuena).
Y ha sido en estos 9 años de jubilación, con jornada de 24×7 frente al ordenador (descontando las 8h obligadas de sueño), que mi padre se ha pasado sus horas escuchando y leyendo a un Losantos, a un Herrera, a una Quintana, a una Griso, a un Negre, a un Inda, todos respetables profesionales, nada sospechosos de cobrar ingentes cantidades de dinero público de ciertas administraciones autonómicas, ni de los poderes financieros de este país, ni de las grandes fortunas de siempre que (multinacional de alzacuellos incluida) subieron rápidamente a una parte de la balanza en aquella mal llamada guerra «fraticida». Los cojones son mis hermanos esa peña.
Pues de esos polvos, estos lodos. Mi padre radicalizado, mi madre radicalizada, sus colegas (militar él de los de palma extendida y ojalá volviera la dictadura) en su salsa.
Y yo tragándome la bilis, flipándola con la deriva que está alcanzando la cosa. Sintiendo que, como verdadera demócrata, he de respetar su ideología y no decir ni mu (juro que, aunque tenía el estómago encogío, tenía muchísima más pena que rabia) y no dije ni mu.
Pero hoy me siento extraña, confusa, alucinada.
Si han conseguido moverles los pies a unos septuagenarios, buena gente, que nunca sintieron odio hacia nada ni nadie por mucho que discreparan, qué no estarán consiguiendo con esas ingentes cantidades de personas que siempre se han movido por el egoísmo, la envidia, los celos, el pillaje, la mentira, la adulación interesada, el odio, la crítica constante a todo aquel que no cumpliera con sus cánones…menuda sopa se están hirviendo, pues material, fijo, que no les falta.
La historia se repite que ríete tú del ajo.
Valenia Gil.
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