No fue un tiempo de lilas en el cañón de las pistolas porque no había pólvora sino rondel y ningunas ganas de guillotinar la noche sino de volver a empezarla.
Queimada. Y no la de Pontecorvo ( feliz 69) sino la del Bienhechito de orujo y conjuros que estaba de muerte. ¿Quién dijo morir? Todos teníamos 20 años aunque parezcan algunos más por tanto talento acumulado en torno al director que hizo caso a Iva Zanicchi y su canción para la paz. Con ese comando de amor no pudo ni La Fiera, domada por el mejor falsificador de nóminas que se sienta a la mesa como si no hubiera roto un plato. Teníamos el apoyo del Búho, del Bhuito con barbas, del Estrope, del doctor Whisky por si acaso. El sargento Dani se perfumaba para bailar el tango con Isabel, no la de Blas de Otero – mademoiselle Isabel rubia y francesa con un mirlo debajo de la piel- sino la motera y periodista que convertía en arte una maqueta y se rifaban los editores. Las noches se ponían azules para Maribel de negro y armonía después de robarle el nombre a la chica del abrigo rojo.
¿ Qué fue de Venancio?
¿ Qué fue de Sibelius?
¿ Qué fue de la estanquera más fea del mundo después de hacer el amor en el cuarto oscuro donde había estado Di Stéfano?
¿ Qué fue del fotógrafo que convertía al hijo en sobrino, igual que Jesucristo el agua en vino, según la ocasión?
A veces se casaba alguien. Y la noche de bodas pensada como un incendio de Gloria Lasso se convertía en una noche de ronda. Mala suerte para la novia que se había guardado hasta la marcha nupcial.
A veces se muere un hotel y queda el hueco del aire donde estuvo la torre del homenaje.
Cambiar el periódico mejor escrito por el catastro es una profanación, se mire como se mire. Los funcionarios no aprendieron nunca a montar en un Pater Noster.
Ni yo a pronunciar la palabra olvido.
Valentín Martín
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