Quizás, lo más seguro, es que lo ocurrido el jueves pasado en el Congreso fuera una casualidad, acaso fuera el azar, probablemente, pero, en todo caso, entiendo que la ciudadanía española debería tomarlo como una señal: el final de algo y el comienzo de todo.
Este día, la derecha española quedó retratada para la Historia entre sus páginas más ignominiosas. No, desgraciadamente, no les estoy hablando de ideología, les hablo de la «maldad» que los seres humanos pueden albergar en su estado más primario. Me pregunto quién está inoculando este odio en una sociedad, en sus representantes, para que el bien común de todos los españoles y españolas haya sido sustituido por la trampa, la insidia, la aberración, la ciega degradación.
Porque se trataba de eso, del bien común, en estado puro. Se trataba de aprobar un texto, que legítimamente podría ser considerado por muchos como insuficiente, perfectible, mejorable, pero que nadie podía dudar de los avances que recogía con respecto a sus precedentes y de las consecuencias tan positivas que supone para la mayor parte de la sociedad. Por fin, todos -patronal, sindicatos y Gobierno, plasmaban un acuerdo que habla de esperanza, diálogo y progreso para España. El inicio de un camino progresivo y la ruptura pactada con un camino regresivo.
¿Quién podría negarse a esto? ¿Qué argumentos razonables, no espurios se podrían argumentar?
No los he escuchado. Lo que, fatalmente, había detrás del No, nada tenía que ver con la mejora de la calidad de vida de la ciudadanía. En el caso de la «izquierda», intereses de partido, estrategias y «juego de tronos» con la tranquilidad de que la reforma que sus propios votantes deseaban, al menos, en su mayoría sería aprobada finalmente y ellos, con «su culo salvado» atrincherarse en otras metas, otros intereses. Casi les sale peor -como a todos- porque mal les salió, espero, en cualquier caso.
Pero si, a la izquierda, el no fue poco o nada justificable, a la derecha ese No se vistió de tal grado de podredumbre y maldad que me cuesta trabajo pensar en un solo paso más en esa dirección. El PP y Vox, ambos, enlazadas sus sucias manos, planearon y perpetraron un golpe mortal, no al Gobierno, sino a más de 20 millones de españolas y españoles que verán mejorada su calidad de vida, su presente y su futuro laboral.
La derecha bárbara y asalvajada, inhumana, ahíta de un rencor extremo compró, mintió y sobreactuó, cuando todas sus vergüenzas, sus rastreros intereses quedaron al aire, tras la tecla equivocada.
La foto está hecha. El monstruo ha quedado retratado, sin afeites, sin máscaras, sin el falso oropel, sólo la mala baba, el colmillo, la retina ensangrentada, la caricatura del mal. Este es el enemigo, éste y la ceguera de los que no quieran verlo.
La ciudadanía debe castigar a aquellos partidos que, en situaciones como ésta, miran más a sus intereses, aunque sólo sea de reojo, y por su puesto, a los que convierten la convivencia en un lodazal.
Hoy, mañana, cada día a partir de ahora, las españolas y los españoles, de derechas y de izquierdas, deberán vacunarse contra este mal endémico de la Historia de España, con la palabra, con la educación, con el respeto, con el afecto, con la empatía, con la bondad por la que murió escribiendo don Antonio Machado.
Ese castigo debiera darse en las calles en las plazas, en el campo, en los pueblos y ciudades y en las urnas, porque, todavía nos queda algo de dignidad y democracia y, porque todavía, nos debe quedar el orgullo de ser decentes.
Juan Jurado.
Deja un comentario