Resonaban los pasos, con el cloqueo de los charcos que acristalaban el asfalto. La humedad rebasó hace tiempo la cumbre del zapato para invadir, con la frialdad de una navaja desalmada, la piel. El escalofrío recorrió la espalda. Apreté el paso, mientras la sombra, alargada e hirsuta me precedía. No tenía más compañía que esa silueta que devolvía una imagen alargada, enfundada en un abrigo que apenas protegía de la impía soledad de aquella calle. Al doblar la esquina, un tenue aleteo de pasos diferentes dieron pauta a los propios. Un gato salió de una bolsa de basura, dando un gruñido y un salto ciego. El sobresalto, me hizo parar, mientras los otros pasos también callaron. Volví la cabeza, una voluta de humo se enroscaba delante de un rostro velado por las sombras. Tan solo el azul intenso de unas pupilas restallaron sobre mis ojos. Al momento, un chispazo ciego brotó del aire. Ya no llovía.
María Toca
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