La vergüenza ajena que se pasa viendo «Salvar al rey». Lo tremendo que es cuando sospechas que ya no es tan ajena, que la vida a cuerpo de ídem que llevó Juan Carlos I era un asunto que nos incumbía a todos y nadie supo, pudo o quiso hacer nada. Y el bochorno alcanza proporciones mastodónticas cuando vas repasando el elenco de seres que se manifiestan ante las cámaras. Paso a realizar una taxonomía:
a) Las Prego. Periodistas con ojos de groopie y rictus de institutriz que sigue rezando la letanía de las bondades de su majestad y lanzando imprecaciones a todos los que fueron perversos con él con todo lo que hizo el pobre angelico por el país el 23 F.
b) Las Quecas. Periodistas de buen ver y buena boca que quedaron con el monarca la tarde en que él reparó en que la chica que le hacía fotos estaba buena y se lo montaron en el despacho de él, aunque luego solían encontrarse a media tarde en un recodo de La Zarzuela, y chingaban, ojo al dato sórdido, en una fragoneta, al estilo quinqui. La dama en cuestión, encantada de su servilismo y llena de orgullo, como una fan que acaba cepillándose a Mick Jagger en el camerino, estuvo treinta años con el maromo y se creyó lo que él le decía, que no había otra en su corazón. Era su topo en la prensa y la que se presentó en Palma cuando fotografiaron en bolas al borbónico juerguista, para hacer de bulldog y acojonar a los paparazzi. Escuchar a la hija de la susodicha, ya difunta, contar con cara de iluminati cómo el rey llamaba a su domicilio particular y ella le decía «buenas tardes, Señor«, al amante de su madre, es de nota. Solo falta el esposo de Queca y padre de la testiga manifestando su opinión sobre el asunto.
c) Los periodistos que sabían y callaban pero ahora largan todo lo que pueden y más con esa cara de cobardes satisfechos de quienes ven apalear a alguien y no ayudan, pero dan todos los detalles de la agresión con verdadero regocijo. Sus cabeceos cómplices, su condescendencia, esa forma descarada de reconocer que lo sabían todo, todos, y que callaban como muertos es de lo peor. Seguramente poco podía hacerse cuando al emérdito lo apoyaban tiburones empresariales y gentuza con tanta pasta y tan poco escrúpulo, pero fardar ahora de ello es de mierdasecas totales.
d) El rey fantasmón. Porque obviamente no se manifiesta en directo, pero la imagen que construyen todos es de traca: rijoso, insolente, clasista, avaricioso patológico, capaz de reírse con el corrillo de reporteros amiguetes de un presidente del gobierno que no era de su cuerda, de despedir durante su comida de cumpleaños al Jefe de la Casa Real o de contarle a Bárbara Rey por teléfono que lo mejor que podía pasar es que Roldán apareciera muerto. Todo muy regio, sí.
Patricia Esteban Erlés
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